Me quedé parada al observar lo que tenía delante. Parpadeé varias veces, intenté pellizcarme pensando que quizás era una ilusión que había provocado Elyan. Miré repetidas veces; me parecía un espejismo, una ilusión, como si estuvieran jugando con mi mente. Pero claro, yo no la había conocido, no sabía cómo era, no la recordaba. Entonces, ¿cómo él lo sabía? ¿Cómo lo había usado? Los ojos me picaron, y di gracias a los dioses de que Holden no estuviera delante. Di gracias a los dioses porque Asia no la hubiera visto.
—Es igual que ella, ¿verdad? —dijo Elyan sin apartar la mirada de la persona que tenía delante.
—¿Por qué? —pregunté sin apartar la mirada de la castaña.
—Porque ella no merecía morir, necesitaba vivir; le quitaron la vida sin compasión.
Esa justificación no me gustó. Si bien es cierto que su muerte había sido innecesaria, no quería imaginarme lo que eso conllevaría, lo que los dioses nos harían.
—¿Sabéis que estoy delante, verdad? Os entiendo todo lo que decís, sé lo que estáis pensando.
Dio un paso hacia adelante, alzó la mano y tres ramas surgieron del suelo colocándose detrás de ella, protegiéndola. Pequeñas flores adornaban su poder.
—Nilsa... —dije al fin, pronunciando el nombre de la persona que tenía delante.
—Sí, soy yo. ¿Dónde está Gaia? —preguntó Nilsa mirando con desafío a Elyan.
Su apariencia era de una niña de ocho años, pero había oído historias de que algunas resurrecciones implicaban eso: haber nacido de nuevo. Otras, sin embargo, seguían teniendo el mismo aspecto que el día en el que dejaron este mundo y se unieron a Hades.
—Nilsa, primero debemos hablar —otra voz. Me giré, y un grito salió al fin de mi boca al ver a Pearl, la madre de Acua, al lado de ella.
—Eres un puto cabrón miserable —lloré al ver las dos personas que tenía delante—. ¿Quieres hacer daño a tu madre? ¿Quieres hacerle daño a Holden? —mi voz sonó temblorosa; mi cuerpo daba pequeñas sacudidas a causa de lo que estaba presenciando.
—No, simplemente ellas no merecían morir —repitió lo mismo.
Esto ya pasaba de lo oscuro a lo macabro, esto era demasiado, incluso para él. No quería ni pensar en cómo reaccionarían los demás cuando la vieran. Me imaginé a Holden llorando, a Egares de rodillas al ver a su mujer, a Acua desencajada mirando a su madre y maldiciendo a las Moiras por lo ocurrido. No, eran demasiadas cosas, y la presencia de ellas simplemente era un recordatorio doloroso del pasado, algo que hacía tiempo ya estaba enterrado y que él había desenterrado y sacado a la luz.
Entonces, si Nilsa estaba despierta, ¿qué pasará ahora? ¿Qué es lo que harán los dioses? ¿Qué hará Helios al saber que ella estaba viva? No lo sabía, y solo implicaba más problemas de los necesarios.
—¿Dónde están nuestras hijas? ¡Habla! —sentenció Pearl con la misma severidad que Acua.
La madre de Acua, a pesar de su forma infantil, tenía la misma esencia que ella. Su cabello largo y sedoso como el coral del mar, sus ojos grandes de un intenso azul, un azul que te hacía olvidar respirar; su piel perfecta, blanca, sin ningún tipo de mancha, sin ninguna imperfección, me hacía recordar a ella, a Acua: hermosa, letal. Nilsa, como era lógico, era una copia exacta de Asia: cabello largo castaño oscuro, ojos grandes y de un marrón igual de oscuro, y su piel bronceada, con un extraño sello que no logré descifrar. La única diferencia que tenía con Asia eran sus orejas, pues las de Nilsa eran puntiagudas como las de las elfas. Ambas iban ataviadas con una especie de vestido blanco. Lanzaban miradas llenas de odio, de poder, de saber que, si ellas quisieran, podrían destrozar todo lo que estaba dentro de este sitio. Por algo habían sido las grandes reinas, por algo los del pueblo las habían añorado y llorado durante tantos años.
—Yo os di la vida —dijo Elyan apretando la mano con fuerza—. Y yo te la voy a arrebatar —amenazó Nilsa con una expresión tan parecida a la de Holden que logró que un escalofrío se apoderara de mí.
Iba a decir algo cuando ramas adornadas con flores atacaron a Elyan. Este las esquivó, pero de nada sirvió: las ramas lo buscaban. Era muy parecido al ataque que usaba Asia, pero la diferencia estaba en que, mientras él esquivaba las dos ramas, había otra detrás, sigilosa, sin ser vista. Antes de que él pudiera darse cuenta, aquella rama lo cogió del cuello. La mano de Nilsa estaba alzada; poco a poco empezó a apretar el puño, haciendo que la rama se ciñera al cuello de él, impidiendo que pudiera respirar.
—Te mataría en estos momentos, pero no deseo que mi mejor amiga llore tu pérdida. No se lo merece, no se merece tener un hijo como tú —dicho eso, movió la mano y, al mismo tiempo, el cuerpo de Elyan se movió. Soltando el puño, logró que Elyan acabara estampado contra la pared de la cueva.
Anna y Yulen, que lo habían presenciado todo, se quedaron con la boca abierta, mirando a las dos figuras poderosas que habían noqueado a alguien solo con un movimiento. Pearl, que se había mantenido al margen, tocó el suelo, cerró los ojos y, sin más, dijo: