La Senda De Los Perdidos

Capítulo 10: Ecos en el Horizonte

El grupo caminó en silencio por el páramo que antes era un paisaje desolado y ahora parecía estar despertando. El cielo, que había sido de un gris opaco, empezaba a mostrar un tenue azul, y el viento frío que los había acompañado desde que entraron en la torre se había transformado en una brisa cálida. Pero ese cambio, lejos de tranquilizarlos, les producía inquietud.

Clara caminaba unos pasos detrás de los demás, perdida en sus pensamientos. La ausencia de Max era como un peso en su pecho que se negaba a desaparecer. Cada paso que daba alejándose de la torre le parecía una traición a su sacrificio.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Sam, rompiendo el silencio. Su voz era tensa, llena de incertidumbre—. ¿Esto es todo? ¿Simplemente seguimos caminando hasta que algo más trate de matarnos?

Laura suspiró y se detuvo, girándose hacia él.

—No lo sé, Sam. No sé qué sigue, pero sabemos que Max nos salvó, y tenemos que encontrar la forma de que eso signifique algo.

—¿Y si no salimos de aquí nunca? —insistió Sam—. Este lugar… no es nuestro mundo. Ni siquiera sé si estamos vivos.

Clara levantó la vista y lo miró fijamente.

—Si seguimos pensando así, entonces su sacrificio no habrá valido nada. Él creyó que podíamos salir de aquí. Tenemos que creerlo también.

Sam no respondió, pero apretó los labios, claramente molesto.

El grupo siguió caminando hasta que llegaron a una colina que les ofrecía una vista más amplia del entorno. A lo lejos, podían ver una línea de árboles, un bosque que parecía surgir del suelo como un oasis en medio del desierto gris.

—Eso no estaba ahí antes —dijo Laura, frunciendo el ceño.

—¿Crees que es seguro? —preguntó Sam, sin ocultar su escepticismo.

—No lo sabemos, pero es la única dirección que tenemos —respondió Laura—. Además, parece diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora.

Mientras descendían hacia el bosque, el aire comenzó a llenarse de sonidos: el canto de pájaros, el susurro de las hojas al viento, y el suave murmullo de agua corriendo. Era como si estuvieran entrando en un mundo completamente nuevo.

—Esto… esto parece real —dijo Clara, casi en un susurro, mientras tocaba una rama baja de uno de los árboles.

—Es demasiado real para ser cierto —replicó Sam, aunque no podía ocultar su asombro.

Avanzaron hasta encontrar un claro en el bosque, donde un pequeño arroyo serpenteaba entre las raíces de los árboles. El agua era cristalina, y su sonido era tranquilizador. Por primera vez en lo que parecía una eternidad, sintieron algo que se acercaba a la paz.

—Tal vez este sea el final —dijo Laura, mirando a su alrededor—. Tal vez esto sea lo que Max quería que encontráramos.

Clara se agachó junto al arroyo y metió las manos en el agua. Estaba fría, pero no de una forma desagradable. Al beber un sorbo, sintió una extraña calidez extenderse por su cuerpo, como si el agua estuviera llena de vida.

De repente, un sonido extraño rompió la tranquilidad: un susurro, suave pero claro, que parecía provenir del aire mismo.

—¿Oyeron eso? —preguntó Sam, mirando a su alrededor con los ojos abiertos de par en par.

—Sí —respondió Laura, poniéndose en guardia.

El susurro se hizo más fuerte, formando palabras que no entendían pero que les resultaban inquietantemente familiares. Clara se puso de pie rápidamente, mirando hacia los árboles, que ahora parecían moverse ligeramente, como si estuvieran respirando.

—Esto no es normal —murmuró, retrocediendo hacia los demás.

El arroyo comenzó a agitarse, y la corriente se volvió más rápida, como si algo estuviera alterando el flujo del agua. Entonces, la voz dejó de ser un susurro y se convirtió en un grito desgarrador que parecía provenir de todas partes a la vez.

—¡Corred! —gritó Laura, tomando a Clara del brazo.

El grupo salió corriendo del claro, internándose más en el bosque. Los árboles parecían cerrar filas tras ellos, sus ramas entrelazándose como si intentaran atraparlos. La luz comenzó a menguar, y el canto de los pájaros se transformó en un coro cacofónico de chillidos.

Finalmente, llegaron a un punto donde los árboles se abrían de nuevo, revelando otro claro. Pero este era diferente. En el centro, había una estructura baja de piedra cubierta de musgo, con símbolos grabados en su superficie.

—¿Qué es eso? —preguntó Clara, respirando con dificultad.

Laura se acercó cautelosamente, observando los símbolos.

—Son como los de la torre… pero diferentes. Más antiguos.

De repente, Clara sintió un tirón en su mente, como si algo intentara conectarse con ella. Una imagen apareció en su mente: Max, encadenado en la oscuridad, mirándola con una expresión que mezclaba desesperación y urgencia.

—Clara… —murmuró, pero su voz era un eco lejano, casi inaudible—. El sello… no es suficiente.

—¿Qué? —preguntó Clara en voz alta, retrocediendo unos pasos mientras las lágrimas llenaban sus ojos—. ¿Max?

Los demás la miraron, preocupados.

—¿Qué pasa? —preguntó Laura.

Clara los miró con el rostro lleno de terror.

—El sello… no está funcionando. Algo más está tratando de salir.

Antes de que pudieran reaccionar, la estructura de piedra comenzó a brillar con una luz roja, y el suelo bajo ellos tembló violentamente.




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