La Secta del Sapo

PRÓLOGO

La noche se cernía sobre el pequeño apartamento, mientras una tormenta rugía afuera. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas, y los truenos resonaban en el aire, acompañados por relámpagos que iluminaban brevemente las cortinas harapientas. El frío era intenso, y el ambiente dentro del apartamento estaba impregnado de una inquietud casi palpable.

Jeremy, se encontraba sentado en el borde de una vieja silla, con sus ojos verdes fijos en la decena de facturas que había sobre la mesa. Con una mano corrió un poco hacia los lados rizos dorados que le impedían la vista. Su apariencia fornida y altura no eran suficiente para ocultar la preocupación reflejada en su rostro.

Al otro lado de la habitación, Jeison, su gemelo, salía de una habitación apoyándose en unas muletas de plástico. El cabello rubio y lacio caía sobre su frente, lo había heredado de su padre mientras que Jeremy de su madre. Cada que avanzaba era un recordatorio amargo del accidente que le había costado la mitad de la pierna derecha hace un año. Jeison era tan alto como Jeremy, pero su cuerpo delgado y la necesidad de las muletas añadían una vulnerabilidad a su figura.

—Jeremy, ¿cómo vamos a salir de esto? —preguntó Jeison con voz cansada. Sus ojos mostraban una mezcla de preocupación y a la vez resignación.

El hermano de cabello rizado suspiró sin apartar la vista de las facturas. La pregunta le causó un par de punzadas en la frente, atestiguando el estrés que lo consumía lentamente desde hace semanas.

—No lo sé, Jei... Intento lo que puedo, pero no es suficiente. Las deudas siguen creciendo, me temo. Tengo el presentimiento de que Lauren también se las ingenió para evitarme conseguir un trabajo.

El solo mencionar ese nombre le provocó unas nauseas repentinas, había tenido demasiado de esa mujer, y al parecer, o mejor dicho lo que sospechaba: la desquiciada continuaba haciendo de las suyas aun después de tantos meses. Jeremy tenía claro que su madre le enseñó a respetar a todo mundo, empezando por las mujeres, pero, hacia aquella tipa le resultaba imposible no sentir repulsión, y de vez en cuando, una voz en su mente le daba una mentada de madre ocasional.

El sonido de unas uñas contra la cerámica resonó acercándose, distrayendo al colocho rubio de sus pensamientos desgastantes. Se trataba un hermoso gran danés, quien alegre y agitando la cola de un lado a otro se acercó a su amo, apoyó la enorme cabeza en el regazo el chico como si intentara ofrecerle consuelo. A pesar de que el perro corpulento era suyo, el animal prefería pasar mayor tiempo con su hermano Jeison. A Jeremy en realidad no le molesta, ya que se trataba de una criatura bastante chineada, y los problemas con que cargaba le impedían dedicarle el tiempo requerido a su mascota. Sin mucho interés, Jeremy acarició el pelaje gris del buen Jordán distraídamente, su mente se sobre esforzaba en busca de alguna posible solución a sus problemas.

El repentino tono del celular rompió el silencio tenso que cubría la habitación. Jeremy se levantó rápidamente, sintiendo una punzada de esperanza y miedo en el pecho al mismo tiempo. Internamente deseó que alguno de los currículos que entregó días atrás hubiera dado fruto, y que lo estuvieran llamando para una entrevista de empleo. Al atender, una voz áspera y amenazante lo saludó al otro lado.

—Señor Jeremy, lamentamos infórmale que dispone cuatro semanas para saldar la deuda correspondiente, de lo contrario, nos veremos obligados a embargar las pertenecías que tengas.

Jeremy sintió un sudor frío recorrerle la espalda. Sabía que no tenía los 20,000 dólares que necesitaba para saldar esa deuda médica. Después del accidente de Jeison, el saldo en el hospital fue alto, y tiempo después se llevó una sorpresa desagradable: los intereses habían aumentado drásticamente, luego de verse envuelto en una estafa por alguien en quien confió.

Sin dar respuesta, cortó la llamada y se desplomó sobre la silla.

—Jeison, debo que encontrar una forma de conseguir ese dinero. No podemos perder lo poco que nos queda o quedaremos en la calle.

Jeison asintió, mientras pensó que en realidad ya no tenían nada más que perder, lo único que les quedaba de valor eran las pertenecías dentro del departamento, unos cuantos muebles y electrodomésticos. Un sentimiento de impotencia y culpabilidad lo invadió, se sentía responsable por cierta parte de los problemas que afrontaban, o lo dudó.

—Pero... ¿cómo? Ya hemos agotado todas las opciones. —expresó Jeison, sintiéndose inútil al recordar que en realidad no había aportado ayuda alguna a la causa.

Ansioso, Jeremy apretó los puños, recordando un rumor que había escuchado en un bar hace un par de días. Se decía que había un grupo sombrío que prestaba dinero, aunque las condiciones eran... misteriosas. La angustia y desesperación lo empujaba a considerar esa alternativa, aunque claro, sabía que no era buena idea.

—Hay algo que podría intentar. — comentó el de cabello colocho—. No es seguro, al contrario, es peligroso, o eso creo. Quizás sea nuestra única opción.

Jeison frunció el ceño al no entender a que se refería su hermano, aun así, presintió que era mejor evitar hacer preguntas, algo en el rostro atónito de su gemelo se lo aclaró. No dudó de que sería mala idea, pero asintió lentamente al entender que otra opción difícilmente llegaría.

—Haz lo que tengas que hacer, Jere... No podemos rendirnos.




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