La reina del sur

Capítulo 6

Respiro profundamente antes de abrir la puerta del cuarto en el que me encuentro. Al hacerlo me recibe ese olor familiar a taberna, el olor a cerveza y otras bebidas alcohólicas. Siento un escalofrío recorrer mi columna vertebral. Me agarro de la pared. Siento las protuberancias de la madera, deberían hacer reformas. Hace tiempo que la taberna se debilita y un día, no muy lejano cederá. Me agarro del pasamanos para no caer. Me tiemblan las piernas al pensar que estoy de vuelta en Alddea, aunque no sea la de antes, aunque ahora pertenezca al norte. Los recuerdos siguen vividos en mí, no solo en mi cabeza sino también en mi cuerpo. Estoy aterrada pero no lo admitiré en voz alta.

El bullicio de la gente va haciéndose cada vez más presente, más fuerte. Me siento flaquear, como si fuese otra vez esa chica de diecisiete años a la que habían lanzado a aquel lugar sin una sola explicación. Vuelvo a ser esa novata llena de miedos e inseguridades. Vuelvo a estar sometida al amuleto de Ameba.

Con temblor en mi manos empujo la última puerta y entro a la taberna. Aunque es igual, el ambiente se siente diferente, menos cargado mucho menos tenso. Siento que me ahogo pero aún con eso obligo a mis pies a moverse y a entrar al lugar.

– ¿Se encuentra mejor? – veo a la mujer que me pregunta. Tiene una sonrisa encantadora.

– ¿La conozco?

– No, pero conozco a sus amigos. – me sigue sonriendo y me obligo a devolverle la sonrisa. – Ellos estaban muy preocupados por usted.

– Imagino. – digo medio ahogada. – ¿Sabe donde están?

– Si, están comiendo. – ¿no se cansa de sonreír? – Sígueme.

Sigo a la mujer, ella me hace paso y silenciosamente se lo agradezco, no quiero tocar a ninguna de estas personas. Me siento tan extraña en un lugar que fue mi “casa”, aunque siempre lo vi como una cárcel. Incluso cuando él murió, aunque no me devolvieron a palacio volví a estar en el punto de mira y siempre había un guardia detrás mí vigilando que no escapase.

– Señorita, ¿me escucha?

– Lo siento, ¿Qué decía?

– Aquí están.

– Gracias.

No miro a ninguno de los cazadores, ni siquiera soy capaz de mirar a Brien. Miro a mi alrededor desconfiada, siento que en cualquier momento va a aparecer un guardia con el escudo de Alddea para decirme que todo lo que he vivido en estos meses ha sido solo un sueño y que sigo siendo parte de su corte, que sigo siendo la tabernera y la puta de la corte.

Obligo a mis manos a dejar de temblar, me obligo a respirar con normalidad, obligo a mi corazón a latir con normalidad. Obligo a mi mente a dejar de pensar en todo lo tormentoso. Le suplico que volvamos a tener la mente fuerte que teníamos en Preim, aunque parece algo demasiado difícil tanto para ella como para mí.

– ¿Se fueron? – les pregunto aún sin mirarlos.

– En cuanto llegamos a la frontera. – identifico la voz de Ivar. – ¿Eres consciente de lo pode…?

– No lo digas, hay demasiada gente. – lo encaro, su mirada luchando contra la mía. – Solo piénsalo, solo para ti Ivar.

– Entendido.

Escucho las risas de la tabernas, el chocar de las jarras de cerveza y por fin me atrevo a mirarlos a todos. Brien me sonríe con tranquilidad, como intentando darme la fuerzas que me faltan. Daven no sonríe pero sus ojos me dicen todo lo que no me dice él, el miedo que ha pasado y su alegría al saber que estoy bien, al menos viva. En estos momentos no puedo afirmar que esté bien.

– ¿Quieres comer?

– Debería hacerlo. – le respondo a Nossen. – Llama al camarero por mí.

Espero con paciencia, con ansiedad recorriendo mi cuerpo. Vuelvo a tocar las dos dagas que llevo a la cintura y acaricio la daga que me dio mi madre. Cierro los ojos por unos segundos, recreo su cara para darme tranquilidad. Abro los ojos cuando siento una presencia fuerte a mi lado. Subo la mirada para ver a un chico, seguramente de la edad de Daven, su piel tan oscura como la mía. Sus ojos tan oscuros como los del sur.

– ¿Qué desea?

– ¿Eres del sur?

– Del oeste señorita. – me sonríe y genuinamente le devuelvo la sonrisa. – ¿Ha estado alguna vez? – niego con la cabeza.

– No, pero tenía un buen amigo. – recuerdo a Louis. – Quiero la especialidad de la casa.

– Por supuesto, enseguida estará. – se marcha después de hacer una pequeña reverencia.

Sigo al chico hasta que se pierde entre la multitud. No es un chico excepcional en apariencia, más bien es alguien que podría pasar desapercibido, con una mirada dulce e inocente y una altura no mucho mayor que la mía, delgado quizás un poco menos que yo. Pero tiene algo, tiene ese algo, y si mi intuición no falla es un validus.

– Es un cazador del oeste.

– ¿Quieres hablar con él? – asiento a la pregunta de Gerd.

– No lo pierdan de vista hoy.

Vuelvo a mirar la taberna cuando siento que mi mundo se paraliza, suplico que su mirada no se cruce con la mía pero mi suplica no es escuchada. Su mirada oliva se cruza con la mía oscura, me sonríe de esa forma que tanto me perturbó por años. Y se acerca, siento que lo hace a cámara lenta. Mis manos tiemblan con una violencia sobre humana, todo en mi cuerpo pide que huya pero no lo hago, claro que no. Porque ya no soy esa niña, soy una asesina, y él es un cabo suelto con el que pienso acabar.

– Pensé que mis ojos me engañaban. – sonríe cuando está frente a mí. – Némesis Yreis, la asesina del primo del príncipe.

Me levanto de mi silla, enderezo mi espalda, sigo siendo más pequeña que él pero eso no impide que mi presencia se note. Me mira, lo hace y sé que ya no ve a esa niña, sabe que ya no hay nada de él que pueda darme miedo. Mira mi mano, buscando rastro de mi amuleto, vuelve a mirarme al no encontrarla. Sonrío con maldad.

– Uren Vinelo. – digo despacio. – Puedes agregar a mi lista de asesinatos el del príncipe y toda la corte de Alddea. – sonrío.




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