—¡Sorpresa! —un coro de voces alegres resonó en la habitación.
Dante, todavía sumido en su sueño, se levantó de un brinco, tan rápido que las cobijas salieron volando.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —exclamó, aún exaltado.
El sol que se filtraba por la ventana chocó directamente contra su rostro, obligándolo a fruncir el ceño. Aún tenía los ojos entrecerrados por el sueño y un gesto de confusión que poco a poco fue dando paso a una leve sonrisa.
La noche había pasado rápidamente. Dante miró por un momento a través de la ventana al pie de su cama, observando el jardín de extremo a extremo. Un destello del ave que había visto la noche anterior cruzó su mente, pero fue rápidamente reemplazado por las voces y risas que lo rodeaban.
—¡Feliz cumpleaños, Dante! —gritó Alan, sosteniendo un pequeño pastel decorado con crema blanca y letras azules que decían: "Feliz cumpleaños".
Dante, todavía algo desorientado por el sueño, se frotó los ojos y esbozó una sonrisa.
—¿De verdad esto es necesario tan temprano? —bromeó, aunque no podía ocultar la alegría en su rostro.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó Luna, dándole un suave golpe en el hombro—. Es tu día especial, ¡tienes que celebrarlo desde el amanecer!
—O más bien desde que el sol nos despertó a todos, porque no podíamos dejarte dormir más. —Mateo se cruzó de brazos, fingiendo estar molesto, pero una sonrisa lo delató.
En ese momento, Sofía, la más pequeña del grupo, se subió a la cama y lo abrazó con fuerza por el cuello.
—¡Te quiero mucho! —dijo con un tono dulce mientras lo miraba con esos grandes ojos llenos de inocencia.
Dante le devolvió el abrazo, riendo.
—Yo también te quiero, Sofi. Pero cuidado, que me vas a asfixiar.
—¡Yo también quiero un abrazo! —gritó Luna, lanzándose a la cama, seguida de Alan y Mateo. En cuestión de segundos, todos estaban amontonados sobre Dante, riendo como si el mundo fuera solo ellos y ese momento.
—¡Basta, basta! —Dante trató de zafarse, sin éxito—. ¡No quiero morir aplastado el día de mi cumpleaños!
—Bueno, podría ser un final épico, ¿no? —bromeó Alan, sacando risas de todos.
Cuando por fin lo dejaron respirar, Dante se sentó, con el cabello alborotado y una sonrisa que no podía borrar de su rostro.
—Gracias, de verdad. No sé qué haría sin ustedes.
Luna le dio un suave empujón.
—Ya lo sabemos, ¡serías un aburrido!
—Y un gruñón. —añadió Mateo.
—Un gruñón muy querido —interrumpió Sofía, con la seriedad propia de su edad, lo que desató más carcajadas entre el grupo.
Dante los miró a todos, con el corazón lleno. Para él, no había lugar más seguro ni personas más importantes que las que estaban en ese cuarto. Su familia.
—Y cuéntanos, ¿qué se siente ser un anciano? —preguntó Alan con tono burlón mientras se levantaba para repartir el pastel.
Luna dejó escapar una risa suave, mientras Dante torcía los labios, fingiendo molestia.
—¿De qué hablas? Si apenas cumplo dieciocho. —respondió Dante, cruzando los brazos.
—Por eso, ya eres un anciano. —siguió bromeando Alan—. Eres el mayor de nosotros.
—Pero tú no te quedas atrás. —añadió Mateo, señalándolo con la mano—. Tienes diecisiete, y según tu lógica, también eres un anciano.
Luna y Sofía intercambiaron una mirada cómplice, tratando de contener la risa.
—Entonces tú también serías un anciano. —Dante frunció el ceño, apuntando a Mateo—. Tú también tienes diecisiete.
—Sí, pero si comparamos, Alan es el que más se parece a un anciano. —se defendió Mateo, alzando las manos como si fuera obvio.
—¡Claro que no! El que más se parece a un anciano eres tú, Dante. —Alan sonrió, disfrutando de la broma.
—¿Se dan cuenta de lo ridículo que suena todo esto, verdad? —interrumpió Luna, arqueando una ceja con una mezcla de exasperación y diversión.
—¡Hombres! —exclamó Sofía con inocencia, mirando a los chicos como si estuviera siguiendo un debate muy importante.
Dante miró a Luna con una sonrisa.
—Sabes que estamos bromeando, ¿verdad?
Luna se encogió de hombros.
—Con ustedes tres nunca se sabe qué es broma y qué no.
—Pues esto definitivamente es una broma. —Mateo, rápido como un rayo, robó un poco de crema del pastel y la untó en las mejillas de Luna.
—¡Mateo! —gritó Luna, aunque no podía evitar reír mientras trataba de limpiar la crema de su cara.
Alan y Dante estallaron en carcajadas, mientras Sofía se unía al caos saltando emocionada en la cama.
—¿Quién será el próximo anciano en ser atacado con crema? —bromeó Alan, levantando una cuchara como si fuera una amenaza.
El ambiente se llenó de risas y bromas, dejando claro que, aunque discutieran sobre cosas sin sentido, la conexión entre ellos era inquebrantable.
Alan dejó el plato de pastel en la mesita al lado de la cama de Dante y lo miró con una sonrisa pícara.
—Oye, Dante… ahora que eres mayor de edad, ¿qué vas a hacer?
Dante dejó escapar un suspiro y se recostó sobre la cama, mirando al techo.
—No lo sé... no me lo había preguntado.
El ambiente se llenó de un extraño silencio. Todos sabían lo que significaba cumplir dieciocho en el orfanato. Era la edad en la que se esperaba que se marcharan, buscaran un lugar donde vivir y empezaran una vida independiente. Pero nadie hablaba mucho de eso.
Luna, nerviosa, comenzó a jugar con una esquina de la sábana.
—Bueno... seguro que la hermana Lucía te ayudará a encontrar algo. Siempre lo hace, ¿no?
Mateo, sentado en el borde de la cama, frunció el ceño.
—Espero que, si te vas, no te pase lo mismo que a Damián.
Dante giró la cabeza para mirarlo, confundido.
—¿Damián? ¿Qué le pasó?
La pregunta cayó como una piedra en el grupo. Luna y Sofía intercambiaron miradas preocupadas, mientras Alan desviaba la mirada hacia el pastel, como si hubiera algo muy interesante en la decoración de crema.
Editado: 21.12.2024