Nydia
Había algo en el bosque que me llamaba con insistencia desde hace días. No eran solo los susurros del viento ni los caminos que parecían cambiar con cada paso; era como si el lugar respirara mi confusión, como si entendiera que solo allí podía encontrar una parte de mí que el resto del mundo aún no aceptaba.
Esa noche, sin avisar a nadie, volví a caminar entre los árboles.
Demetra y yo habíamos conversado sobre el pasado, sobre nuestras cargas, sobre nuestras decisiones. Pero no habíamos hablado de la traición que implica elegir un camino diferente. Esa culpa silenciosa. Ese miedo de que alguien te descubra y te acuse por ser tú.
Y yo lo sabía. Porque lo sentía cada vez que pensaba en mis alas ausentes.
Caminé sin rumbo. Solo dejándome llevar por el crujido de las hojas secas bajo mis pies y el murmullo suave de la noche. Todo era quieto, casi sagrado. Hasta que escuché un susurro.
Me detuve en seco.
Era una voz baja. Un suspiro entrecortado. Un murmullo que no pertenecía al bosque.
Avancé con sigilo, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en mis músculos.
Y entonces los vi.
Detrás de un grupo de arbustos, bajo un árbol curvado como si tratara de protegerlos, estaban Ada… y Damon.
Se estaban besando.
Mis pies se clavaron en el suelo.
El beso era intenso, desesperado. Ada tenía las manos enredadas en el cabello oscuro de Damon, y él la sostenía por la cintura como si soltarla fuera una condena. No era una curiosidad pasajera ni un error inocente. Era amor contenido. Deseo prohibido.
Mi corazón se detuvo.
Ada. Mi amiga. Mi compañera de estudios desde el primer año.
Y Damon… el demonio que todos temían por su sangre directa con la nobleza del infierno.
Me moví sin querer, y una rama crujió bajo mi pie.
Ambos se separaron de golpe.
—¡¿Quién está ahí?! —la voz de Damon fue un gruñido defensivo.
—Soy yo —dije, saliendo de entre los árboles con las manos alzadas—. Nydia.
Ada palideció.
—¡Nydia, por favor…! Esto no es lo que piensas… —su voz temblaba.
—¿No es lo que pienso? —pregunté con frialdad, aunque no con rabia. Solo con confusión—. Porque desde aquí parece exactamente lo que pienso.
Damon intercedió, poniéndose frente a Ada.
—No puedes decir nada. Si alguien se entera… si llega a oídos del consejo celestial o del tribunal infernal… podrían separarnos. Para siempre.
—¿Desde cuándo…? —pregunté, mirando a Ada.
Ella tragó saliva.
—Desde hace un año —confesó en voz baja—. Empezamos como… curiosidad. Una coincidencia en la biblioteca. Pero se convirtió en algo más. Nydia, por favor… tú sabes lo que pasaría si lo descubren.
Y lo sabía.
Los romances entre ángeles y demonios estaban estrictamente prohibidos. No solo por tradición, sino porque se consideraban una amenaza al equilibrio de los mundos. Si los líderes descubrían esta relación, no solo ellos sufrirían las consecuencias. Podrían implicar a quienes supieran del secreto y no lo revelaran.
Como yo.
—¿Por qué a mí? —pregunté, aún procesando lo que veía.
—Porque confiamos en ti —dijo Damon con una intensidad que me hizo temblar—. Porque sabemos que tú entiendes lo que es no encajar. No pertenecer. Caminar entre mundos sin saber cuál elegir.
Esa frase me golpeó más fuerte de lo que debería.
—¿Cuántas veces se han visto aquí? —quise saber. No por morbo. Por necesidad.
—Las suficientes para saber que nos amamos —respondió Ada, sin apartar la mirada.
Me senté en una piedra cercana. Ellos no se movieron.
—No los voy a delatar —dije finalmente.
Ada exhaló, aliviada. Se acercó y se arrodilló frente a mí.
—¿De verdad…? ¿No vas a decir nada?
—No. Pero quiero que entiendan el peso de esto. No se trata solo de ustedes. Si esto sale a la luz, los dos podrían ser desterrados… o algo peor. Y yo también pagaría las consecuencias.
—Lo sabemos —asintió Damon—. Pero tú también sabes lo que es cargar con una vida que no pediste. Por eso, te lo rogamos. Guarda este secreto.
—Por ahora, lo haré —dije en voz baja—. Pero si alguna vez los descubren, no podré protegerlos.
—No te lo pedimos —dijo Ada—. Solo queremos tener un poco más de tiempo. Solo eso.
Nos quedamos en silencio un rato.
Yo, Ada y Damon.
Los tres éramos piezas rotas en un tablero que nunca pedimos jugar.
—¿Y cómo lo hacen? —pregunté al fin—. ¿Cómo sobreviven sabiendo que todo está en contra suya?
—Porque el amor no pide permiso —respondió Ada con una sonrisa que mezclaba ternura y tristeza—. Solo aparece. Y se queda. Aunque duela.
—Y porque vale la pena —añadió Damon.
Los miré. Y por un momento, los envidié.
No por la suerte. Sino por el valor.
Ellos habían elegido. A pesar del mundo. A pesar del miedo.
Nos despedimos cuando el cielo comenzó a aclararse.
—Gracias, Nydia —me dijo Ada, abrazándome con fuerza—. Gracias por entender.
—No estoy segura de entender —respondí—. Pero sí sé cómo se siente no tener a nadie. Y no quiero que lo sientan ustedes.
Damon me ofreció una reverencia breve. Y luego se perdió entre las sombras del bosque.
Me quedé sola.
Miré el cielo. Las primeras luces del amanecer pintaban el horizonte de dorado y púrpura. Respiré hondo.
El bosque guardaba secretos.
Y ahora, uno más.
Y yo…
me estaba convirtiendo en la guardiana silenciosa de todos ellos.
#683 en Fantasía
#3282 en Novela romántica
ángeles caídos y demonios, angeles y demonios fantasia tragedia, fantasía drama romance
Editado: 11.04.2025