La Reina Del Fuego-Segundo Libro-

Epílogo

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ACUA
No me gustaban las fiestas, odiaba ser el centro de atención, odiaba que las personas me mirasen, odiaba ser la reina. Intenté mantener una buena imagen, fingir, sí, fingir siempre se me daba bien. Era simple y sencillo: una sonrisa pequeña, una mirada decidida y una contestación educada para que nadie dijera nada de mí. Parecía fácil, pero al principio me costaba, me costaba tener que fingir que era digna de ser reina, me costaba fingir que todo lo que estaba a mi alrededor no me asqueaba, no dolía. La única que lograba que eso no pasara era Asia.

La miré de lejos, contemplé cómo sujetaba la mano de Aston. Se había recuperado enseguida. Estaba hermosa con su vestido verde ajustado, con esa sonrisa verdadera que solo ella podía mostrar. Era demasiado perfecta, tanto que podía incluso ser delito.

Tras la batalla que tuvimos contra Elyan, fue sentenciado a permanecer en la cárcel de Astra. No había sido la decisión más correcta, en mi opinión merecía morir, pero no quise entrar en debate. No quería hacerle daño a la madre de Yulen ni a él, por eso, como miembro del consejo, acepté a regañadientes que así fuera, que permaneciera en la cárcel de Astra.

Según habían dicho, era la opción más factible, puesto que Asia era la que más había sufrido. Tuve que morderme la lengua para no discrepar sobre eso; siempre lo hago. A veces mis comentarios podían ser mordaces. Holden aún no se creía que Nilsa estuviera a su lado... ni siquiera yo podía hacerme a la idea de que mi madre estuviera allí. Pero no me alegré; estaba vacía. Me habían hecho así: insensible, sin un ápice de empatía. Mucha gente en mi situación estaría saltando de alegría al ver que su madre estaba viva. Incluso Asia, que no la había conocido, se alegró de tenerla con nosotros nuevamente, aunque se notaba que la relación estaba un poco dañada y tenía falta de confianza.

Jormunad, por otro lado, había ocupado el puesto que le pertenecía como rey de los dragones. Ahora se nos hacía extraño tener a esos seres pululando por los aires, custodiando los reinos. Sí, todo había sido un caos, pero yo no podía demostrar nada. Yo debía ser firme... debía ser una reina.

En esos momentos me hallaba en Estron, acudiendo a la coronación de Fire. Ya no iba a ser princesa, ahora iba a ser reina. Era aún más extraño, si eso era posible. Observé que iba con un traje ajustado de color rojo con bordados de color naranja.

Se le veían los hombros, y su cabello rizado estaba recogido en un perfecto moño que dejaba al descubierto su esbelto cuello.

Era hermosa, igual que Asia, pero la belleza de Fire era distinta, quizás más salvaje, quizás más intensa. Tragué saliva, bebí un sorbo de la bebida que sujetaba en las manos. No podía beber mucho, solo mojarme los labios. No podía parecer una borracha delante de todos, aunque, claro, viendo a Yulen, a veces me planteaba si no era una buena idea... Se le veía feliz y ajeno a todo el sufrimiento.

Me coloqué enfrente de la pista. Ya estaban colocando las coronas a sus respectivos reyes. Una horda de aplausos resonó por toda la sala de fiestas, haciendo que todos vitorearan: “¡Viva el rey de los dragones! ¡Viva la reina del fuego!”. Sí, en cualquier caso, todos estaban de fiesta, todos estaban felices, menos yo.

Sentía algo, algo que me impedía estar relajada. ¿Instinto, quizás? Pero algo se avecinaba nuevamente.

—¿Te lo estás pasando bien? —me preguntó Holden. Vi que sujetaba a Nilsa en brazos; aún era una niña, se parecía demasiado a Asia, menos por las orejas.

—Sí —es lo único que pude decir. Y me fui. Me agotaba entablar conversación y, más aún, conversaciones triviales.

Anduve, pero entonces, una corriente eléctrica se apoderó de mí. De repente algo sacudió el castillo. Todos gritaron. Los guardias hicieron acto de presencia, esperando a que viniera el enemigo. Yo me fui con ellos, igual que todos los demás.

Las ventanas se rompieron. Millones de pedazos se esparcieron por el suelo. Una figura oscura y encapuchada hizo acto de presencia. Chasqueó los dedos e hizo que a tres guardias les explotara la cabeza.

—Me parece descortés no haber invitado a otro rey a la fiesta, pero os perdonaré. No sabíais que estaba vivo —se quitó la capucha.

Vi a un hombre de cabello negro como la noche, ojos rojo sangre. Pude divisar dos colmillos que sobresalían por sus labios.

—Me presentaré: soy Zarokh, el rey de los demonios, y vengo a por ellas —dijo, señalando a Anna y a Asia.

Todo pasó muy rápido. Antes de que me diera cuenta, unas cuerdas sujetaron a Asia y Anna. Todos acudimos en su ayuda, pero no nos dio tiempo, pues, de repente, una nube de polvo negra apareció en la sala, y con ella, se llevaron a Asia y a Anna.

—¡QUIERO A TODOS LOS SOLDADOS HABIDOS Y POR HABER! ¡ES UNA ORDEN! —bramó Fire, furiosa.




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