Capítulo.
—Supongo que debo fingir ser un hombre atento y amoroso —menciona Gabrielle y encojo los hombros.
—Es algo común en las parejas, sin embargo, no exageres porque de lo contrario jamás van a creer la mentira —comento y asiente. Nos encontramos en el avión que está a punto de despegar a Texas, hubiera deseado no tenerlo como compañero de asiento, sin embargo, no me queda de otra porque según, somos pareja y debemos fingir bien para no levantar sospechas.
—Sabes, Emma, me parece tan raro que yo no te haya conocido una sola pareja… —empieza y ya sé por dónde va—, Acaso tienes algún problema con los hombres, o tus gustos son inclinados a otra balanza —manifiesta y trato de respirar con tranquilidad, en realidad a veces olvido lo cretino que puede llegar a ser.
—Gabrielle, el hecho de que nunca me hayas conocido una pareja no sugiere que necesariamente, me guste mi mismo sexo y sabes algo, creo que voy al baño… Permiso —me pongo de pie pasándole por encima un poco brusco y camino en el pasillo hasta el cubículo. Cierro la puerta quedando a solas y me miro al espejo intentando pensar como rayos voy a soportar pasar las vacaciones con ese ser tan detestable. Respiro unas cuantas veces y me repito que puedo hacerlo, salgo de regreso y tomo asiento sin decir nada.
Por un cierto tiempo hay silencio, sin embargo, él vuelve a abrir su boca.
—Emma… Yo, bueno —carraspea la garganta —. Lamento haber sugerido eso, fui un completo idiota, puedes disculparme —se dirige a mí y aunque no estoy viéndolo directamente, con el rabillo del ojo observo el reflejo y sé que para Gabrielle es difícil aceptar cuando comete un error, de hecho creo que es la primera vez en la cual reconoce haberse equivocado.
《 Bueno, al menos ofrece disculpas 》
Pienso y me animo a verlo al rostro.
—Gabrielle te disculpo, pero por favor, abstente de mencionar mi vida privada. Aclarado eso, no, no tengo atracción por las mujeres, soy 100% heterosexual y lo seré siempre, así que no vuelvas a decir algo así por qué te aseguro que voy a romperte la nariz —amenazo y amplía sus ojos tomados por sorpresa.
—Ok… Mejor me callaré —contesta haciendo un gesto con su mano de cerrar la boca con candado. Sonrío de labios cerrados al estar de acuerdo con su comentario y acción para aguardar llegar a Denver City, recuesto la espalda al asiento viendo por la ventanilla del avión y un suspiro melancólico se me escapa, entonces pienso en las palabras de Gabrielle, sobre que nunca conoció una sola de mis parejas y la respuesta no podía ser más sencilla.
《 Sí tan solo supieras 》
Reflexiono.
Las 6 horas de vuelo pasan tan rápido que en un pestañear, ya nos encontramos en Denver City, pueblo donde nací y viven mis padres. El lugar es pequeño y prácticamente todos se conocen, por eso al viajar de un sitio tan estrecho y familiar hasta la gran ciudad de Nueva York, fue un choque emocional para mí, no obstante me he acostumbrado al cambio drástico.
—Lindo pueblo —inicia viendo a través de la ventana del auto que nos lleva hasta la hacienda de mis padres. Yo decido ocultar el pequeño detalle a Gabrielle de que mis padres tienen tanto dinero, que podrían comprar el pueblo de Denver City si ellos quisieran, ya que en todo el tiempo que nos hemos conocido él piensa que yo soy una pobre chica que vino de su mugrerío a una nueva vida aspirando ser alguien.
—Sí, aquí fue donde yo me críe —explico y sonríe.
—Puedo imaginarlo, tienes acento de pueblo —vuelve a insultar y entorno los ojos para verlo al rostro.
—Lo siento, no todos pudimos criarnos en la gran ciudad —respondo con sarcasmo y levanta las comisuras de sus labios.
—Emma, no es malo criarse en un pueblo, al menos tú pudiste salir de la granja donde te criaste en busca de algo mejor —agrega en un tono tan denigrante que no lo tolero y giro el rostro esperando llegar lo antes posible a casa.
30 minutos después el taxi nos deja en la entrada de la hacienda y Gabrielle me mira confundido. Parece que está tratando de procesar la situación y no es capaz de comprender lo que acaba de suceder.
—Eh… Por qué nos detenemos aquí —cuestiona mientras abro la puerta para bajarme del vehículo.
—Es aquí —contesto y sus ojos se expanden en gran asombro. El chófer baja todo nuestro equipaje y Gabrielle sigue atónito, su cara parece un poema porque en realidad esto lo ha tomado por sorpresa.
—Emma, rayos, no me dijiste que eras una terrateniente —manifiesta admirando la mansión de mis progenitores.
—No soy una terrateniente —digo llevando el equipaje a la reja principal donde está el portero que de inmediato se aproxima para ofrecernos ayuda.
—Y esto —interpela señalando la casa.
—Esto es de mis padres —reconozco porque si bien ellos pueden tener dinero, nada de eso me pertenece a mí. Yo nunca trabaje por esa casa, ellos son los dueños y todo su sacrificio les pertenece.
—Buenos días, señorita Emma, bienvenida a la casa —saluda el portero y yo le dedico un gesto amable, atravesamos la reja de seguridad y un auto nos espera para llevarnos a la entrada de la mansión, Gabrielle sigue con la boca abierta porque en lo absoluto puede dar crédito que creyó todo el tiempo que en realidad me había criado en una granja.
Cada vez que vuelvo a casa siento que esa parte de mi niñez aflora, porque fue en este lugar donde pasé mis mejores momentos. Todo niño siempre recuerda con amor cuando se divertía y yo desde luego amé poder pasar un largo tiempo en esa gran hacienda. Ahí aprendí a montar un caballo, cortar leña y todas las actividades que uno podía hacer en un lugar tan extenso como ese.