Todavía era de noche cuando la tortuga despertó. Estaba en la playa, a la orilla de ese mar. Se había quedado dormida a causa del esfuerzo que había realizado, se sentía cansada y débil, y por más que lo intentara no podía darse cuenta donde terminaba el cielo y donde comenzaba el mar; unas olas diminutas se arrugaban y se desarrugaban al llegar a la orilla, y al hacerlo enterraban las patas de la tortuga en la arena. El viento levantaba una espuma blanca y fosforescente en el aire, y aquel rugido le hacía pensar en su amigo el tigre. De vez en cuando alguna ola más grande la envolvía por completo, y su caparazón quedaba, por algunos segundos, oculto por telarañas de espuma brillante. Cuando el mar se retiraba, la tortuga lograba ver por un momento el cielo, que a esa hora de la noche era, todavía, de un solo color. La oscuridad del bosque, detrás de ella, avanzaba de a poco sobre la playa, y los peligros de la noche la mantenían en alerta. La tortuga volvió a mirar el cielo, y de pronto una luz blanca por encima del mar le llamó la atención. Aquello no podía ser el sol, aquel punto luminoso en el horizonte de pronto se hacía más y más grande, más redondo y más potente, tanto que la tortuga no podía dejar de mirarlo.
Mar adentro, un barco subía y bajaba con las olas, y de vez en cuando se balanceaba hacia los costados, pero otra vez recuperaba el equilibrio. La luz que había visto la tortuga desaparecía y volvía a aparecer. Dentro de aquel barco viajaban varios hombres. Eran cazadores furtivos. Y nadie sabía bien qué clase de animales estaban cazando en el mar. De pronto un bote se desprendió del barco, y minutos después, con el sonido del motor fuera de borda atravesando la noche, el bote alcanzó la costa donde estaba la tortuga. Así de rápido llegaron los cazadores a la playa. La tortuga pudo ver que los tres hombres estaban vestidos igual: mamelucos amarillos, guantes de goma, y botas de lluvia. Era la primera vez que la tortuga veía a humanos caminar sobre su playa, y algo dentro de ella le decía que esos hombres eran peligrosos. Los hombres bajaron del bote, dieron algunos pasos sobre la arena mojada, con sus linternas alumbraban hacia todas partes, hasta que uno de los hombres la encontró. La tortuga escondió la cabeza y las patas dentro del caparazón, como si de aquel modo pudiera volverse invisible, y se quedó inmóvil con la esperanza de que no la hubieran visto, o la confundieran con algo más. Sólo soy un feo caracol, pensó la tortuga, no soy más que una piedra tallada por las olas, un trozo de madera petrificada, eso lo que soy… ¡Que no se den cuenta que estoy acá! A través del hueco de su caparazón la tortuga vio como todas las linternas apuntaban hacia ella. No había escapatoria. Dos de los hombres lanzaron sobre su cuerpo una red para capturarla, y cuando la tortuga quiso darse cuenta ya estaba atrapada entre aquellas redes.
-Con esta será suficiente, escuchó decir a uno de los cazadores furtivos.
-¡Llevémosla al barco!, dijo el otro.
Y así fue como atraparon a la tortuga, la cargaron en el bote, el motor fuera de borda se puso otra vez en marcha y de inmediato se alejaron de la playa rumbo al barco que esperaba en alta mar.
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Editado: 15.06.2024