La Senda De Los Perdidos

Capítulo 8: El Abismo Despierta

La puerta terminó de abrirse con un estruendo que reverberó en toda la torre. Un viento helado los envolvió, trayendo consigo un hedor a descomposición y tiempo detenido. La oscuridad al otro lado no era solo ausencia de luz, sino algo tangible, vivo, que parecía devorar su entorno.

Max se quedó inmóvil, sus ojos fijos en el abismo. En su mente resonaban susurros, palabras en un idioma antiguo que no entendía pero que sentía en lo más profundo de su ser.

—Max… —dijo Clara, tirando de su brazo—. Por favor, dime que esto es una buena idea.

Max no respondió. Algo en su interior sabía que no había vuelta atrás. Había abierto la puerta, y lo que fuera que estaba al otro lado ya estaba despierto.

Los guardianes llegaron a la cámara en ese momento. Sus ojos negros brillaban con un odio antinatural, y al ver la puerta abierta, soltaron un grito que sacudió el aire. Pero no avanzaron más. Se detuvieron en seco, retrocediendo instintivamente, como si incluso ellos temieran lo que se encontraba al otro lado.

—¿Por qué no nos atacan? —preguntó Sam, con una mezcla de alivio y confusión.

—No nos atacan a nosotros —dijo Laura, señalando hacia la puerta—. Le temen a eso.

Una figura comenzó a emerger del abismo. Era alta, imponente, pero su forma era difícil de describir. Su silueta cambiaba constantemente, como si estuviera hecha de sombras líquidas. Su rostro, si es que podía llamarse así, era una máscara oscura con dos hendiduras que brillaban con un resplandor rojo profundo.

El aire se volvió más denso, como si la misma existencia de la criatura alterara las leyes del lugar.

—Libres… al fin… —susurró la criatura, aunque sus palabras no salían de su boca. Resonaban directamente en sus mentes, cada sílaba cargada de un poder abrumador.

—¿Quién eres? —preguntó Max, encontrando la fuerza para hablar.

La figura giró su atención hacia él, y por un momento, Max sintió que todo su ser estaba siendo observado, despojado de cualquier secreto.

—Soy lo que fue sellado. Soy lo que temieron los constructores de esta prisión. Soy la oscuridad que devora la luz.

—Genial… —murmuró Sam, retrocediendo lentamente—. ¿Y nosotros qué somos? ¿Sacrificios?

La criatura no respondió, pero el suelo bajo sus pies comenzó a temblar. Las paredes de la torre se agrietaron, y el latido que los había acompañado hasta ese momento cesó abruptamente, como si el corazón de la torre hubiera dejado de funcionar.

—Hemos roto el equilibrio —dijo Laura en voz baja, mirando a Max con una mezcla de miedo y furia—. ¡Esto no tenía que pasar!

—El equilibrio estaba roto desde el principio —respondió Max, sin apartar la mirada de la figura.

De repente, la criatura alzó una mano y señaló a Max.

—Tú me has liberado. Ahora, tú decidirás.

—¿Decidir qué? —preguntó Max, su voz temblando.

—El destino de este lugar… y del mundo más allá.

La criatura extendió ambas manos, y en el aire apareció una balanza hecha de sombras. En un lado, se formó una esfera de luz tenue, que parecía frágil pero resistente. En el otro, una oscuridad tan densa que absorbía la luz a su alrededor.

—Elige —dijo la criatura—. Restaurar el sello o dejarme cruzar.

—¿Cruzar a dónde? —preguntó Clara, aunque temía la respuesta.

—A su mundo —respondió la criatura, su voz cargada de una intención clara—. A un mundo que ha olvidado lo que es temer a la oscuridad verdadera.

El grupo se quedó en silencio, todos mirando a Max. El peso de la decisión recaía completamente sobre él, pero la confusión y el miedo llenaban sus mentes.

—Si restauramos el sello, ¿qué nos asegura que no volverá a romperse? —preguntó Max, buscando tiempo para pensar.

La criatura inclinó ligeramente la cabeza.

—Nada es eterno. Pero mi libertad… será definitiva.

El suelo tembló de nuevo, y una de las paredes de la cámara se derrumbó, revelando el horizonte más allá. Desde la torre, podían ver cómo el paisaje gris y vacío comenzaba a transformarse. Las grietas en el suelo se expandían, y del abismo surgían sombras similares a la criatura, pero más pequeñas, más frenéticas.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Laura, mirando a los demás—. Si esta cosa cruza… no sé si podremos detenerla.

—Y si restauramos el sello, quedaremos atrapados aquí para siempre —agregó Sam, con los ojos llenos de desesperación.

Max respiró hondo. La esfera de luz y la de oscuridad flotaban frente a él, pulsando con un ritmo que coincidía con los latidos de su propio corazón.

Finalmente, extendió la mano hacia una de las esferas.

La decisión estaba tomada.




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