La Senda De Los Perdidos

Capítulo 4: El Otro Lado

El frío fue lo primero que sintieron al cruzar el arco. Era un frío que no solo helaba la piel, sino que calaba los huesos, como si les arrancara el calor desde el interior. Max parpadeó, intentando acostumbrarse a la penumbra. El bosque había desaparecido. Ahora estaban en un vasto páramo gris, con niebla espesa cubriendo todo a su alrededor.

El grupo se reunió instintivamente, sus respiraciones entrecortadas formando nubes frente a ellos.

—¿Dónde… dónde estamos? —preguntó Clara, abrazándose a sí misma.

El suelo bajo sus pies era extraño, una mezcla entre tierra y ceniza que crujía al caminar. En la distancia, formas vagamente humanas parecían moverse dentro de la niebla, pero cada vez que alguien intentaba enfocarlas, desaparecían como humo.

—Esto no estaba en el mapa… —murmuró Max, revisando el trozo de papel. Pero ahora estaba en blanco, como si el arco hubiera borrado todo rastro de guía.

—Perfecto —gruñó Sam, pateando el suelo—. ¿Y ahora qué? ¿Seguimos caminando hasta congelarnos?

Laura observó el arco por el que acababan de pasar. Estaba detrás de ellos, pero parecía más pequeño, más frágil, como si pudiera desmoronarse en cualquier momento.

—Volver no es una opción —dijo, señalando hacia el horizonte—. Si esto es parte de la senda, solo podemos seguir adelante.

Un sonido gutural se levantó en la distancia, una mezcla de aullido y lamento que hizo que todos se quedaran inmóviles.

—¿Qué fue eso? —preguntó Clara, susurrando como si temiera que el sonido pudiera escucharla.

—Nada bueno… —respondió Max, apretando los puños—. Tenemos que movernos.

Comenzaron a caminar en silencio, cada paso más pesado que el anterior. La niebla jugaba con sus mentes, creando sombras que parecían alargarse y formar figuras humanoides. En un momento, Clara se detuvo de golpe.

—¿Lo vieron? —preguntó, señalando hacia la niebla.

—¿Qué cosa? —respondió Sam, sin dejar de caminar.

—Una cara… estoy segura de que vi una cara.

—La niebla está jugando contigo —dijo Max, aunque no sonaba del todo convencido.

A medida que avanzaban, el paisaje comenzó a cambiar. Árboles muertos y torcidos surgieron de la nada, sus ramas alargadas como si intentaran atraparlos. Alrededor de los troncos, había marcas extrañas, símbolos tallados que se parecían a los que habían visto en el arco.

—Estos símbolos… —dijo Laura, deteniéndose para examinar uno—. Es como si estuvieran aquí para guiarnos.

—¿O para advertirnos? —preguntó Sam, cruzando los brazos.

De repente, un ruido seco resonó detrás de ellos. Un crujido, como si algo estuviera rompiendo el suelo. Todos giraron al mismo tiempo.

La niebla comenzó a separarse lentamente, y algo emergió de las sombras. Era una figura alta, envuelta en harapos oscuros que flotaban alrededor de su cuerpo como si estuvieran vivos. Su rostro estaba oculto por una máscara grotesca de madera, con símbolos tallados que brillaban débilmente.

—¿Qué es eso? —susurró Clara, retrocediendo.

La figura no respondió. Se quedó quieta, observándolos desde la distancia, pero su presencia era abrumadora. El aire parecía pesar más, y un olor a tierra húmeda y podredumbre llenó el ambiente.

—No nos ha atacado… —dijo Max, intentando mantener la calma—. Tal vez solo está vigilando.

—¿Y si no? —preguntó Sam, levantando una rama rota como si pudiera defenderse con ella.

La figura levantó una mano lentamente, y de repente, el suelo bajo ellos comenzó a temblar. El grupo cayó al suelo, y del terreno agrietado emergieron formas retorcidas: criaturas de piel pálida y ojos vacíos que se arrastraban hacia ellos con movimientos espasmódicos.

—¡Corran! —gritó Laura.

El grupo salió disparado, esquivando ramas y raíces que parecían intentar atraparlos. Las criaturas los perseguían, emitiendo sonidos guturales que se parecían a risas distorsionadas.

—¡Por aquí! —gritó Max, guiándolos hacia un claro donde la niebla parecía disiparse.

Cuando llegaron, se detuvieron en seco. En el centro del claro había un gran círculo tallado en el suelo, similar a los símbolos que habían visto antes, pero mucho más grande. En su interior, una luz azul pulsaba lentamente, como el latido de un corazón.

—¿Qué es esto? —preguntó Sam, mirando a su alrededor.

—Es parte de la senda… tiene que serlo —dijo Laura, avanzando hacia el círculo.

Las criaturas se detuvieron al borde del claro, como si algo en el círculo las mantuviera alejadas. Incluso la figura encapuchada permaneció inmóvil, observándolos desde la distancia.

—¿Qué hacemos? —preguntó Clara, mirando el círculo con desconfianza.

Max dio un paso adelante, colocando una mano sobre la luz azul. Al hacerlo, una oleada de energía lo atravesó, y de repente, una visión inundó su mente. Vio un enorme árbol en el centro del bosque, sus ramas extendiéndose hacia el cielo como si intentaran atraparlo. En su base, una puerta, negra como la noche.

—Es el final de la senda… —dijo, con la voz entrecortada.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Sam.

—Lo vi. Está en el árbol. Tenemos que llegar allí.

El suelo comenzó a temblar nuevamente, y las criaturas lanzaron un grito ensordecedor, retrocediendo lentamente hacia la niebla. La figura encapuchada levantó ambas manos, y las marcas en su máscara comenzaron a brillar con más intensidad.

—No nos va a dejar salir… —dijo Clara, con lágrimas en los ojos.

—No importa. Seguimos adelante —respondió Max, apretando los dientes.

Sin más opciones, el grupo salió corriendo del claro, siguiendo la dirección que Max había visto en su visión. La niebla se cerró detrás de ellos, y las risas guturales de las criaturas regresaron, como si el bosque estuviera disfrutando de su desesperación.

El árbol los esperaba, pero lo que encontrarían en su base podría ser peor que cualquier cosa que ya habían enfrentado.




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