"Paf... ¡clink!"
El silbido del gatillo se corta en el aire, seguido de un "Paf!" seco y fuerte, un sonido que resuena por un instante, como si el mundo se detuviera. El cartucho vació de la bala cae al suelo con un leve "clink", como un pequeño golpe de campanilla, marcando el final de su trayecto.
Con una destreza mecánica, las manos que sostienen el arma mueven el cargador. El clic del cartucho entrando en su lugar se oye como un paso firme. El deslizamiento del mecanismo es suave, el sonido es un "schlick", y la pistola vuelve a estar lista. Un rápido "click" al cerrar el cargador.
El aire parece espeso, como si todo estuviera en suspenso, esperando.
Y entonces, en el silencio que sigue, el último suspiro se escucha: es un susurro profundo, como el suspiro de una persona cansada, desgarrado por el peso de lo sucedido. "Hhh...", el sonido se desvanece, se pierde entre las sombras, como un eco de algo que ya no se puede devolver.
El arma es dejada con desdén sobre el mueble de madera, su frío acero apenas rozando la superficie gastada. El polvo, suspendido en el aire como un recuerdo olvidado, parece congelarse en el tiempo, cargando el ambiente con una quietud peligrosa.
El padre se acerca, sin prisa, y da unos leves golpes en la espalda de su hijo, una seña discreta, pero llena de aprobación. No hay sonrisa, ni palabras; solo el gesto frío que ratifica lo que ya se sabe.
Francisco asiente sin mirarlo, su rostro imperturbable, y se retira del galpón sin más. Sus pasos son firmes y calculados, alejándose del cadáver que yace allí, abandonado por quien alguna vez creyó que podía traicionar al “Destripador”.
En los próximos días ire publicando los demás capítulos de está historia. Espero que les guste!!
Att. Pamela Fernández