La Senda De Los Perdidos

Capítulo 7: El Latido de la Torre

El pasillo se extendía frente a ellos como un túnel vivo, sus paredes palpitando con un ritmo constante que se sincronizaba con el latido que resonaba en sus cabezas. Cada paso era un eco interminable en la penumbra. Las paredes brillaban con una luz tenue, suficiente para guiar sus movimientos pero también para revelar las formas orgánicas que parecían moverse bajo la superficie.

Clara se estremeció, rozando una de las paredes sin querer.

—Esto… esto está vivo —dijo, apartándose rápidamente, con el rostro pálido.

—Lo sabemos —respondió Max, sin detenerse. Su mirada estaba fija al frente, en la dirección del latido.

Sam caminaba detrás, con una expresión de creciente paranoia.

—¿Y qué hacemos aquí? Esto no es una salida. Estamos caminando hacia la boca de algo que claramente nos quiere muertos.

—Si quieres regresar con esa cosa afuera, adelante —respondió Laura, sin mirarlo.

—No me hagas caso, ¿verdad? Perfecto —murmuró Sam, pero siguió avanzando con el grupo.

El túnel se bifurcó repentinamente en tres direcciones. Las paredes parecían susurrar, y los símbolos tallados brillaron por un instante, como si deliberaran qué camino sugerir.

—¿Cuál tomamos? —preguntó Clara, mirando a Max.

Max observó cada camino. Cerró los ojos por un momento, intentando concentrarse en el latido. Había algo en él, un ritmo que cambiaba según la dirección. Finalmente señaló el pasillo central.

—Ese. Es el más fuerte.

El grupo avanzó en silencio. Cada paso los acercaba más a algo indescriptible, una presencia que llenaba el aire con una densidad que les dificultaba respirar.

Al llegar a una cámara más amplia, el latido se volvió ensordecedor, y las paredes parecían tensarse, como si estuvieran expectantes. En el centro de la habitación había un pedestal hecho de un material oscuro y brillante, como cristal negro. Sobre él, flotaba una esfera que parecía contener un líquido rojo en constante movimiento.

—¿Qué es eso? —preguntó Clara, dando un paso hacia atrás instintivamente.

—Es el corazón de la torre —dijo Max, avanzando lentamente hacia el pedestal.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Laura, con el ceño fruncido.

—Lo sé… lo siento. Este lugar… todo está conectado a esa cosa.

Sam se quedó cerca de la entrada, mirando hacia el pasillo del que habían venido. Algo en su instinto le decía que no estaban solos.

—Creo que deberíamos movernos rápido —dijo, nervioso—. No creo que seamos los únicos aquí dentro.

Max ignoró sus palabras y extendió la mano hacia la esfera. Apenas sus dedos rozaron la superficie, una ola de energía lo atravesó, haciendo que cayera de rodillas.

—¡Max! —gritó Clara, corriendo hacia él.

Max levantó la cabeza lentamente, sus ojos brillando con un resplandor rojizo. Una serie de imágenes inundaron su mente: rituales antiguos, sacrificios realizados para mantener la torre en pie, y la figura encapuchada que había visto antes, guiando a otros hacia su perdición.

Pero también vio algo más. Una puerta dentro de la torre, más allá del corazón. Una puerta que parecía estar cerrada con cadenas y símbolos más complejos que cualquiera que hubieran encontrado hasta ahora.

—Es… una prisión —susurró, levantándose con dificultad.

—¿Qué? ¿De qué hablas? —preguntó Laura.

—Esta torre. No es solo una estructura… es una prisión. Está conteniendo algo.

El latido se volvió irregular, como si la torre misma reaccionara a las palabras de Max. Las paredes comenzaron a temblar, y un rugido bajo resonó en la distancia, acercándose rápidamente.

—¡Yo sabía que no estábamos solos! —gritó Sam, retrocediendo hacia el pedestal.

Del túnel por el que habían llegado emergieron varias figuras. No eran como la criatura que los había perseguido afuera. Estas eran más humanas, pero con piel pálida y ojos completamente negros. Sus movimientos eran lentos pero determinados, y en sus manos llevaban cuchillos tallados con símbolos brillantes.

—¿Qué demonios son esos? —preguntó Clara, retrocediendo con los ojos abiertos de par en par.

—Guardianes… —murmuró Max—. Están aquí para proteger el corazón.

—¿Protegerlo de qué? ¿De nosotros? —preguntó Sam, levantando un trozo de roca como arma.

—De lo que hay más allá de la puerta —dijo Max, señalando hacia un nuevo pasillo que acababa de revelarse, como si la torre respondiera a su presencia.

Las figuras comenzaron a avanzar hacia ellos, sus cuchillos brillando con una luz antinatural. No hablaban, pero el aire a su alrededor se llenó de un zumbido similar al de antes, penetrante y doloroso.

—¡Corran! —gritó Max, agarrando la esfera del pedestal. Al hacerlo, una descarga de energía se extendió por toda la sala, haciendo que las figuras retrocedieran momentáneamente.

El grupo salió disparado por el pasillo recién abierto. Las paredes parecían cerrarse detrás de ellos, como si la torre los guiara hacia su destino final. El zumbido se intensificaba, y los pasos de los guardianes resonaban cada vez más cerca.

Finalmente, llegaron a otra cámara, más grande y oscura. En el centro estaba la puerta que Max había visto en su visión: una inmensa estructura metálica cubierta de cadenas que brillaban con la misma luz que los cuchillos de los guardianes.

—¿Cómo la abrimos? —preguntó Laura, jadeando.

Max levantó la esfera, que ahora brillaba con un rojo más intenso.

—Esto es la llave. Pero… algo me dice que abrirla no será el final de esto.

—¿Y cuál es la alternativa? —gritó Sam, mirando hacia el pasillo por el que habían venido, donde las figuras comenzaban a aparecer—. ¡Nos matarán si no hacemos algo ya!

Max se acercó a la puerta y colocó la esfera en un receptáculo que parecía hecho a su medida. Las cadenas comenzaron a temblar y a desintegrarse lentamente, dejando escapar una luz negra que inundó la sala.

El grupo retrocedió, protegiéndose los ojos. Cuando las cadenas desaparecieron por completo, la puerta comenzó a abrirse, revelando un abismo más oscuro que cualquier cosa que hubieran visto antes.




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