La Santa Trinidad El Heredero Del Poder.

CAPITULO 1

1.UNA EXTRAÑA SENSACIÓN.

Era medianoche, y el silencio de la habitación era casi palpable. Dante se despertó de golpe, como si alguien lo hubiera sacudido. Una sensación inexplicable lo había arrancado de su sueño. Su cuerpo, empapado en sudor, brillaba tenuemente bajo la luz de la luna que se filtraba por la ventana empañada. Las paredes grises se alzaban como guardianes oscuros, mientras las sombras danzaban en un rincón, creando un ambiente inquietante.

El aire estaba pesado, cargado de una extraña electricidad que le recorría la piel y hacía que sus manos temblaran levemente, como si una fuerza invisible las sujetara. La cama, un caos de sábanas arrugadas y almohadas desordenadas, parecía haber sido testigo de su lucha interna. No había sido un sueño ni una pesadilla; solo una profunda inquietud que se enroscaba en su pecho y lo mantenía en alerta.

Dante levantó las manos, casi sin pensar, como si buscara respuestas en el aire helado que lo rodeaba. Sus dedos temblorosos parecían intentar atrapar algo etéreo que lo había marcado. ¿Qué era esa sensación? La incomprensión lo envolvía, y el palpitar de su corazón resonaba ominosamente. En ese instante, el tiempo se detuvo; el cuarto, inmóvil, se convirtió en un refugio de incertidumbre, donde cada objeto y sombra guardaba un misterio que desafiaba la lógica de su mundo.

Se tocó la frente y sintió el sudor escurrir por su rostro, su temperatura subía como si ardiera, mientras un escalofrío le recorría la columna. Confundido, Dante se sentó al borde de la cama, sintiendo el roce de las sábanas frías contra su piel caliente. Luego, con determinación, se puso de pie, cuidando cada movimiento para no romper el silencio y despertar a los jóvenes que dormían a su alrededor, sus rostros iluminados por la luz de la luna.

El orfanato, antes lleno de risas, ahora estaba en un silencio sepulcral, con el aire frío y denso como una manta helada. Solo se oía el viento susurrando en los pasillos, como buscando algo perdido.

Dante abrió la puerta con cuidado, y un escalofrío le recorrió al salir al pasillo. Sus pasos resonaban en la penumbra, pero en vez de encender la luz, dejó que sus ojos se ajustaran a la débil luz de la luna.

El corazón de Dante latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor. Su mente estaba llena de preguntas. ¿Qué lo había sacudido con tanta violencia? Solo sabía que tenía que escapar, buscar algo que calmara el caos dentro de él. Pero mientras avanzaba por el pasillo, la sensación de extrañeza crecía, como si el orfanato le susurrara secretos incomprensibles.

Caminó sin rumbo, dejando que sus pies lo guiaran hasta llegar al jardín del orfanato. Bajo la luz de la luna llena, el lugar parecía cobrar vida. Las sombras danzaban a su alrededor en la oscuridad, mientras la luz plateada de la luna bañaba el campo, dándole un aire etéreo y misterioso.

Las flores silvestres crecían libremente, desafiando cualquier intento de control humano. Sus colores brillaban bajo la luz de la luna, revelando una belleza salvaje. El viento susurraba entre los pétalos. En el centro del jardín, una fuente antigua se alzaba con nostalgia, su agua fluía suavemente, mezclándose con el crujir de las hojas caídas, creando una sutil sinfonía en el aire.

Sobre la fuente, un ángel de piedra, desgastado por los años, vigilaba el jardín con una calma eterna. Su serenidad contrastaba con la inquietud que dominaba a Dante. Un viento helado cruzaba el lugar, susurrando entre los árboles y enredando su cabello, como si la misma noche intentara invadir su mente. La sensación de desasosiego en su pecho crecía, volviéndose casi tangible.

De repente, un escalofrío lo recorrió, como si una sombra invisible lo envolviera. Su estómago se contrajo y una ola de náuseas lo sacudió, llevándolo al borde de vomitar. Corrió tambaleándose hacia la fuente, buscando alivio en el agua reluciente, pero su cuerpo se negó a expulsar algo. El vacío en su estómago se transformó en una angustia sofocante, atrapándolo entre la desesperación y el anhelo de recuperar el control perdido en la confusión de la noche.

—¡Mierda! —exclamó, apoyándose en la fría superficie de la fuente, buscando estabilidad. El mármol helado contrastaba con la tormenta que llevaba dentro. Alzó la vista y se encontró con el ángel de piedra, su expresión serena observándolo, como si comprendiera una desdicha que los humanos nunca podrían.

—No debí comer tanto —susurró, intentando calmarse con su propia voz. Las palabras se desvanecieron en la noche mientras se sentaba en el borde de la fuente, sus pies rozando el agua que fluía suavemente. Miró hacia el bosque que bordeaba el jardín.

Absorbido por la vista del bosque, el mundo alrededor de Dante se desvaneció. Los murmullos de la naturaleza y la brisa acariciando las hojas lo mantenían atrapado en un trance. No se dio cuenta de la figura que se acercaba hasta que una mano cálida tocó suavemente su hombro. Ese contacto lo arrancó de su ensimismamiento, provocando un escalofrío que recorrió su espalda como un relámpago en la oscuridad.

—¿Qué haces despierto a esta hora, Dante? —preguntó una voz suave, envolviéndolo con una calma inesperada.

Dante giró la cabeza con lentitud, aún sorprendido. Era la hermana Lucía, su figura familiar siempre irradiaba una calidez única, como un faro en la oscuridad.

—Hermana Lucía —respondió, con una mezcla de alivio y nerviosismo. Su presencia, tan maternal, lo hacía sentir que quizá no estaba tan solo en su confusión.

Lucía, con su cabello castaño brillante y su rostro tranquilo, lo observaba con la misma ternura de siempre.

—No son horas para andar por aquí, Dante —dijo con una leve sonrisa, pero su tono reflejaba preocupación.

Dante soltó una risa nerviosa, rascándose la cabeza.

—Me sentía un poco mal —contestó, sin querer entrar en detalles—. Salí a caminar.




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