ELYAN
La vi luchando, desafiando a mis demonios. Mantenía a la otra chica oculta detrás de ella, impidiendo que alguno de mis súbditos se le acercara. Pude ver sus heridas; la sangre caía de su brazo, pero aun así no soltaba la espada. Daba patadas, clavaba la hoja, y agotaba hasta la última gota de magia que le quedaba. Jadeaba, agotada, con las piernas temblándole, usando todo su autocontrol para no caer, para seguir luchando. No dije una palabra. Me quedé observando la escena, admirando y analizando sus movimientos. Me recordaba a la forma de luchar de Holden y Egares. Mismos movimientos, misma fortaleza.
—Ríndete —masculló uno de mis demonios.
—Prefiero morir antes —declaró Gaia sin titubear, y le dio una patada en el mentón, haciéndolo caer al suelo. Sin dudarlo, le clavó el arma en el vientre.
—Qué asco de demonios —dijo, y abrí los ojos ante la escena.
<<Violenta... perfecta>>, pensé al verla de ese modo.
Su ropa estaba hecha jirones, su cabello manchado de sangre, tanto de demonio como suya, y empapado en sudor. Pero no era su apariencia lo que la hacía perfecta, sino su mirada: una llena de odio, de un intenso color amarillo, con una fuerza que me abrumaba. En ese momento, no era Gaia, la reina de Astra. No, era el Elemental de la Tierra, ansiosa por destruir todo lo que la rodeaba.
—Impresionante... —murmuré. De repente, una energía verdosa la envolvió, cubriéndola por completo.
—Ahora sí te voy a enseñar lo que es impresionante —dijo una voz extraña. Era la de Gaia, pero venía de un lugar profundo, quizás de su interior, como si otra persona hablara a través de ella.
—Será un placer enfrentarme a un elemental. Pero no te voy a matar... aún no —dije con seriedad.
Con un movimiento de su mano, la tierra bajo nuestros pies se elevó. Un chasquido y la tierra se transformó en lanzas afiladas que se alinearon frente a ella.
—Gaia, no te conviene enfrentarte a mí —le advertí, firme.
Su nombre sonaba hermoso en mis labios, no como Asia, sino como Gaia, la reina que era.
—No me gusta que me digan lo que tengo que hacer —sin dudarlo, me lanzó las lanzas de tierra. Las esquivé, pero, obviamente, me siguieron; iban a por su objetivo.
—No puedes escapar —sonrió Gaia, y maldije.
La situación no me gustaba. Me apresuré hacia ella, agachándome para esquivar las lanzas, saltando y rezando para que no me alcanzaran. Solo tenía que acercarme un poco más, lo suficiente para usar mi magia y poder detenerla. Pero no me lo ponía fácil; las lanzas impedían que avanzara.
—Joder —mascullé. Gaia sonrió.
—¿Pensabas que iba a ser fácil? Mi recipiente es más fuerte, mucho más de lo que crees —dijo Gaia, ampliando su sonrisa.
—Pero no es invencible —le respondí, casi con la misma sonrisa.
Melany estaba protegida por un muro de tierra. Aun malherida, Gaia era capaz de mantenerla a salvo.
—Maldita zorra —masculló uno de mis demonios.
Le lancé una mirada de advertencia. Ya me encargaría de que no viera la luz del sol por insultarla.
—Gaia, detente, no puedes contener tanto poder. Te puedes hacer daño. Esto no tiene que terminar así —dije, un poco alterado.
—Vete al infierno —respondió, pero justo después vomitó sangre y cayó de rodillas.
El muro no se desvaneció; seguía vinculada a él, impidiendo que alguien se acercara a Melany. Solo ella podía controlar eso.
FIRE
Me desperté sobresaltada. Angustiada, cerré los ojos y busqué en mi interior los vínculos. Cuando encontré el de Asia, de un tono verdoso, me asusté, pues estaba debilitado. No grité ni quise armar escándalo. No quería alertar al grupo, porque en ese momento la situación no era la mejor. Me callé, aunque más tarde tendría que revisar el vínculo de nuevo.
Salí del cuarto. Teníamos una reunión con el consejo por la mañana, y estaba de los nervios, ya que nunca antes había tenido que enfrentarme a ellos, al consejo de todas las cortes y reinos. Todos estábamos tensos, callados, con la mirada baja. Cuando pasó lo de Asia y Helios, no tuvimos que recurrir al consejo, por lo que supe que ahora las cosas eran mucho peores de lo que imaginaba.
Dado que habían secuestrado a la reina de Astra, eso solo implicaba que nuestra presencia aquí no había servido de nada, pues le habíamos entregado en bandeja uno de los elementos que necesitaba, mejor dicho, dos. Mis nervios comenzaron a aumentar cuando me di cuenta de que poco a poco todos se estaban colocando en círculo, mirándonos unos a otros. Aún no habíamos dado la señal para comenzar la reunión. Holden estaba más callado de lo normal, perdido en sus pensamientos, como si estuviera planeando algo, lo cual me inquietó.
No comprendía cómo iba a enfrentarme a todos los reyes de las cortes y de los grandes reinos. En pocas palabras, no sabía cómo enfrentarme a mi madre, cómo hacer que no se sintiera decepcionada conmigo... ella y la madre de Yulen. ¿Cómo iba a decirle que su hijo mayor era la cabeza de todo esto? ¿Cómo decirle a la madre de Anna que unos demonios casi la matan? ¿Cómo iba a decirle a Egares que su hija había sido secuestrada? ¿Y cómo le iba a decir a mi madre que querían resucitar a su hijo para usarlo como arma?
—¿Estáis preparados? —preguntó Altair, con duda en sus ojos.
Estuve a punto de negar con la cabeza, pero, armándome de valor, asentí. Todos colocamos nuestras manos en el centro y canalizamos parte de nuestro poder. De repente, un abanico de colores se manifestó: rosa, amarillo, blanco, azul claro, lila, azul oscuro, marrón y rojo. Todo se unió, y una esfera de energía apareció ante nosotros. Tragué saliva, alcé la cabeza y me concentré en la esfera. Los demás participantes de la reunión también aportaban su magia, haciendo que la esfera creciera inmensamente.