Tiempo atrás, en la época medieval...
El hombre alto y de cabello blanco volvió a dar otro estruendoso golpe a la gran piedra que se ocupaba de una especie de mesa, sus ojos rojos brillaban de enojo y todos los presentes voltearon a verlo.
—Necesitamos tener orden, señores. Sino, nunca llegaremos a nada. —Dijo el mismo, con voz gruesa y dura.
Lo quedaron mirando, nadie decía nada. Esperaban que fuera él quien dijera algo.
—No hay propuestas coherentes, Argus— Alguien dijo, después del breve silencio. Un hombre, que parecía joven; musculoso, moreno y de ojos dorados brillantes —. Nos estamos extinguiendo, los únicos sobrevivientes somos los que estamos presentes en éste lugar.
Siguieron en silencio, todos con expresión pensativa y preocupada. Mientras Argus, el sujeto de ojos rojos, mantenía la vista fija en el muchacho que acababa de hablar. A diferencia de los otros, él parecía totalmente relajado.
Estaban en el interior de una caverna, las antorchas era numerosas y proporcionaban luz suficiente, se estaban ocultando.
Eran aproximadamente cien presentes en ése lugar, cincuenta pertenecientes a un bando, cincuenta a otro. Ambos bandos, separados por la gran piedra-mesa.
—¿Porqué están tan asustados?—Preguntó Argus, haciendo un fuerte eco —Ninguno de nosotros está derrotado.
El de ojos dorados, y los demás que estaban detrás de él lo miraron con sorpresa e indignación. Entre la oscuridad de la caverna, los globos oculares dorados de todos ellos resaltaban por mucho.
—¿Que no ves?— Alzó la voz hacia el de ojos rojos —Sólo quedamos nosotros y los tuyos. ¿Y dices no llamarlo derrota? Durante siglos ambas especies se sumaban en enormes cantidades y ahora por ésos malditos sólo quedamos los que ves aquí, ahora.
Varios murmullos se dejaron escuchar.
—Elián— Llamó Argus —. ¿Porqué no ves que ante todo esto hay una simple solución? Somos suficientes para... Un nuevo comienzo.
Elián frunció el ceño y volteó hacia varios lados, pensando.
Entonces de nuevo dirigió su vista hacia Argus.
—En todo el mundo...
—Es posible.
—Puede que ellos nos alcancen antes de seguir creando.
—Por algo los vampiros somos rápidos— Dirigió una rápida mirada hacia los que se encontraban detrás suyo, a los de mirada carmesí—. Y los lobos astutos.
—Argus...
—Elián— La voz de Argus era más firme —, ambos, todos nosotros debemos darnos prisa.
Elián pasó saliva y apretó los puños. A nadie le agradaba la idea de los vampiros y lobos trabajando en equipo, pero en ésa ocasión era necesario e importante.
—La princesa Alisa estará al cuidado mío— Repuso Argus, separándose de la piedra —. No sé tú Elián, pero recomiendo que a tu querido príncipe lo tengas bajo estricto cuidado si no quieres que los cazadores también lo encuentren.
Elián soltó un un pesado bufido. Pero después de reflexionarlo más, el lobo aceptó asintiendo con la cabeza, sin siquiera voltear a ver al vampiro.
Argus se alejó de la multitud, las voces se hicieron más fuertes dando por hecho que ésa reunión había terminado.
Casi a la entrada de la caverna, estaba una mujer, pálida, su cabello rizado y negro. Sus rojos ojos enfocaron a Argus.
—¿Porqué ésa expresión triste Alisa?— Preguntó él una vez más cerca de ella.
No respondió al principio, se cruzó de brazos.
—Todo esto se volvió muy complicado, padre... ¿Que pasa si no se logra todo esto a tiempo? Los cazadores son...
—Son unos tontos—Puso ambas manos en los hombros de la chica —, lo lograremos y los vampiros sobrevivirán, la naturaleza de nosotros volverá a la normalidad.— Se acercó a su oído, para susurrar —: Para eso necesitaré tu ayuda principalmente.
Ella se alejó un poco. —¿El... Compromiso?
Argus asintió lentamente —Y sobre todo... Tendremos que adelantar a mi futuro primer nieto.
Alisa se sonrojó y abrió más los ojos —Pero... Padre, ¿porqué?
—¿Crees que después de esto tengo confianza en los lobos?— Ella desvió la mirada mirando el vacío —Vamos cariño, siempre hemos estado a un paso delante de ellos... Ésta vez no será diferente.