El grupo avanzaba con dificultad por la niebla, guiados solo por las palabras de Max. La visión del árbol los había dejado con una mezcla de esperanza y temor. Era el destino al que los guiaba la senda, pero también el lugar donde seguramente encontrarían la verdad oculta de Cold Hollow.
—¿Estamos seguros de que es por aquí? —preguntó Laura, con la voz tensa.
—Es esto o quedarnos en ese claro y morir ahí —respondió Max, manteniendo la vista fija en la oscuridad frente a él.
El terreno comenzó a inclinarse, y el bosque muerto dio paso a una especie de colina cubierta de raíces negras que parecían moverse bajo sus pies. Las ramas de los árboles torcidos crujían a su alrededor, como si murmuraran entre sí.
Sam tropezó y cayó, maldiciendo en voz baja.
—Esto no tiene sentido. Estamos huyendo de cosas que ni siquiera entendemos hacia un lugar que probablemente sea peor.
—¡Cállate, Sam! —le espetó Clara, con lágrimas en los ojos—. No tenemos otra opción.
Sam la miró con el ceño fruncido, pero no respondió. Simplemente se levantó y continuó caminando en silencio.
Finalmente, la niebla comenzó a disiparse, y allí, en la cima de la colina, lo vieron.
El árbol.
Era gigantesco, mucho más alto de lo que cualquiera había imaginado. Su tronco negro parecía formado por miles de cuerpos entrelazados, congelados en expresiones de agonía. Sus ramas se extendían como garras hacia el cielo, y en su base, una puerta negra se alzaba imponente, rodeada por inscripciones luminosas en un idioma que ninguno de ellos reconocía.
—Es… —Laura tragó saliva—. Es peor de lo que imaginé.
—Esa puerta… —murmuró Max, avanzando con cautela—. Ahí está la salida.
—¿Y cómo sabes que no nos llevará a algo peor? —preguntó Sam, mirando la puerta con desconfianza.
—No lo sé, pero lo que sea que esté detrás de esa puerta no puede ser peor que quedarnos aquí.
Se acercaron lentamente, con la sensación de ser observados por miles de ojos invisibles. Las raíces del árbol se movían sutilmente, como si estuvieran vivas, y un murmullo bajo llenaba el aire.
—¿Escuchan eso? —preguntó Clara, mirando a su alrededor.
El murmullo parecía venir del árbol, pero al mismo tiempo, resonaba en sus cabezas. Era un susurro constante, pronunciando palabras en un idioma incomprensible que los hacía temblar.
Laura fue la primera en acercarse a la puerta. Al extender la mano, una fuerza invisible la rechazó, lanzándola hacia atrás.
—¡Laura! —gritó Max, corriendo hacia ella.
—Estoy bien… —murmuró ella, tosiendo—. Pero esa cosa no nos va a dejar pasar tan fácil.
Max observó las inscripciones que rodeaban la puerta. Eran similares a los símbolos del arco y los árboles, pero más complejos, como si contaran una historia.
—Son una especie de… barrera —dijo—. Algo las está alimentando.
—¿Alimentando? —preguntó Sam, con el ceño fruncido.
—Sí. Este lugar está vivo. Todo lo que hemos visto: el bosque, las criaturas, incluso este árbol… todo está conectado. Es como si este lugar se alimentara de nuestro miedo, de nuestra desesperación.
—Entonces, ¿cómo rompemos la barrera? —preguntó Clara.
Max no respondió. En cambio, se acercó más a las inscripciones, pasando los dedos por las marcas. Al hacerlo, sintió una oleada de imágenes en su mente: un hombre entrando por la puerta, una mujer llorando mientras las raíces la envolvían, y finalmente, una criatura oscura emergiendo del árbol, devorando todo a su paso.
—Alguien más ya lo intentó… —dijo en voz baja.
—¿Qué? ¿Intentó qué? —preguntó Laura, poniéndose de pie con esfuerzo.
—Pasar. Pero no lo lograron. Este árbol los atrapó, los convirtió en parte de él.
Sam retrocedió, sacudiendo la cabeza.
—Esto es una locura. No vamos a salir de aquí. Este lugar nos va a matar.
Antes de que alguien pudiera responder, el suelo tembló, y las raíces comenzaron a moverse con más fuerza. Desde las sombras, surgió la figura encapuchada.
—Es él… —susurró Clara, con el rostro pálido.
La figura se acercó lentamente, su máscara brillando con un resplandor oscuro. Alzó una mano, y las raíces comenzaron a alargarse hacia el grupo, rodeándolos.
—¡Tenemos que hacer algo! —gritó Laura.
Max se giró hacia la puerta, tomando una decisión impulsiva.
—¡Es nuestra única oportunidad!
Corrió hacia las inscripciones y, con un grito de pura determinación, presionó ambas manos contra ellas. La barrera reaccionó de inmediato, lanzando una descarga de energía que lo hizo gritar de dolor. Pero no se detuvo.
—¡Max! —gritó Clara, intentando acercarse, pero una raíz la detuvo, envolviendo su pierna.
Las inscripciones comenzaron a cambiar de color, pasando de azul a un rojo intenso. El árbol tembló, y el murmullo se convirtió en un grito ensordecedor.
Max cerró los ojos, sintiendo cómo algo oscuro intentaba invadir su mente. Vio fragmentos de recuerdos que no eran suyos: sacrificios realizados ante el árbol, promesas de salvación que siempre terminaban en horror.
Finalmente, la barrera cedió. La puerta negra se abrió con un crujido, revelando un vacío absoluto al otro lado.
—¡Corran! —gritó Max, con las fuerzas que le quedaban.
Laura, Clara y Sam se liberaron de las raíces y corrieron hacia la puerta. Max fue el último en cruzar, justo cuando la figura encapuchada extendió una mano hacia él, casi atrapándolo.
Cuando cruzaron la puerta, el grito del árbol se desvaneció, y todo quedó en silencio.
Cayeron al suelo, respirando con dificultad. Al mirar a su alrededor, vieron que ya no estaban en el páramo. Estaban en un lugar diferente, un campo infinito bajo un cielo gris, sin rastro del árbol ni del bosque.
Pero algo no estaba bien.
—¿Dónde estamos? —preguntó Clara, con la voz temblorosa.
Max miró hacia el horizonte. En la distancia, vio una nueva estructura, más grande, más imponente.
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Editado: 28.11.2024