La sangre despierta

Capítulo 3 — El precio del silencio

La cena comenzó con brindis, música y palabras dulces. Una coreografía perfecta de sonrisas falsas y cuchillos envainados.

Elina se sentó entre sus hermanas, en una mesa tan larga como la historia de sus traiciones. Arlén, a su derecha, hablaba sin cesar sobre alianzas, poder, futuro.

Ella solo asentía. Sabía que vendría algo más.

Y llegó.

—Querida Elina —dijo la reina, con su copa alzada y una mirada cargada de intención—. Hoy celebramos no solo tu compromiso, sino también el anuncio de la sucesión real.

El salón enmudeció.

—He decidido —continuó— que **tu hermana mayor, Melisande**, será nombrada heredera al trono en la próxima luna llena.

Una sonrisa fingida decoró los labios de Melisande. Arlén apartó su copa, y Elina... tragó en seco.

—Estoy segura de que Elina lo entiende —añadió la reina—. Después de todo, no todos nacemos para mandar.

Unas risas suaves. Las damas aplaudieron. Arlén evitó su mirada.

***

Elina sonrió.

Por fuera.

Por dentro, algo crujió.

Recordó otra mesa, otra cena. Aquel día, su padre le dijo que ella tenía “alma de reina”. Ahora él estaba muerto. Y ella... reducida a una sombra decorativa.

Cuando el postre llegó —una copa de granada y crema negra—, Melisande se levantó con gesto teatral.

—Un brindis por mi querida hermana, por su... fortaleza silenciosa —dijo. Una criada apareció con una caja en terciopelo.

Elina supo lo que era.

La caja contenía el anillo que solía llevar su primer amor, Kael. El muchacho que su madre envió a morir en la frontera.

—Este anillo fue recuperado tras la batalla de las Tres Lunas —explicó Melisande—. Qué conmovedor que ahora Arlén lo use como símbolo de unión.

Elina no se movió. Solo miró. Sus uñas se clavaron en la palma.

El anillo estaba manchado. De sangre.

***

Las sombras respondieron.

Dentro de su mente, una voz, más clara esta vez, le habló:

—La sangre no olvida. La sangre exige. La sangre reina.

Elina bajó la mirada. Una gota de sangre, suya, resbaló por su dedo. Cayó en la copa.

La bebida se agitó. Una mariposa negra cruzó su visión, fugaz.

—¿Estás bien? —preguntó Arlén, molesto, tal vez nervioso.

—Sí —respondió Elina, dulcemente—. Solo necesito un momento de aire.

Se levantó. Sus pasos eran suaves. Su espalda, recta.

Pero en su interior, la sangre **ya no cantaba**.

Ahora... **comenzaba a mandar**.




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