La sangre despierta

Capítulo 6—La perra elegante del noble

Las palabras de Elina se atoraron en su garganta.

Alzó la mirada y se quedó observando a Zair. Pero él no la miraba a ella. Tenía la vista fija en una flor marchita frente a él, como si sus palabras no merecieran un rostro.

—Elina… tú y yo… somos demasiado distintos. Mi familia jamás permitiría que estuviéramos juntos. Arya pertenece a la casa real de Sargón. Comparado con ella… mi linaje está por debajo. Este compromiso fue improbable al principio, pero escuché que fue ella misma quien aceptó. Y una vez que su familia dio el sí… no hay vuelta atrás. Mi clan no puede ofender a la casa de Arya.

—Deja de hablar de “tu clan” y “tu familia”. Habla por ti.

Zair se quedó en silencio. Una sombra cruzó su rostro. Tardó un momento en responder.

—Elina, la mujer que se case conmigo… debe tener presencia en el continente. Debe ser hermosa, culta, fuerte. Una mujer sin talento sería una vergüenza. Y mi casa no toleraría eso.

—¡Habla por ti!

Elina alzó la voz. El grito lo sacudió.

Zair, dolido en su orgullo, alzó también la voz con una mezcla de rabia y frustración.

—¡Está bien! ¡Estoy harto de tu mediocridad! ¡Harto de que por tu culpa me señalen y se rían de mí!

Elina dio un paso atrás, mirándolo como si no lo reconociera. Ese rostro amable y templado… ahora desfigurado por la furia, era un extraño.

El crepúsculo se volvió ceniza. El verde del bosque se tiñó de gris sucio, como si el mundo hubiera perdido color y aire.

Durante un largo momento, no se escuchó nada más que el silbido del viento.

Y entonces, Elina sonrió.

Una sonrisa rota y resplandeciente. Como una flor que brota en un jardín marchito. Bella, pero decidida.

—Perfecto. Lo entiendo —dijo, sacudiendo la manga como quien se libra de polvo—. No soportas que tu futura esposa sea una inútil. No soportas que alguien como yo te haga quedar mal en un banquete de nobles. No soportas que la imagen impecable del noble Zair sea manchada por una campesina sin talento.

Sus ojos eran dos fragmentos de obsidiana, fríos y cortantes.

—No te preocupes. Arya será perfecta. Una joya brillante a tu lado. Como esas damas de la alta sociedad que pasean a sus perros finos en los jardines de los palacios. Con ella, tu estatus se multiplicará.

Sonrió. Pero sus ojos no tenían luz. Su voz era acero.

—Felicidades, Zair. Has encontrado a tu perra elegante.

Y sin decir más, se dio la vuelta.

—¡Elina! —Zair la alcanzó y le sujetó la manga. Su voz ahora estaba teñida de pesar—. Elina… en realidad sí te quiero…

—Guárdate tu cariño para tu perra —respondió ella, con una sonrisa helada.

Alzó los dedos. Un destello plateado apareció entre ellos. La hoja de su cuchillo brilló como un rayo. Sin vacilar, cortó la tela que él sujetaba.

El filo no sólo cortó la manga. También alcanzó sus dedos.

Zair gritó. Retrocedió. En sus dedos, una línea roja apareció lenta, profunda. La sangre empezó a brotar, cayendo sobre la tierra como gotas de rubí.

—Tú…

—¡Yo! —dijo Elina, sin volverse—. Quiero que lo recuerdes. Hay errores como esa herida en tu mano: al principio no duelen… pero con el tiempo… sangran.

Y se marchó. Su espalda recta se recortaba contra la noche naciente.

La luna ascendente brillaba como una hoz afilada.

—Créeme, Zair —murmuró ella, con una sonrisa seca—. Vas a sangrar. Tarde o temprano.

※ ※ ※

Aquella noche, la luna era gélida como nunca.

Elina se sentó con las piernas cruzadas, mirando fijamente al cielo. Nunca había visto una luna tan delgada y cruel, rodeada por un halo verdoso que enfriaba el alma.

Las estrellas titilaban como mentes traicioneras.

Recordó el día que conoció a Zair: una tarde de tormenta. Ella, con el rostro lleno de barro, rogando que la aceptaran como discípula del viejo maestro Lin.

Y él, a su lado, sonriendo bajo la lluvia. Tendiendo una mano cálida, limpia, generosa.

—Elina, en realidad sí me gustas…

—Elina, sin fuerza, en este continente te van a pisotear.

—Elina, esfuérzate… ¿qué harás si sigues así?

—Elina, todo en ti es admirable… salvo tu talento.

Qué ironía.

Y aún así… ¿alguna vez quise ser tu perra de lujo?

Elina rió por lo bajo. Sacudió los recuerdos como si fueran moscas molestas.

Luego cerró los ojos y comenzó a canalizar su energía.

Una neblina etérea comenzó a elevarse desde su cabeza. Su cuerpo se tornó traslúcido bajo una luz verdosa.

En su pecho, la energía se condensó. Era la “Ruptura de los Nueve Cielos”, el arte prohibido que su verdadero maestro —ese viejo loco— le había enseñado en secreto.

Había perdido sus recuerdos de niña al atravesar accidentalmente la tumba equivocada y despertar en este mundo. Desde los cinco años, entrenó bajo el látigo de aquel viejo brujo durante diez años. Solo había alcanzado la tercera etapa de nueve.

Diez años para llegar al umbral.

La energía que ahora la envolvía era como jade líquido: limpia, precisa, letal.

Así pasó toda la noche, y el amanecer.

Cuando abrió los ojos, era ya pleno mediodía.

Elina suspiró. Llevaba seis meses estancada en el límite de la tercera etapa. Y si seguía así… ¿con qué cara enfrentaría el Torneo de Sargón? ¿Cómo le haría ver a ese maldito que “tarde o temprano, dolería”?

Peor aún: su verdadero deseo… cada día parecía más lejano.

Apretó los labios. Se levantó. Era hora de marcharse.

Zair ya se habría ido.

Mejor así.

Elina no deseaba pasar un minuto más allí. Iría a empacar de inmediato.

Y así… descendió la montaña.




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