La Reina Del Fuego-Segundo Libro-

Capítulo 48

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Cuando me dijo Asia que siguiera las voces de los árboles, creía que iba a ser más sencillo. Pensaba que simplemente oiría la voz de alguien en mi cabeza, diciéndome la dirección que debía tomar. Pero ahora que estábamos corriendo por los senderos, no lo veía nada sencillo. Teníamos que estar en silencio, y solo nos guiaban en momentos puntuales, como si los mismos árboles supieran que Asia estaba vigilada y callaran para no causarle más problemas a su reina. Hay que decir que, de los elementos que somos, la tierra es algo excepcional. He visto cómo los árboles estaban pendientes todo el rato de Asia, o de cualquier elemental de la tierra que había pisado este mundo. Había visualizado cómo se hacían paso ante sus reyes y cómo sus ramas se movían solas cuando consideraban que ellos estaban en peligro.

Muchas veces me replanteo si es algo que hacen porque lo desean o simplemente, al sentir la sangre de su reina, estaban obligados, en cierta manera, a servirle a pesar de que no lo deseaban. Pero claro, nunca lo sabríamos; solo los elementales de la tierra eran conscientes de ello.

En esos momentos algo pasó: un movimiento de los árboles captó mi atención. Forzando la mirada, me percaté de que las ramas se habían movido hacia una dirección. Entonces supe de inmediato que nos estaban indicando a dónde debíamos ir, no con palabras, sino con gestos. Sabía que los elementales de la tierra tenían un gran vínculo con ellos, y que eran capaces de pasarles imágenes y sensaciones a los árboles en caso de peligro, para saber a dónde debíamos acudir. Era increíble, en mi opinión. Holden, que estaba al tanto de todo, se quedó parado. Colocó su mano en el tronco de un árbol y cerró los ojos. Entonces, los árboles, todos ellos, empezaron a moverse, alterados, haciendo que Holden abriera los ojos de par en par.

—¡Está en peligro! —bramó Holden.

No hubo más que hablar. Los dragones se miraron entre ellos y, con un rugido, tomaron su forma dracónica.

Vi que diversos colores ondeaban al compás del viento. Una ráfaga con olor a ceniza inundó mis fosas nasales, y, antes de que me diera cuenta, me percaté de que cuatro dragones estaban frente a nosotros. Pasmados ante tanta elegancia, nos quedamos unos microsegundos admirándolos, pero cuando un resoplido de ellos logró sacarnos de nuestro estupor, veloces, nos subimos a su lomo. Antes de que pudiera parpadear, ya estábamos en el aire, con una vista perfecta de los árboles que nos estaban indicando el camino.

Entonces, otra brisa hizo acto de presencia. Fue como una suave caricia, como un susurro. Enseguida identifiqué que se trataba de uno de los árboles:

<<Mi señora está en peligro, os necesitamos. No sabemos cuánto podrá aguantar>>.

Los dragones tuvieron que oír lo mismo que nosotros, pues, moviendo con más rapidez sus alas, enseguida vimos que estábamos a una distancia bastante considerable. El más rápido de todos ellos era Altair, que iba en cabeza, con Anna, no sentada a su lomo como los demás, sino de pie, con su espada en mano, como hizo anteriormente. Su melena rubia danzaba al compás del viento. En esos momentos no me di cuenta de por qué estaba en esa posición, pero lo comprendí cuando vi que alzó las manos. Un tornado hizo acto de presencia y se lanzó hacia un punto que no logré ver, pero un gemido de dolor me hizo comprender que había dado de lleno a un enemigo.

Los tornados empezaron a aparecer de manera violenta. Pude contar tres, los cuales estaban parados esperando órdenes de Anna, que estaba furiosa, demasiado furiosa. Un grito de parte de ella hizo que clavara mi mirada en el mismo punto que ella, y entonces vi más demonios haciendo acto de presencia.

—Malditos seres... Qué pena que no os hubierais extinguido del todo —masculló Anna, escupiendo las palabras con evidente molestia.

Había diversos demonios, cada cual de un color distinto: azul, rojo y violeta. No logré saber el porqué de sus colores; era algo extraño.

—Nunca había visto demonios de diferentes colores —me sinceré.

Jess, que estaba a escasos centímetros de mí, me miró. Una sonrisa se apoderó de su rostro.
—Los colores representan el pecado al que pertenecen. Los violetas son de la lujuria, los azules, los míos, los rojos, del orgullo, los naranjas, de la avaricia, los blancos, de la gula —hizo una pequeña pausa—. Los negros, de la pereza, los verdes, de la envidia... Los marrones... egoísmo —dijo con pena en su voz.

Le miré.

—¿Qué? ¿No os han dado clases básicas sobre los demonios? ¡Vaya mierda de escuela! —gruñó.

Mi mirada de nuevo se clavó en los demonios que estaban ante nosotros. Los colmillos de ellos eran afilados; veía sus vetas de diversos colores, los cuernos retorcidos y la forma sádica en que nos miraban. Tragué saliva ruidosamente.

—No les tengas miedo, por desgracia lo huelen a kilómetros —me advirtió Jess—. Ten cuidado o se aprovecharán de ti, de tus debilidades, de tus mayores miedos para llevarte a su terreno —avisó.

Asentí. Aunque lo veía demasiado difícil, puesto que el miedo era un sentimiento incontrolable, difícil de explicar. Aunque es cierto que el miedo era un sentimiento negativo, a veces, por miedo, podíamos adquirir valentía para enfrentarnos a lo que fuera necesario, y más por las personas que apreciábamos y queríamos. Ninguna emoción era positiva o mala, era simplemente el hecho de cómo podíamos gestionarla, cómo hacerle frente para que no nos asustara.




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