Jeremy sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras avanzaba por el largo pasillo, lentamente seguía los pasos del hombre con la máscara de búfalo. El aire era pesado y olía a humedad y a desespero. Búfalo no dijo una palabra, solo caminaba con pasos pesados, cada uno resonando en las paredes del largo pasillo. Finalmente, llegaron a una puerta de madera marrón oscuro, de ella colgaba un pequeño candil con una débil luz danzante. Búfalo la abrió lentamente, revelando una habitación que parecía un escenario sacado de una pesadilla.
Al entrar, Jeremy notó el fuerte olor a carne descompuesta que impregnaba el ambiente. Se llevó una mano a la boca, tratando de contener las náuseas, el fétido aroma resultaba peor con cada segundo que transcurría. Asombrado, el rubio miró con detalle todo el entorno: cuatro cirios negros contendidos en cada esquina de la estancia, esparcidos en el suelo habían pedazos de carne descompuesta y creaban un ambiente perturbador y difícil de digerir. Lo que más lo inquietó, fue ver sobre la mesa de aluminio en el centro del cuarto, un bulto que se alzaba bajo una manta blanca.
Búfalo, que se había dirigido a la esquina diestra, regresó y le tendió a Jeremy una máscara aterradora con rostro de mapache. Nervioso, el rubio la tomó sintiendo el pelaje tieso que la cubría, y al observarla con mayor detalle, entendió que se trataba de una máscara hecha con piel real. No tuvo duda.
—Póntela —ordenó Búfalo con voz grave y autoritaria.
Jeremy, no muy convencido obedeció. Su corazón latía con fuerza, cada vez más rápido a medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad de la habitación a través de la máscara.
De repente, la puerta se abrió de nuevo, provocando que el rubio sobresaltara del susto. En fila, uno tras otro, ingresaron cinco hombres altos y corpulentos de tamaño similar, todos vestidos con túnica negra. Lo que más llamó la atención y aterrorizó a Jeremy, fueron las máscaras que ocultaban los rostros desconocidos de los recién llegados. Observó atento a través de su mascara, reconociendo las demás máscaras: caballo, perro, cerdo, cabra y, finalmente, un toro. Algo en su interior le aseguró que detrás de esa mascara de toro estaba el mismo Toro, no tuvo duda.
El grupo se formó alrededor de la mesa de aluminio, y la luz en la estancia se apagó de golpe, dejando la habitación iluminada sutilmente solo por los cuatro cirios negros.
—A partir de ahora, dejarás de ser Jeremy y serás conocido como Mapache —anunció el de la máscara de toro con voz resonante, en ese instante Jeremy confirmó que era la voz de Toro—. Debes pasar por el ritual de integración para ser parte de nosotros.
Todos posaron la mirada sobre el rubio mientras se colocaban en fila del lado contrario de la mesa de aluminio. Búfalo que estaba detrás de Jeremy, avanzó, ahora vistiendo la misma túnica que los demás y se posicionó al lado izquierdo de la fila. Jeremy se sorprendió al verlo, no se enteró del instante en que el hombre corpulento se cambió de vestimenta.
Más ansioso que nunca Jeremy tragó saliva, sintiendo el sudor frío en su frente.
Cerdo fue el primero en avanzar por sí solo y se acercó a la mesa, tenía los mismos ojos rojos que todos los enmascarados, acompañados de esa mirada despiadada y desalmada. Con un movimiento brusco, quitó la manta y revelando lo que había abajo: una mujer morena. Estaba desnuda, atada de pies y manos y amordazada para que no pudiera gritar. Ella, lentamente abrió un poco los ojos, pero su cuerpo permaneció inmóvil.
—Está sedada —aclaró Cerdo al instante con voz ronca, dirigiéndose al rubio.
El corazón de Jeremy quiso salirse de su pecho al ver la escena, sobre todo, al reconocer a la mujer: la morena que lo traicionó en el callejón. La situación era surrealista y aterradora. Recordó la breve conversación con la mujer, sus preguntas sobre el prestamista, y ahora la veía allí, indefensa, y por lo que veía, también en peligro.
—Este es el precio de la traición —dijo Toro, caminando lentamente hacia la mujer—. Ella intentó engañarte y por eso debe pagar.
Jeremy no podía apartar la mirada. Su mente estaba en caos, luchando por comprender cómo había llegado a este punto. ¿Qué se esperaba de él ahora?
—Mapache —dijo Toro, volviendo su atención hacia Jeremy—, debes demostrar tu lealtad.
Jeremy sintió el peso de las miradas de los otros enmascarados, todos esperando su reacción. Cerró los ojos por un momento, intentando calmarse y esperando que se tratara de una pesadilla, pero cuando los abrió, la realidad seguía allí, aterradora y cruda más presente que nunca.
—¿Qué debo hacer? —preguntó con voz temblorosa.
Toro sonrió detrás de su máscara, la risita victoriosa resonó en la estancia.
—¡Toma, Mapache! —dijo, sacando de la túnica una daga—. Es la daga ceremonial
con un mango tallado en forma de sapo con el vientre abierto y las tripas saliendo—. Debes marcarla como nuestra.
Nervioso, Jeremy avanzó hacia Toro y tomó la daga con manos temblorosas. La observó con más detalle: la navaja era de plata con el filo resplandeciente, el mango de oro tenía tallado la silueta de un sapo con las entrañas afuera. Rápidamente intentó recordar su conversación con Toro, en ningún instante le comentó que debía marcar a alguien, según había entendido, solo debía conseguir personas que necesitaran dinero para ellos reclutarlas.