La tenue luz azul que emanaba del sendero no ofrecía consuelo; al contrario, parecía burlarse de ellos, guiándolos hacia lo desconocido como una invitación que no podían rechazar. Max lideraba el grupo, sosteniendo el mapa con ambas manos, mientras Laura, Clara y un tembloroso Sam seguían de cerca.
—¿Estás seguro de que este es el camino? —preguntó Clara, su voz apenas un susurro.
—No lo sé… —admitió Max, mirando el mapa con frustración—. Pero es lo único que tenemos.
El bosque a su alrededor parecía respirar. Las sombras danzaban como si fueran seres vivos, y el crujir de ramas secas bajo sus pies sonaba mucho más fuerte de lo que debería. Cada paso parecía resonar en un eco sin fin, como si el bosque estuviera amplificando su presencia.
—¿Escuchan eso? —preguntó Laura de repente, deteniéndose en seco.
Todos se quedaron inmóviles. Durante un segundo, el silencio fue absoluto, pero luego… ahí estaba. Un murmullo bajo, como una mezcla de viento y susurros, rodeándolos desde todas direcciones.
—¿Qué es eso? —preguntó Sam, retrocediendo instintivamente.
Max sacudió la cabeza.
—No lo sé. No mires atrás.
—¿Qué? —preguntó Clara, su voz subiendo de tono.
Max giró para mirarlos directamente, su rostro pálido pero decidido.
—No importa lo que pase, no miren atrás.
Continuaron avanzando, pero el murmullo se hizo más fuerte, transformándose en voces. Voces que parecían familiares.
—Max... —llamó una voz suave desde los árboles.
Él se detuvo, sus músculos tensos. Reconoció esa voz, aunque no podía ser real.
—Max, por favor, ayúdame…
Era la voz de su madre. Pero ella estaba muerta, hacía más de diez años.
—Sigue caminando —le susurró Laura, tirando de su brazo—. No es real.
Max cerró los ojos y dio un paso adelante, pero las voces no se detuvieron. Ahora cada uno de ellos escuchaba algo diferente.
—Clara… —decía una voz desde la oscuridad—. ¿Por qué me abandonaste?
Clara se llevó las manos a los oídos, sus ojos llenos de lágrimas.
—No es verdad… no es verdad… —repetía, como si intentara convencerse.
Sam comenzó a murmurar algo ininteligible, sus ojos fijos en el suelo mientras caminaba. Laura, por su parte, apretó los dientes, ignorando los susurros que decían su nombre con un tono gélido.
—¡No los escuches! —gritó Max, tratando de mantener la calma—. Solo están tratando de distraernos.
De repente, el sendero comenzó a cambiar. Lo que antes era una línea clara marcada por la luz azul ahora se dividía en dos direcciones. El mapa no mostraba nada sobre una bifurcación.
—¿Cuál tomamos? —preguntó Laura, mirando a Max.
Max frunció el ceño, revisando el mapa como si buscara una respuesta que no estaba ahí.
—No lo sé…
Mientras discutían, un grito desgarrador rompió el aire. Era Clara.
—¡Max! —gritó, señalando hacia el bosque.
Una figura oscura se movía entre los árboles, alta y delgada, con brazos anormalmente largos que parecían tocar el suelo. Sus ojos brillaban con un destello amarillento, y su boca se abría lentamente, revelando filas de dientes afilados.
—¡Corran! —gritó Max.
El grupo se lanzó por el sendero de la izquierda sin pensar, el sonido de ramas quebrándose detrás de ellos. La figura los seguía, sus movimientos rápidos y antinaturales, como si deslizara en lugar de correr.
El sendero se hacía cada vez más estrecho, y el resplandor azul comenzaba a parpadear, dejando momentos de oscuridad total entre cada destello.
—¡No se detengan! —gritó Laura, aunque su voz apenas era audible entre el sonido de su propia respiración y el ruido de algo pesado golpeando el suelo detrás de ellos.
De repente, Clara tropezó y cayó al suelo con un grito ahogado. Max se detuvo para ayudarla, pero al girarse, vio que la figura se acercaba, sus brazos extendidos hacia ellos.
—¡Déjala! —gritó Sam, levantando una rama del suelo y arrojándola hacia la criatura.
El objeto atravesó el aire, pero pasó directamente a través de la figura, como si no fuera completamente sólida. Sin embargo, pareció detenerse por un instante, observándolos con una intensidad que hizo que todos se congelaran.
—¡Ahora! —gritó Max, tirando de Clara.
Volvieron a correr, y el sendero se abrió de nuevo, llevándolos a un claro. En el centro, había una estructura extraña: un arco de piedra cubierto de musgo, con símbolos tallados que brillaban con un resplandor débil.
—¿Qué es esto? —preguntó Laura, jadeando.
La figura estaba cerca, pero no cruzaba al claro. Se mantenía en los bordes, como si algo en ese espacio la repeliera.
—Creo que es… parte de la senda —dijo Max, acercándose al arco.
En cuanto tocó la piedra, el resplandor azul se intensificó, y los símbolos comenzaron a moverse, cambiando de forma frente a sus ojos.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Sam, mirando nervioso a su alrededor.
Antes de que alguien pudiera responder, un sonido profundo y gutural resonó desde el bosque. No era una voz, sino un gruñido que parecía vibrar en el suelo.
—No tenemos elección —dijo Max, girándose hacia el grupo—. Cruzamos el arco… o nos quedamos con eso.
Todos intercambiaron miradas. Sam fue el primero en avanzar, seguido por Clara y Laura. Max se detuvo un momento antes de cruzar, mirando hacia la figura que los observaba desde las sombras.
—No es la última vez que nos veremos… —murmuró.
Cuando cruzó el arco, todo cambió. El bosque desapareció, y un frío insoportable los envolvió. Estaban en otro lugar, pero aún no sabían si era mejor… o peor.
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Editado: 28.11.2024