La Senda De Los Perdidos

Capítulo 6: El Campo Infinito

El suelo bajo sus pies era extraño, suave y húmedo, como una mezcla de tierra y carne. El cielo, cubierto de nubes grises que se movían en patrones inquietantes, no ofrecía ninguna pista sobre el tiempo o la dirección. No había sol, luna ni estrellas, solo esa luz cenicienta que parecía emanar de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.

—Esto no puede ser real… —susurró Clara, abrazándose a sí misma mientras miraba el horizonte interminable.

—Es real —respondió Laura, su voz seca—. Todo esto es real.

Max observó la estructura que había visto a lo lejos. Era inmensa, una torre negra que parecía crecer del mismo suelo, su forma imposible, torciéndose hacia el cielo como una espiral retorcida. Su superficie estaba cubierta de los mismos símbolos que habían visto en el árbol y en el arco.

—Esa torre… es el próximo paso —dijo Max, su tono lleno de cansancio pero con una determinación férrea.

—¿El próximo paso? —gruñó Sam, mirándolo con incredulidad—. ¿Hacia qué? ¿A una trampa más grande?

—Sam, basta —dijo Laura, mirándolo con severidad—. Todos estamos asustados, pero no tenemos opción.

Sam se pasó una mano por el rostro, frustrado, pero no discutió. El grupo comenzó a caminar hacia la torre, aunque cada paso parecía más pesado que el anterior, como si algo en el aire intentara detenerlos.

A medida que se acercaban, el paisaje comenzó a cambiar. Lo que antes era un campo gris uniforme ahora mostraba cicatrices: grietas en el suelo de las que salía un vapor oscuro, y restos de lo que parecían ser estructuras antiguas, destruidas y olvidadas.

—Esto parece… ruinas —murmuró Laura, agachándose para examinar una roca tallada con símbolos similares a los que habían visto antes.

—¿Ruinas de qué? —preguntó Clara.

Max se detuvo, mirando a su alrededor. Algo en esas ruinas le resultaba inquietantemente familiar, aunque no podía explicar por qué.

—Creo que esto no es la primera vez que alguien llega aquí —dijo finalmente—. Otros han intentado cruzar la senda.

—¿Y qué les pasó? —preguntó Sam, aunque ya sabía la respuesta.

Max no respondió, pero todos lo sabían. Las ruinas eran un testimonio de aquellos que habían fallado, atrapados en este lugar o destruidos por lo que habitaba en él.

El aire se volvió más pesado, y un sonido comenzó a llenar el espacio: un bajo zumbido que parecía venir de la torre, pero que vibraba en sus cabezas, como si intentara perforar sus pensamientos.

—¿Lo escuchan? —preguntó Clara, apretándose las sienes—. Está… dentro de mi cabeza.

—No te concentres en eso —dijo Max, apretando los dientes—. Es solo otra forma en que este lugar intenta detenernos.

Sin embargo, el zumbido no se detuvo. Con cada paso hacia la torre, se hacía más fuerte, y las grietas en el suelo comenzaron a expandirse, dejando salir un vapor más espeso que olía a sangre y metal oxidado.

De repente, Clara se detuvo, con los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué es eso? —susurró, señalando hacia una grieta cercana.

Todos miraron hacia donde ella apuntaba. Algo se movía en las sombras, algo grande. Una figura comenzó a emerger del vapor, y pronto quedó claro que no era humana.

Era alta y grotesca, con una piel translúcida que dejaba ver un interior pulsante lleno de venas negras. Su rostro carecía de ojos, pero tenía una boca enorme llena de dientes afilados que se extendía en una sonrisa imposible. Caminaba con movimientos espasmódicos, como si cada paso fuera una lucha contra sí misma.

—No… no… no… —murmuró Sam, retrocediendo.

La criatura giró su cabeza hacia ellos, aunque no tenía ojos para verlos. El zumbido en sus cabezas se intensificó, y de repente, la criatura emitió un grito que hizo que el aire se estremeciera.

—¡Corran! —gritó Max, empujando a Clara para que se moviera.

El grupo salió disparado hacia la torre, mientras la criatura los perseguía. Su velocidad era antinatural, sus movimientos erráticos pero increíblemente rápidos. A pesar de su tamaño, parecía deslizándose por el suelo, cerrando la distancia entre ellos.

—¡No la mires! —gritó Laura, recordando las advertencias previas del bosque.

Max lideró al grupo, con la torre cada vez más cerca. Ahora podía ver que no era una simple estructura; estaba viva. Su superficie se movía, como si respirara, y los símbolos brillaban intermitentemente, como si estuvieran observándolos.

Cuando llegaron a la base de la torre, se encontraron con una entrada arqueada que parecía invitarlos a entrar. Pero justo cuando estaban a punto de cruzar, la criatura los alcanzó.

Con un rugido ensordecedor, extendió una mano alargada hacia Clara, quien gritó mientras caía al suelo.

—¡No! —gritó Max, girándose hacia la criatura.

Sin pensarlo, tomó una roca del suelo y la arrojó con todas sus fuerzas. La piedra golpeó a la criatura, pero simplemente pasó a través de ella, como si no fuera completamente sólida. Sin embargo, eso fue suficiente para distraerla, y Laura aprovechó el momento para jalar a Clara hacia la entrada de la torre.

—¡Max, vamos! —gritó Sam, ya dentro del arco.

Max corrió hacia ellos, y justo cuando cruzó el umbral, la criatura se detuvo. No podía entrar. Emitió un grito que resonó en toda la torre, pero no cruzó la entrada.

El grupo cayó al suelo, jadeando, mientras el zumbido en sus cabezas finalmente comenzaba a desvanecerse.

—¿Qué… era eso? —preguntó Clara, con la voz temblorosa.

—Otra prueba —dijo Max, levantándose lentamente—. Pero no puede entrar aquí. Este lugar… está protegido, de alguna manera.

La torre estaba oscura por dentro, pero una luz tenue comenzó a emanar de las paredes. El aire era espeso, y había un sonido bajo, como un latido constante, que parecía provenir de las profundidades.

—Esto no se acaba aquí… —dijo Laura, mirando hacia un pasillo que se extendía frente a ellos—. Apenas estamos empezando.

Max asintió, su mirada fija en la oscuridad que les esperaba.




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