La Senda De Los Perdidos

Capítulo 2: El Primer Paso

La oscuridad que cayó sobre ellos no era natural. No era el tipo de noche que uno podía enfrentar con una linterna o un encendedor; era densa, aplastante, como si el aire mismo hubiera sido reemplazado por un abismo sin fondo.

Laura se tambaleó hacia la barra, tratando de encontrar algo sólido a lo que aferrarse. Su respiración era agitada, y cada exhalación parecía quedar atrapada en la negrura.

—¿Qué está pasando? —susurró Max, aferrándose a su hermana Clara.

La anciana encendió un candelabro que chisporroteó, arrojando sombras danzantes por toda la habitación. Su expresión estaba marcada por una mezcla de lástima y resignación.

—Ellos han despertado —murmuró. Sus ojos miraban hacia la puerta, como si esperara algo—. No hay vuelta atrás.

—¿Quiénes son "ellos"? —exigió saber Sam, con el tono firme pero los nudillos blancos de tanto apretar la barra.

La anciana no respondió de inmediato. En su lugar, se acercó lentamente a una de las fotos colgadas en la pared. Era una imagen borrosa en blanco y negro, mostrando un grupo de personas en un claro del bosque. Sus rostros eran inidentificables, como si el tiempo los hubiera borrado, pero algo en sus posturas sugería terror.

—Todos los que llegan aquí deben decidir: quedarse y aceptar el peso de este lugar, o tomar la senda.

—¿Qué es esa senda? —preguntó Clara con un hilo de voz.

La mujer la miró fijamente, y por primera vez desde que entraron al bar, dejó ver un atisbo de humanidad.

—Es la única salida… pero nadie lo ha logrado. La senda no solo te lleva a través del bosque, te lleva a enfrentar lo que temes, lo que escondes, lo que realmente eres.

Un golpe en la puerta hizo que todos dieran un respingo. Fue un sonido sordo, pesado, como si algo estuviera arañando la madera desde el otro lado.

—No tienen mucho tiempo para decidir —advirtió la anciana, con la voz quebrada por el temor—. Si ellos entran, no tendrán opción.

Sam avanzó hacia la puerta con decisión.

—Esto es ridículo. Esto es algún tipo de truco... No sé si es un juego, una secta o qué, pero no voy a quedarme aquí esperando.

—¡No abras esa puerta! —gritó la anciana.

Demasiado tarde. Sam giró la perilla y, al hacerlo, una ráfaga de viento helado irrumpió en el bar, apagando el candelabro. Por un momento, no se vio nada. Luego, los ojos.

Había docenas, no, cientos de ellos, brillando como ascuas en la oscuridad exterior. Eran de diferentes alturas, como si las criaturas que los poseían no compartieran forma ni tamaño. Pero todos tenían algo en común: hambre.

Sam dio un paso atrás, pero la puerta se cerró de golpe tras él, dejándolo del lado equivocado.

—¡Sam! —gritó Laura, corriendo hacia la puerta.

—¡No salgas! —le advirtió la anciana, pero Laura no la escuchó.

El grito de Sam fue desgarrador, un sonido tan lleno de terror que hizo que el resto del grupo se congelara en su lugar. Luego, el silencio.

—¿Qué fue eso? —susurró Max, incapaz de apartar los ojos de la puerta.

—Uno menos... —murmuró la anciana—. La senda no es para todos.

Clara rompió a llorar, aferrándose al brazo de su hermano, mientras Laura tambaleaba hacia atrás, con los ojos desorbitados.

—Tienen que decidir ahora —insistió la anciana, sacando una llave oxidada de su bolsillo. La colocó sobre la barra con manos temblorosas—. Si van a tomar la senda, deben seguir el mapa.

—¿Mapa? ¿De qué está hablando? —preguntó Max, su voz quebrada por la desesperación.

La anciana señaló una vieja pintura en la pared. No era solo un cuadro; era un plano detallado del bosque que rodeaba Cold Hollow, con un camino rojo serpenteando hacia un destino marcado con un círculo negro.

—Ese es el camino que deben seguir. No se desvíen, no se detengan. No importa lo que vean, lo que escuchen, lo que sientan… sigan adelante.

—¿Qué pasa si no lo hacemos? —preguntó Laura, incapaz de despegar la vista de la pintura.

La anciana suspiró profundamente, como si las palabras fueran un peso insoportable.

—Si no lo hacen… serán de ellos. Y créanme, preferirán enfrentar la senda que lo que ocurre cuando los atrapan.

Otro golpe sacudió la puerta, más fuerte esta vez.

—Elijan ahora —instó la anciana—. La senda... o el final.

Laura miró a sus amigos, el terror y la confusión reflejados en sus rostros. No había tiempo para debatir. Alguien tomó la llave de la barra.

—Vamos —dijo Max, con la voz rota pero firme.

La anciana asintió, abriendo una puerta trasera que daba a un callejón oscuro.

—Que el bosque tenga piedad de ustedes.

Cuando salieron, una extraña brisa cálida los envolvió. El mapa estaba en manos de Max, y el sendero parecía abrirse ante ellos, iluminado tenuemente por un resplandor azul que parecía surgir de la misma tierra.

Detrás de ellos, los golpes en la puerta del bar cesaron. Pero antes de que pudieran sentirse aliviados, escucharon otro sonido: algo arrastrándose, algo que no estaba lejos… y que no era humano.

La senda había comenzado.




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