El pingüino vio a la gaviota muy divertida ir y venir por sobre su cabeza. Ella se elevaba unos metros en el aire y aterrizaba sobre la arena, y volvía a elevarse y volvía a aterrizar.
-Ahora podré regresar con mis compañeras, dijo la gaviota aliviada. Cuando las alcance, voy a pasarme el verano entero tirada en la arena y voy contarles acerca de todo esto, del mar, de los delfines, del barco de cazadores que te tenía prisionero… seguro que nadie tiene una historia así… ¡Ey, pingüino! ¡Voy a ser la más popular de todas las gaviotas!
El pingüino miraba seriamente más allá de su amiga: observaba con atención el bosque que circundaba la playa.
-Me temo que esta aventura no ha terminado aún, dijo el pingüino con voz de estar preocupado por algo. Debemos entrar, es por ahí.
La gaviota abandonó la fantasía con la que había comenzado a soñar despierta y prestó atención a lo que el pingüino decía.
-¿Vamos a entrar a ese bosque? Preguntó la gaviota asustada. Eso parece muy peligroso.
-Tal vez lo sea, dijo el pingüino. Pero debo encontrar a una tortuga. Ella es mi amiga, y es muy inteligente. Es mi única esperanza… Ella sabrá como podré librarme de este rastreador que me han colocado los cazadores furtivos en mi pobre aletita… Y mirando a la gaviota, el pingüino agregó:
-Ya puedes volar, gaviota, así que ahora regresarás con tus compañeras. Entiendo que no quieras acompañarme, de veras que lo entiendo. Puedes irte, de aquí en más continuaré solo… Y poniendo una voz aún más solemne, como si dijera un discurso frente a una multitud, continuó:
-Entonces me enfrentaré a los peligros que mi destino me depare, vaya a saber qué criaturas acechan en ese bosque… y seré valiente ante las terribles amenazas que pueda encontrar en mi camino...
El pingüino permaneció muy serio, y quieto, mirando de reojo a su amiga la gaviota, esperando que sus palabras la hubieran conmovido.
La gaviota pensó un momento. Luego extendió las alas y las vio durante unos largos segundos.
-Mucha suerte pingüino…, respondió indiferente la gaviota, espero que encuentres a esa tortuga que tanto buscas… y que ella pueda ayudarte con ese rastreador que llevas puesto…
La gaviota hizo una pausa, vio la cara de susto que tenía el pingüino al saber que de ahora en adelante se quedaba solo. Y al cabo de unos segundos agregó:
-¡Ey, pingüino! ¡Es una broma…! claro que voy a acompañarte, vamos, entremos a ese bosque, esa tortuga no debe andar muy lejos… además ya tengo hambre…
Y los dos atravesaron juntos la playa, rumbo hacia la penumbra de aquel bosque.
Lo que no sabían era que desde la oscuridad de los árboles, alguien los observaba. Un par de ojos brillantes siguieron los pasos del pingüino y la tortuga.
Eran los ojos de un tigre. Enorme, fuerte y salvaje, que los vigilaba.
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Editado: 15.06.2024