La Secta del Sapo

6. Pesadilla

Jeremy despertó con un sobresalto, el sudor empapaba su frente y el corazón le latía con fuerza. La habitación estaba oscura, y no pudo recordar dónde se encontraba. La pesadilla aún lo tenía atrapado en la atrocidad que había observado. Visualizó a su hermano atado en una mesa, rodeado por todos los enmascarados incluido él. Jeremy, con la daga en mano, le marcaba la piel con aquel extraño símbolo: una gota atravesada por una flecha de punta triangular apuntando hacia abajo. La imagen fue tan vívida que casi podía sentir la presión de la daga y el dolor en su propio corazón al realizar el acto.

Respirando profundamente, Jeremy se sentó en el catre y se frotó los ojos. La realidad lentamente comenzó a volver a él. Observó a su alrededor y poco a poco su vista se fue acostumbrando y reconociendo los oscuros contornos de la estancia donde había pasado la noche. La neblina de su mente comenzó a despejarse, y recordó la terrible noche anterior: el ritual, la mujer atada, la daga ceremonial. Se estremeció al pensar en lo que había hecho, el remordimiento lo consumía por dentro lentamente.

De repente, notó la presencia de una figura observándolo en la esquina de la habitación, el par de ojos rojos fueron causa instantánea de que su cuerpo se estremeciera involuntariamente. Búfalo estaba allí, inmóvil, observándolo con ojos fríos detrás de su máscara.

—Mapache —dijo Búfalo, su voz grave y autoritaria—. Ya puedes regresar a tu casa, pero debes regresar dentro de tres días, ¿entiendes?

Jeremy asintió lentamente. La presencia de Búfalo seguía siendo intimidante, y le resultaba aún más, ahora que le queda a la imaginación lo que este grupo podía ser capaz de hacer. Jeremy tragó grueso cuando vio a Búfalo acercarse, pero al ver que le tendió un rollo de billetes se tranquilizó.

—Toro te manda esto como compensación inicial —aclaró Búfalo, colocando el dinero en la mano de Jeremy.

Jeremy miró el fajo de billetes. Sus dedos temblaban ligeramente mientras lo contaba mentalmente: cinco mil dólares en efectivo. Una suma considerable e incluso más de lo que habría esperado, le pareció irreal, pero aun debía conseguir quince mil dólares más. En su interior esperó que en tres días cuando regresará recibiera el resto de dinero, o por lo menos otra buena remuneración, ya que él le había comentado a Toro la cantidad que necesitaba para liberarse de tantos aprietos.

—Recuerda, no debes decir nada a nadie —añadió Búfalo con tono amenazante—. Si hablas, las consecuencias serán graves. La lealtad prevalece en esta organización y ahora eres uno de los nuestros.

Jeremy asintió nuevamente, incapaz de encontrar palabras adecuadas para responder. Búfalo se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Jeremy solo con sus pensamientos y el peso de la noche anterior.

Después de unos momentos, Jeremy se levantó del catre y recogió sus pertenencias. Guardó el dinero en su bolsillo y salió de la estancia, sintiendo el frío de la mañana en su piel. Afuera, la ciudad aún estaba envuelta en la neblina y caía una leve llovizna, además, el aire resultaba bastante helado. Caminó en silencio, cada paso resonando en el pavimento mojado, sus pisadas le recordaban la noche anterior, cuando los enmascarados ingresaron aquella estancia parea proceder con el ritual de integración.

A medida que avanzaba, su mente volvía a la pesadilla, le costaba evitar recordar la imagen de su hermano, atado y vulnerable. ¿Era una advertencia? ¿Una premonición? Jeremy no lo sabía, pero el miedo y la culpa lo seguían como una sombra. Solo tenía un deseo: que su hermano no llegara ser afectado por la decisión que se vio obligado a tomar.

Finalmente llegó a su apartamento. Abrió la puerta con mucho cuidado, evitando hacer ruido y se deslizó al interior sintiendo un ligero alivio al estar en casa, con cuidado, cerró.

Caminó hacia la sala y encontró a su hermano dormido en el sofá, y Jordán, el gran danés, acurrucado en su único pie. La escena familiar le resultó tranquilizante luego de los horrores de la noche anterior. Jeremy se acercó y se agachó junto a su hermano, observándolo dormir. El miedo y la culpa volvieron a inundarlo. ¿Cómo podría protegerlo de lo que había hecho?

Jordán levantó la cabeza y lo miró con ojos somnolientos, agitó la cola un par de veces mientras bostezo y se volvió a acorrucar. Jeremy siempre supo que el perro tenía favoritismo hacia Jeison, lo demostraba constantemente al preferir compartir con su hermano, y la poca emoción que demostró al verlo luego de estar fuera dos noches se lo confirmó. Aun así, a Jeremy le alegró esa pequeña reacción, y acarició suavemente la cabeza del perro, llenándose de consuelo en su lealtad silenciosa.

Finalmente, se levantó, se dirigió a su habitación y cerró. Se dejó caer en la cama, el agotamiento comenzando a cobrarle factura a su cuerpo. Aun así, sabía que el sueño no le traería descanso, no después de todo lo que había visto y hecho.

Mientras cerraba los ojos, una sola pregunta resonaba en su mente: ¿qué más estaría dispuesto a sacrificar para saldar su deuda y proteger a su hermano? La respuesta le aterrorizaba, pero sabía que pronto tendría que enfrentarse a ella. Y en tres días, tendría que volver a enfrentarse a los enmascarados y al oscuro camino que había elegido.

Antes de caer en sueño, Jeremy se preguntó qué pasaría con la mujer a la que había marcado. Aunque Toro le dijo que estuviera tranquilo, el temor lo invadió al considerar la posibilidad de que ella hubiera encontrado un destino peor que la muerte. La incertidumbre y el remordimiento se mezclaron en su mente, dejándolo en un estado de angustia. Negó para sus adentros, tratando de convencerse de que los enmascarados no tenían nada que ver con el hombre decapitado y sin vísceras al que le habían tallado la palabra "sapo", la daga ceremonial solo era una coincidencia, pues el hombre fue decapitado y a la mujer solo le hicieron una marca. Suspiró al convencerse de que todo estaría bien, aunque todo pareciera abrumador, debía mantenerse fuerte por su hermano y por sí mismo.




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