Ahora regresarían a sus hogares, con sus amigos. Nuestra tortuga en especial buscaría al tigre para contarle de esta nueva aventura.
¡Sí que había monstruos marinos en aquel barco! pensó nuestra tortuga al sumergirse en la profundidad del océano. ¡Monstruos marinos de mameluco amarillo....!
El jefe de los cazadores tenía la mirada encendida, los ojos enojados, apretaba las mandíbulas con rabia, porque todas esas tortugas que habían atrapado ahora nadaban libres por el océano. El pingüino supo que volverían a encerrarlo en aquella jaula, lo taparían con esa lona que no le permitía ver nada, y quedaría otra vez inmerso en la oscuridad de la bodega de aquel barco. Entonces cerró los ojos, y sintió como las redes le apretaban el cuerpo. Su corazón latía con fuerza. Pero ya no estaría solo, puesto que todas aquellas tortugas que él había ayudado a escapar, de ahora en adelante, lo acompañarían para siempre.
Los otros dos cazadores se acercaron a su jefe. Uno de ellos llevaba todavía su pie metido dentro de un balde, y caminaba con dificultad. Querían ayudar a su jefe a subir al pingüino a cubierta, pero él los detuvo. Y mirando a nuestro pingüino que colgaba en el aire atrapado en las redes, el jefe de los cazadores dijo:
-No regresarás a la bodega, pingüino… ya te has escapado de allí una vez…
Los otros asintieron. Estaban furiosos, todos ellos.
-El rastreador de su aleta está en funcionamiento, dijo otro de los cazadores.
Uno de ellos se asomó por cubierta, vio al pingüino en el aire, moviéndose al compás del barco sacudido por las olas, y se fijó en su aleta. En efecto, el rastreador emitía a cada rato un pitido, y una luz roja se encendía.
-Funciona correctamente, jefe.
-Bien… entonces vamos a arrojarlo al agua, dijo el jefe de los cazadores furtivos.
Otro de los hombres tomó las redes, y con el pingüino adentro, arrojó todo al agua. Nuestro pingüino quedó flotando en el mar, dentro de aquellas redes que habían formado una especie de jaula que flotaba en el agua. Una soga gruesa comunicaba ahora su jaula acuática con la cubierta del barco, cosa de que nuestro pingüino viajara a la rastra por el mar hacia donde el barco lo llevase.
-Vas a quedarte allí, pingüino, flotando en el agua, hasta que lleguemos a nuestro puerto. Ahí vamos a venderte al mejor postor…
Los hombres festejaron las palabras de su jefe, y comenzaron a saltar torpemente y a cantar:
-Dinero, dinerito… solo eso necesito…
Y ahora con más fuerza gritaban y se abrazaban entre ellos:
-Dinero, dinerito… muy prontito seré rico…
Nuestro pingüino escuchó lo que cantaban los hombres, y sintió pena por ellos. Alzó la mirada, vio al cazador en jefe asomado por cubierta: sus ojos brillaban con malicia.
-Esta vez no podrás escaparte, pingüino… flotarás allí en esa jaula hasta que lleguemos a puerto… ¡Apuesto a que nos pagarán mucho dinero por un pingüino tan valiente…! Claro que sí… Eso será si no te descubre un tiburón antes… dicen que por estos mares los tiburones pueden detectar a una presa a miles de millas marinas de distancia…
Y el cazador en jefe comenzó a reírse con fuerza. Y el resto de los cazadores furtivos se rieron también con él.
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Editado: 15.06.2024