La lona se desprendió de la jaula, y después de dar varias vueltas la jaula se detuvo justo delante de donde estaba nuestra tortuga. El resto de las tortugas gritaron de miedo y corrieron hacia atrás. La luz en el techo proyectaba sombras aterradoras. Algo se movía en el interior de aquella jaula. La puerta se abrió. El Monstruo de las Profundidades quedaba libre, en la bodega del barco, donde estaban encerradas todas esas tortugas. ¡No había lugar donde esconderse, el Monstruo de las Profundidades las tenía a su merced! Pero nuestra tortuga se quedó allí parada, inmóvil, viendo unos ojos que brillaban dentro de la oscuridad de aquella jaula. El Monstruo de las Profundidades miraba también fijamente a la tortuga, como si fuese a atacarla en un instante, como si fuese a devorarla de un bocado. Ahora la luz que colgaba del techo comenzó a dejar de oscilar, el barco se sacudía cada vez menos. La tortuga pudo verlo mejor: el Monstruo de las Profundidades era distinto a cualquier otro animal que la tortuga hubiera visto antes: parecía un pájaro, pero no era un pájaro; parecía un pez, pero tampoco lo era. El Monstruo de las Profundidades salió de la jaula, balanceándose graciosamente hacia los costados, miró a su alrededor, y un momento después, con una voz amistosa y finita, dijo:
-Lamento mucho haberlas asustado…
Todas las tortugas se sorprendieron al escuchar su voz. Nuestra tortuga miró a aquel Monstruo de las Profundidades, vio sus patas amarillas y con forma de patas de rana, su pecho blanco igual a la espuma de las olas, sus aletas negras alrededor del cuerpo, su cabeza de ave con su pico anaranjado.
-No tengan miedo, dijo el Monstruo de las Profundidades. No soy un Monstruo… solo soy un pingüino...
Las tortugas se acercaron para escucharlo mejor.
-¿Un pingüino? preguntó una de las tortugas pequeñitas, ¿Qué es eso?
Y de pronto volvió a escucharse un pitido y entonces una pequeña luz roja se encendió en la aleta de aquel pingüino.
-¡Eso que tiene ahí es una bomba! gritaron las tortugas, y todas volvieron a esconderse en el fondo de la bodega.
-¿Esto? preguntó el pingüino con tristeza… No… No es una bomba. Es un rastreador. Y tarde o temprano a todas ustedes van a colocarles uno igual.
El pingüino levantó su aleta y mostró una pequeña caja negra que le habían colocado. Era un dispositivo de GPS, que marcaba el lugar exacto donde se encontraba quien lo llevara puesto. Luego el pingüino se bamboleó hacia los costados y terminó de salir de su jaula. Al ver que no había peligro, el resto de las tortugas se acercaron a él.
-¡Tenemos que huir de este barco! gritó una de las tortugas.
-¡Si! ¡Antes que nos coloquen un rastreador a nosotras también! Dijo otra tortuga.
-¡Eso es un imposible!, dijo la tortuga mayor, ¿O acaso se olvidan que allá afuera están los cazadores que nos atraparon…?
Todas las tortugas volvieron a quedarse calladas, y el silencio se hizo tan profundo que hasta podía escucharse el ruido del mar contra el casco del barco.
-Yo sé como escapar, dijo de pronto el pingüino.
Su voz era tranquila, demasiado tranquila para la situación en la que estaban.
-Mientras estuve encerrado en mi jaula tuve tiempo de pensar un plan…, y mirándolas a todas, agregó: pero para poder llevarlo a cabo ustedes tienen que confiar en mí…
Sin que se hubieran dado cuenta, se habían transformado en un equipo, dentro de aquella bodega, en medio de aquel mar enfurecido, porque entre el pingüino y todas esas tortugas ya comenzaba a forjarse esa clase de amistad que nace en los momentos más difíciles. Entonces las tortugas rodearon al pingüino, y escucharon con suma atención su plan…
#3358 en Fantasía
#1481 en Personajes sobrenaturales
animales magicos, amistad aventuras romances y misterios, novela infantil
Editado: 15.06.2024