La Reina Del Fuego-Segundo Libro-

Capítulo 51

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Mi energía se desbordaba con cada paso que daba. Todo lo que estaba a mi alrededor caía como ceniza, consumido por las llamas de mi ira. Me daba igual llevarme a todos por delante; me daba igual que hubiera gente ajena a esto; me daba igual muchas cosas. Pero mi parte elemental, esa que me encantaba, esa que me daba el poder necesario para hacer frente a todo, quería venganza. Quería venganza por lo que le habían hecho a Asia. Quería venganza por Anna, que estaba tirada en el suelo, sin poder levantarse. Los dragones que estaban alejados me contemplaban; ni siquiera ellos se atrevieron a decirme nada, y lo agradecí. Mi objetivo era evidente: él. Sí, lo quería a él muerto, consumido por mis llamas, devorado por mi ira provocada por su existencia.

Nilsa, que estaba aún escondida, asintió lentamente, analizando la situación desde la distancia. No hizo ningún movimiento; me obedeció, al igual que Pearl. No era buena idea que ambas se hicieran presentes, no cuando la situación podía empeorar, y me negaba a que eso pasara.

—¿Por qué? —pregunté en un gruñido.

Las llamas ya me cubrían por completo. No sentía dolor, ni siquiera una quemazón. No, me sentía segura. Me sentía en mi lugar.

Él solo me miró. Llevó un dedo a la barbilla, sin apartar la mirada de mí. En esos momentos me sentí como objeto de sus experimentos, lo que hizo que mi evidente ira creciera aún más. Oía la voz de las llamas. Oía a mi elemento pidiéndome, mejor dicho, suplicándome que acabara con él. Había hecho daño a mis seres queridos; no merecía perdón ni clemencia.

—Es curioso. Los elementales, cuando están a niveles altos a causa de su poder, transmiten una energía tan antigua y ancestral como la de los dragones y otros seres que he revivido. Me parece curioso. Quizás por eso sois los elegidos como reyes, y no otros —explicó.

Abrí los ojos de par en par.

—¡Cállate! —le lancé una de las llamas.

Él la esquivó como si nada. Ni siquiera uno de sus cabellos azul verdoso terminó chamuscado. En pocas palabras, era frustrante.

Sus ojos se dirigieron a las llamas que salían por toda la sala. Inmediatamente se clavaron en un punto fijo. Por un momento, su rostro se transformó. Vi el miedo en sus ojos, y eso fue suficiente para mí. Un error, y ya sabía dónde debía atacar.
Mis ojos siguieron su mirada. Observé el pedestal, protegido por una barrera mágica. Eso hizo que esbozara una sonrisa.

—Todos tenemos puntos débiles —me reí.

Este apretó la mandíbula:

—Esto es entre tú y yo, nada más, nadie más.

De nuevo sus ojos fueron hacia Asia. Apretó los puños.

No comprendía por qué había reaccionado de ese modo, dado que él había sido quien había hecho que Asia acabara de ese modo: herida, casi sin fuerza. Holden no se apartaba de ella, la sujetaba como si su vida dependiera de ello, haciendo que una punzada de dolor se apoderara de mí. Había sufrido demasiado, había visto demasiadas pérdidas de las personas a las que más había querido; no me quería imaginar cómo se estaba sintiendo en esos instantes al ver a Asia de ese modo.

—¿Respira? —preguntó Elyan, mirando a Holden.

Este se colocó a Asia en su hombro y, chasqueando los dedos, veinte ramas surgieron del suelo, abalanzándose sobre él.

Para mi sorpresa, tampoco puso mucho ímpetu en apartarse cuando Holden le estaba dando con las ramas. Solo miraba el cuerpo de Asia, el cual se movía al compás de los movimientos de su abuelo. Vi que la estaba sujetando con demasiada fuerza; posiblemente le haría algún morado, pero era eso o que cayera al suelo, y sería peor.

—Le estás haciendo daño —bramó Elyan, lanzando una esfera oscura hacia Asia.

Holden lo esquivó, pero no lo suficiente, pues la esfera cogió a Asia y la atrajo hacia Elyan. El cuerpo de Asia cayó en sus brazos, acunada. Él la miró un momento y pasó sus manos por su cuerpo. De repente, todos los golpes desaparecieron, todos ellos, y su respiración se tornó normal.

—Perfecta... —susurró, un susurro que solo yo pude oír.

Eso logró que un escalofrío se apoderara de mí. ¿Qué tenía Elyan con Asia? No lo sabía, pero me negaba a dejarla en brazos de él. Le lancé una llama que le dio de lleno en el brazo, haciendo que soltara a una de ellas, lo justo para que las ramas de Holden envolvieran el tobillo de esta y la llevaran nuevamente hacia él, quien la cogió como si fuera su posesión más preciada.
—No vuelvas a tocar a mi nieta, no con esas manos sucias y emponzoñadas —gritó con evidente furia.

Seguí atacando a Elyan con todas mis fuerzas, pero él esquivaba todo, lanzándome ataques que, sin duda, no eran propios de los ángeles. Vi las esferas negras, grandes y suspendidas en el aire, pero estas eran diferentes a las que había usado con Asia. Sí, muy diferentes, porque la que había utilizado para ella era para llevársela consigo, mientras que las que me estaba lanzando a mí eran para matarme.




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