La Sabaneta no solo era un centro de reclusión, sino un negocio multimillonario. Desde el tráfico de armas y drogas hasta la venta de "privilegios", cada aspecto de la vida dentro del penal tenía un precio.
Las tarifas impuestas por los pranes
Para sobrevivir en La Sabaneta, los reclusos debían pagar constantemente. Algunos de los cobros más comunes incluían:
Los que no podían pagar eran obligados a realizar trabajos forzados para los líderes criminales o, en el peor de los casos, asesinados como advertencia para los demás.
El rol de los funcionarios corruptos
El control de los pranes no habría sido posible sin la complicidad de las autoridades penitenciarias. Guardias y directivos recibían sobornos para permitir el ingreso de contrabando y hacer la vista gorda ante las actividades criminales dentro del penal.
Algunos funcionarios incluso participaban activamente en el negocio, organizando extorsiones y vendiendo información a los pranes sobre operativos policiales o transferencias de prisioneros.
Las prisiones como centros de operaciones criminales
Desde dentro de La Sabaneta, se coordinaban extorsiones, secuestros y asesinatos en el exterior. Los pranes utilizaban teléfonos satelitales y redes de sicarios para operar fuera de los muros de la prisión.
El sistema carcelario no solo no rehabilitaba a los presos, sino que los convertía en piezas clave del crimen organizado.
Testimonio de un exfuncionario penitenciario
"Las cárceles no eran lugares de castigo, eran oficinas del crimen. Desde dentro, los pranes seguían dirigiendo sus negocios con total impunidad."
Mientras el gobierno hablaba de reformas, La Sabaneta se mantenía como un imperio del crimen, donde el dinero dictaba quién vivía y quién moría.