No sé en qué momento actuar; debo esperar al instante adecuado para salir de casa e iniciar mi aventura, pero papá está despierto. Lo escucho moverse en la cocina, preparando su café como cada mañana. Su rutina es como un reloj: taza, café, dos cucharadas de azúcar, un chorrito de leche, y luego se queda mirando por la ventana un par de minutos, como si estuviera pensando en mil cosas a la vez.
Estoy en mi habitación, sentada en la orilla de la cama con la mochila de conejo lista. Cada cosa está en su lugar: mi cuaderno con las direcciones, el diario de mamá, el suéter por si hace frío, la manta para Vainilla, mis ahorros, el impermeable y la rosa de mamá, aún dentro de su botella, con la tapita cuidadosamente cerrada.
Mi corazón late tan rápido que siento que podría escaparse de mi pecho y delatarme. Vainilla me mira desde la alfombra, moviendo la cola con suavidad, como si supiera que estoy a punto de hacer algo, digamos, imperdonable. El señor Avestruz está sentado en la cama, en su posición de siempre, observándome con esos ojitos que todo lo juzgan.
Escucho la taza de papá posarse sobre la encimera y sus pasos dirigiéndose a su habitación. Es mi oportunidad.
—Shhhh, Vainilla —susurro mientras me pongo el suéter y me cuelgo la mochila al hombro—. No hagas ruido.
Abrimos la puerta de mi habitación con cuidado. El piso de madera cruje un poco y contengo la respiración. Papá ya debe estar dándose un baño, como siempre. Paso de puntillas, como una ladrona de madrugada, y Vainilla me sigue sin hacer un solo ruido, como si realmente entendiera la misión. Rápidamente tomo el collar y la correa, se la coloco a Vainilla y suspiro por un momento.
Tomo una hoja y escribo mi mensaje para papá:
Me fui de aventura con Vainilla.
Al llegar a la puerta principal, me detengo. La abro muy, muy despacio... y el aire fresco de la mañana entra como una bienvenida. Estas serán las vacaciones de trimestre más locas y divertidas de mi vida.
—Vamos —le digo a Vainilla mientras salimos—. La primera parada es la cafetería Golden Cup Coffe.
El mundo se siente más grande cuando estás sola. Incluso las calles de siempre, las que conozco de memoria porque he caminado con papá mil veces, parecen distintas. Es como si todo se hubiese estirado un poco, como si los edificios y los árboles se hubieran puesto de puntillas solo para verme pasar.
Al principio, mis pasos son tímidos, como si no quisiera que el suelo se diera cuenta de que me fui sin permiso. Me aferro a las asas de mi mochila de conejo y miro a ambos lados en cada esquina, no solo por precaución, sino por la emoción que me late en el pecho. Una mezcla de miedo, nervios y algo parecido a libertad. Como cuando estás en la cima de un tobogán y sabes que no puedes volver atrás.
Vainilla camina a mi lado con la lengua afuera, feliz de salir temprano. Su cola se mueve como una antena emocionada y eso me da un poco de valentía. Le acaricio la cabeza suavemente.
—No te alejes, Vainilla —le digo, a pesar de que sé que nunca lo haría.
Cruzo la calle y camino hasta la parada de autobús más cercana, esperando a que llegue un bus que me deje cerca de la cafetería. Vainilla se sienta en la vereda, mirando a su alrededor. Algunas tiendas cercanas están recién abriendo, con letreros encendidos parpadeando como si también despertaran. Huele a pan caliente y eso me hace pensar que no desayuné... pero no importa. Ahora lo único que importa es llegar a mi destino.
Saco el diario por un momento y leo la siguiente fecha a la última que leí:
30 de agosto de 2014
Este sábado ha sido bastante extraño. Mi madre y el viejo no me han molestado ni me han hecho las preguntas de siempre; creo que puedo decir que tengo paz total por un día completo y espero que se mantenga así.
Aproveché para ir un momento a dar una vuelta por la ciudad. Mi madre me dijo que tuviera cuidado en la calle y el viejo... él solo me dijo que te vaya bien, de una manera seca. Admito que he sido cruel con ellos, pero una parte de mí me dice que fue necesario, que por lo menos así tendría mi espacio y tiempo solo para mí.
Sin embargo, tengo miedo de que esto escale a mayores y cree una pared invisible entre los tres. Me pregunto si valdrá la pena esto o solo estoy cavando mi propia tumba.
Parece que a mamá le molestaba ser así con mis abuelos, pero mamá nunca ha sido mala, lo sé; porque, en primer lugar: ¿qué motivos tendría ella para ser mala? ¿Por qué me tuvo si era mala?
Tal y como dijo papá, ella necesitaba desaparecer del mundo y estar sola.
A lo lejos, veo el autobús. Tenía en una de las ventanas carteles con los destinos. Guardo nuevamente el diario, con miedo le hago señas para que estacione y, tomando mi mochila, subo con Vainilla. Camino por el pasillo hasta sentarme. Luego saco de mi monedero treinta centavos y pago.
Sentada, observo por la ventana las casas y tiendas que se alejan con rapidez ante mis ojos, y a las personas como muñequitos caminando por las veredas, algunos usando traje y maletín, otros con ropa casual y mochila. Tal vez ellos también están en una aventura como yo.
Saco el cuaderno donde anoté las direcciones de los lugares que mamá visitó y donde están sus dibujos. Leo con atención la dirección: "Cafetería Golden Cup Coffee, García Moreno y Av. 9 de Octubre 1508". Recuerdo vagamente que pasé por allí con papá y la abuela cuando me llevaron a comer a la calle cuando cumplí cinco, hasta que llegamos a un parque grandote donde había una estatua enorme; según papá, era el monumento a los próceres del 9 de Octubre o o algo así.
Editado: 28.04.2025