Hacía frío, era una sensación rara, de esas inexplicables que te cuesta describir. Miré a todos lados; solo había sombras, y la luz de la luna era nuestra única guía. Me abracé a mí misma, intentando hallar algo de calor, algo curioso ya que yo era el elemental del fuego, pero este frío era distinto... me recordaba al de Fubuki. Yulen, en cambio, estaba radiante. Solo iba en manga corta, sujetando su arma en la mano. Habíamos decidido emprender otra búsqueda por zonas que quizás no habíamos mirado bien, desesperados por encontrar a la dragona del hielo. Cada paso que dábamos era una sensación extraña; podía sentir que alguien me estaba vigilando, o más bien algo. Intenté relajarme, consciente de que todo esto me estaba superando: la presencia de la parca y el saber que Elyan nos tenía en su punto de mira eran más que evidentes.
No entendía cómo esto no se estaba solucionando; estábamos en una especie de bucle del cual no sabía salir. No habíamos hallado respuesta a nada, ni siquiera una pista de Nivalis, lo que hacía que todo se sintiera cuesta arriba y solo lograba que quisiera llorar.
—Odio esto —masculló Yulen, asqueado.
Le miré sin comprender nada.
—Los árboles. Me asquean, limitan mi paso, impiden que vaya más rápido. ¿Cómo lo hace Asia? Son seres inservibles, no aportan nada, simplemente belleza —chasqueó la lengua entre los dientes.
Ladeé la cabeza.
—¿En serio, Yulen? —pregunté, sin poder evitar que una sonrisa tironeara de mi rostro.
—Lo digo en serio, llamita. Mira, analízalo: el fuego es potente, llamativo, hace daño. El hielo es frío e impredecible. No se lo digas a nadie... Bueno, sí: nuestros elementos son los mejores —dijo, con la cabeza alzada y sonriendo con orgullo.
—¿Me estás intentando animar? —le di un suave codazo en el hombro.
Este me miró.
—¿Yo? ¡Qué va! Hay que ser realistas: estamos en la mierda, estamos verdaderamente jodidos. Pero no pasa nada, somos un espectáculo para la vista. Cuando nos entierren, sin duda llorarán muchas personas... Muchas de mis amantes me recordarán con mucho cariño.
—O con mucho asco. Te recuerdo que no eres precisamente un amante muy cariñoso —dije, agachándome para esquivar una rama que estaba en mi camino.
—Eso pregúntaselo a... —se quedó callado—. Da igual, no diría nada... Para eso se debería acordar —sus ojos azulados se volvieron tristes, gélidos.
No dije nada, me mantuve callada; no quería sacarle el tema. Bastante mal estábamos como para mencionar algo que solo podría sumar más dolor. Seguí apartando con suavidad las ramas que se interponían en mi camino. Cada vez que nos adentrábamos un poco más en aquel sitio, el frío se incrementaba, el murmullo del aire se hacía cada vez más evidente, y la niebla empezaba a crecer, impidiendo que pudiéramos ver algo.
En esos momentos sentí que esa sensación de ser observada estaba aumentando; juro que podía oír una risa tierna, suave, pero tan fría que me calaba en los huesos.
Fue entonces cuando me di cuenta de que Yulen se paró de golpe. Vi que estaba mirando a todos lados, parecía ajeno a mí, solo centrado en la búsqueda de algo que solo él podía saber. Eso me alarmó.
—¿Copito? —pregunté, acercándome a él, pero mi voz parecía lejana para él.
—Voy —es lo único que dijo.
Sin más, corrió por el bosque. Me quedé parada, mirando su silueta desvanecerse en la niebla. Fue entonces cuando me di cuenta de que, poco a poco, el suelo, ese que estábamos pisando, se estaba congelando.
Examinando la zona, vi cómo el hielo, poco a poco, estaba devorando a los árboles; las hojas caían, y parecía como si el invierno inminente hubiera hecho acto de presencia. Entonces, una voz femenina, una que no conocía, se abrió paso en aquel sitio:
<<Ven, angelito, ven conmigo>>.
Nada más oír eso, no lo dudé; me apresuré a seguir las pisadas de Yulen. Estaba muy lejos, y solo recé para que no alzara el vuelo; eso me impediría alcanzarlo. Seguí corriendo, pero el hielo me limitaba en cada paso que daba.
Por ello, canalicé mi energía en la planta de mis pies. Sentí cómo mi energía me cubría por completo, cómo esa sensación de poder, ese fuego en mi interior, se hacía paso, pero yo sí podía controlarlo. Yo era la que mandaba sobre ese elemento. Entonces, el hielo debajo de mis pies empezó a descongelarse. Noté cómo mis pasos se hacían más rápidos; todo el hielo a mi alrededor se desvaneció, al igual que el frío que anteriormente me estaba consumiendo.
Tenía un objetivo: ir tras Yulen, lograr que no hiciera ninguna locura y descubrir quién era la que lo llamaba con tanta intensidad. No sé en qué momento nos alejamos tanto de la zona, ni tampoco entiendo por qué, donde estábamos, el hielo era más alto, más denso y más frío.
Divisé la figura de Yulen, parado en medio del lugar, observando algo. Mis ojos enseguida examinaron la zona, buscando cuál era el objeto de interés. Entonces la vi: una mujer de hermoso cabello lila pálido, de ojos rosados, con un traje azulado que realzaba sus caderas. Inmediatamente supe que se trataba de una ninfa de las nieves. Maldije en voz baja, sabiendo que, aunque las ninfas tenían un carácter bondadoso, eran conocidas por manipular a las personas a su antojo.
—Ven, ven, angelito, no temas. Estoy aquí, te acogeré —dijo sonriendo y extendiendo las manos.
—¡No! —bramé.
Yulen me ignoró y siguió hacia ella. Vi cómo la sonrisa de la desconocida se amplió, haciendo evidente que no tenía precisamente buenas intenciones. Eso solo empeoró la situación.