Un silencio extraño envolvía la arena de duelos. Todos contenían el aliento. Sólo el espadachín de negro, que había estado esperando con los ojos cerrados, alzó súbitamente la mirada… y se encontró con los ojos de Elina.
No tuvo tiempo de reaccionar.
Un destello oscuro cruzó el aire: la figura de Elina se lanzó como un rayo. La velocidad era tal que el aire estalló con chasquidos secos.
Antes de que su cuerpo llegara, ya sus dedos atravesaban el espacio. Entre ellos, una daga corta de filo opaco relucía con un brillo frío. El viento cortante que la acompañaba se dirigía directo a los ojos del oponente.
¡Una sola técnica!
Rápida, feroz, precisa.
La ejecución fue tan impecable que hasta los más veteranos se quedaron pasmados.
¿Esa combinación de fuerza, ángulo y velocidad...?
En la Orden de Aegiria, quizás solo el maestro podría replicarla.
El espadachín de negro sonrió con frialdad. Deslizó los pies hacia atrás como agua y desenvainó su espada larga de acero azul desde la axila, como una serpiente. El filo buscó con precisión el pecho de Elina.
¡Clang!
El impacto de ambas armas resonó como un trueno. El sonido estremeció el aire. Incluso el viento pareció detenerse por un momento.
Elina, con la coleta deshecha, dejó que su largo cabello negro volara como neblina. Al girar la cabeza, un mechón se quedó atrapado entre sus labios rojos y dientes blancos. Aquella imagen —entre lo delicado y lo letal— encendió un murmullo ahogado en la multitud.
El espadachín enemigo titiló los ojos. Su espada se sacudió. Una serie de destellos blancos —como relámpagos helados— surcaron el aire. El cabello de Elina se tensó, como jalado por fuerza invisible, y luego cayó al suelo… sin un solo sonido.
O mejor dicho: no cayó.
Desapareció.
Los maestros supremos se miraron entre sí, alarmados.
¡Desintegrado!
El cabello fue destruido por la energía que envolvía el cuerpo de Elina.
Pero eso sólo ocurre cuando el aura interior trasciende el cuerpo, volviéndose tangible.
¿¡Qué tipo de arte cultivaba esa mujer!?
El Maestro del Clan Albazul alzó las cejas, finalmente tomándose en serio a la delgada figura. Aun así, su rostro no mostraba preocupación.
“Una técnica afilada”, pensó, “pero la fuerza… aún es limitada.”
Se recostó cómodamente y se acarició la barba, sin perder su sonrisa confiada.
En la arena, los movimientos se habían tornado tan veloces que los cuerpos parecían destellos. Una sombra negra y una sombra violeta giraban en espirales. En el suelo de mármol blanco, sus pasos dejaban grietas finas como cicatrices de cristal, que se entrelazaban en un dibujo misterioso.
Los discípulos de otras órdenes comenzaron a mirarse entre sí, desconcertados.
¿De dónde había salido esa mujer?
Y en la Orden de Aegiria…
Los ojos estaban a punto de salirse de sus órbitas.
—¿¡Esa es Elina!? —murmuró el séptimo hermano—. ¿La misma que siempre queda última?
—Esa técnica… ni el maestro de la espada la ha usado así.
—¡Ciento una técnicas! —susurró alguien—. El maestro de armas no aguantó ni diez…
La sexta hermana tragó saliva. El sonido fue tan alto que se sobresaltó a sí misma.
Entre los murmullos y jadeos, Arya palidecía. Había humillado a Elina minutos antes. Y ahora… se enfrentaba a una verdad dolorosa: Elina estaba por encima de ella.
El único que permanecía sereno era el Maestre Lin. Dedicó unos suaves toques con los dedos al reposabrazos de su asiento, inmerso en pensamientos.
En la arena, el final se acercaba.
La espada de acero azul rasgó la barrera violeta y se deslizó como una serpiente hacia la muñeca de Elina. ¡Una estocada directa al corazón!
¡Mortal!
Y entonces…
Elina sonrió.
Eso era lo que estaba esperando.
Mordió su labio. Una gota de sangre —roja como coral— brotó y fue impulsada con su energía interior de tercer nivel. La gota se tornó una niebla blanquecina, que enseguida tiñó de rojo el aire y cubrió el rostro del espadachín.
¡Un instante!
Elina giró la muñeca. La daga giró como un remolino. El filo creció, irradiando luz, hasta formar un abanico de energía deslumbrante.
Desde su centro emergió un rayo de luz blanco, sutil como un cabello, afilado como el juicio divino.
¡Tercera técnica de la Ruptura de los Nueve Cielos: “Relámpago Esmeralda”!
Como un rayo cruzando los cielos.
La distancia era corta. El poder, brutal. La luz blanca se lanzó con una velocidad imposible de esquivar.
El viento cortó como cuchillas.
El sonido era el grito de los espíritus.
—¡Ahhh! —gritaron varios.
Los maestros se levantaron bruscamente.
Incluso el Maestre Lin erró su golpe al asiento, sorprendido.
Un joven discípulo, demasiado cerca, soltó un quejido. Un hilo de sangre se filtró entre sus dedos.
¡Había sido herido solo por la presión del aura!
Los asistentes se miraron sin palabras.
Imparable. Imposible de bloquear.
Pero el espadachín negro tenía reflejos monstruosos. Apenas el filo apareció, ya retrocedía como una sombra. Se alzó como un dragón, voló tres metros hacia atrás. Aun así…
¡Demasiado lento!
¡ZAS!
La luz blanca le atravesó el hombro.
Un estallido rojo, brillante como una flor de fuego, emergió de su espalda.
El joven cayó de pie, tambaleando.
Elina se quedó quieta, el cabello y la túnica agitándose en el viento.
Sonriendo.
Había ganado.
Victoria. Elina.
El Maestro del Clan Albazul se puso pálido.
La derrota no estaba permitida.
Él había calculado todo. No contaba con esto.
Una simple sirvienta…
¿¡cómo!?
La arena quedó en silencio.
Los discípulos miraban a Elina con asombro y temor.
Su rostro, bañado por el sol, parecía una diosa de guerra.
Sus labios curvados en una sonrisa irónica.
Editado: 17.08.2025