La Senda De Los Perdidos

Capítulo 1: La Llegada

El chirrido de los neumáticos resonó en el silencio del bosque. La camioneta blanca de alquiler, cargada con maletas y mapas, se detuvo bruscamente en medio del camino de tierra. Laura miró nerviosamente el GPS; la pantalla mostraba un círculo girando, como si estuviera atrapada en un limbo digital.

—¿Otra vez perdido? —preguntó Sam desde el asiento del copiloto, su voz teñida de frustración.

—No puede ser... Según el mapa, deberíamos estar a diez minutos del hotel. —Laura golpeó la pantalla del GPS, pero el aparato seguía sin responder.

El sol comenzaba a ocultarse tras los altos árboles que se inclinaban sobre el camino, creando sombras alargadas que parecían retorcerse con vida propia. Atrás, en los asientos traseros, los hermanos gemelos Clara y Max intercambiaron una mirada nerviosa. El aire dentro del vehículo se sentía pesado, como si la atmósfera misma estuviera cargada con un peligro invisible.

—¿Por qué no damos la vuelta? —sugirió Max, su tono más serio de lo habitual.

—¿Y volver cinco horas por ese camino lleno de curvas? —respondió Sam. Sacudió la cabeza y señaló adelante—. Sigamos un poco más. Quizá encontremos a alguien que nos diga dónde estamos.

Avanzaron despacio, con las luces del auto iluminando el camino cada vez más estrecho. Justo cuando Laura estaba a punto de sugerir detenerse, un letrero de madera apareció de repente en medio del camino. Estaba desgastado, pero aún se podían distinguir las palabras: "Bienvenidos a Cold Hollow."

—¿Cold Hollow? —preguntó Clara, inclinándose hacia adelante para ver mejor.

—Nunca escuché hablar de este lugar —dijo Max, mirando por la ventana.

Al avanzar unos metros más, las luces del auto iluminaron una pequeña villa que parecía sacada de otro tiempo. Las casas eran de madera, con techos inclinados y ventanas que parecían observarlos como ojos vacíos. No había nadie a la vista, pero la sensación de ser vigilados era abrumadora.

Laura aparcó el auto frente a lo que parecía ser un bar. Un letrero colgante decía: "El Faro." La puerta estaba entreabierta, y una luz cálida parpadeaba desde el interior.

—Esto es raro... —murmuró Sam mientras salía del auto.

El grupo se adentró en el bar con cautela. El interior estaba decorado con muebles viejos y una colección de fotos en blanco y negro en las paredes. Una anciana estaba detrás de la barra, limpiando un vaso con un paño.

—Buenas noches —saludó Laura, tratando de sonar amable, aunque su voz temblaba un poco—. Estamos perdidos... ¿Podría decirnos cómo salir de aquí?

La mujer levantó la mirada lentamente. Sus ojos eran oscuros y profundos, como si contuvieran un conocimiento antiguo que nadie debía descubrir.

—¿Salir? —preguntó, dejando escapar una risa seca—. Nadie sale de Cold Hollow, querida.

El silencio cayó sobre ellos como una losa.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Max, su voz un susurro.

Antes de que la anciana pudiera responder, la puerta del bar se cerró de golpe tras ellos. El ruido resonó como un disparo, y de repente, todos los relojes del lugar comenzaron a sonar al unísono. Cada campanada parecía sacudir el aire, haciendo que los gemelos se taparan los oídos.

—Es tarde... —dijo la mujer, inclinándose sobre la barra—. No querrán estar afuera cuando caiga la noche.

—¿Por qué? —preguntó Sam, retrocediendo un paso.

La anciana sonrió, mostrando dientes amarillentos.

—Porque cuando oscurece, ellos vienen a buscarlos.

Un grito desgarrador cortó el aire, proveniente del exterior. El grupo se miró entre sí, y sin decir palabra, corrieron hacia la ventana. Afuera, la negrura del bosque parecía moverse, como si una marea negra estuviera acercándose a la villa. Entre las sombras, algo brillaba... ojos, muchos ojos.

La anciana se acercó lentamente, con el rostro lleno de una mezcla de compasión y resignación.

—Han llegado en mal momento, hijos. Ahora que están aquí, tendrán que elegir: la senda... o el final.

Las luces del bar parpadearon una última vez, y la oscuridad los envolvió por completo.




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