La Serpiente Blanca

C A P Í T U L O 2

“El fin del comienzo”

“Hummm… phhh…” El ruido del motor apagándose llena el aire. Me sorprendo al darme cuente que he estacionado el auto correctamente, mi padre estaría muy orgulloso. Sonrió al imaginarme su rostro. Tomo el libro que yace en mi asiento de acompañante “El proceso, de Franz Kafka”, junto a mi bolso, y me dirijo hacia la entrada de la UCSC.

La mezcla de ansiedad, felicidad y miedo de los nuevos estudiantes flota en el ambiente. Las miradas perdidas, el no saber a dónde ir, me hacen recordar aquel primer día aquí, hace exactamente cinco año atrás.

A lo lejos observo a mis amigos: Alessandro, Federico y Hannah. Agitan sus manos con entusiasmo, felices por arrancar su último año de carrera. Mis manos tiemblan ante la idea. Me he estado preparando tanto que he olvidado confirmar el alquiler del departamento, me mudaría a Bellagio, el pueblo favorito de Mamá.

  • ¿Emocionado por arrancar el último año? – Murmuro acercándome a ellos, con una sonrisa forzada.
  • No puedo creerlo - se exalta Hannah, ampliando su sonrisa – ¡Por fin podre dar clases! ¡AHH!! – Grita, despidiéndose con la mano mientras se aleja hacia su salón.

Hannah estudia en la Facultad de Filosofía, una amante de las preguntas sin respuesta. Nos ha contagiado su pasión por cuestionar la realidad, las creemos saber. En muchos de nuestros viajes como adolescentes recorriendo Italia, nos ha hecho cuestionarnos sobre lo que observamos, y entre múltiples de risas volvemos a escucharla contarnos sobre los pensamientos de sus autores preferidos, Platón y Sócrates.

  • No ha podido dormir en toda la noche – Murmura Alessandro, mirándola con una sonrisa mientras se aleja hacia la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, tal como quería su padre.

Nos conocemos de toda la vida, y aunque no estemos estudiando las mismas carreras siempre nos hemos sentido muy unidos. Fueron mi apoyo luego del fallecimiento de mamá.

Con un gesto, Federico me indica que lo siga. Somos ese dúo indescifrable: demasiados cercanos para ser amigos, y demasiado Playboy y Donnetta como para estar en pareja. Y es que….jamás lo hemos sido. El amor que sentimos está envuelto en una amistad tan fuerte que ningún otro vínculo puede definirlo. Ambos somos el apoyo, el hombro del otro.

  • ¿Nerviosa? ¿Ansiosa? – Murmura observándome, con esos ojos verdes que tantas veces han dado paz en medio del caos.
  • Asustada – alargo un suspiro – con el trabajo, la mudanza, y este último año. Papá ha intentado retenerme, pero la decisión está tomada
  • ¿Cuándo te mudaras a Bellagio? – Pregunta Federico, mientras subimos las escaleras. Ambos estudiamos Derecho –
  • He pensado que será en el segundo cuatrimestre – Respondo -
  • Iré contigo – Murmura sin pensar, como si esa idea hubiera estado rondando en su mente desde hace tiempo –

Lo miro atónica, como si lo que acababa de decir fuera una locura. Y lo es.

No Fede, no – muevo mi cabeza sucesivamente, negando una y otra vez – No voy a dejar que frenes tus sueños por cumplir los míos… o los de mamá –

  • Lo he pensado. También quiero volver a Bellagio, quiero estar cerca de mi familia – me mira con decisión– Y la idea de volver a vivir juntos no me desagrada en absoluto. Nos serviría a ambos.

Lo observo con más detalle, buscando señales de duda, pero no encuentro nada, absolutamente nada. Suspiro. Tenerlo cerca, en ese lugar donde tanto dolor dejamos con papá, da miedo… muchísimo miedo. Pero la idea de despertar cada mañana y saber que puedo contarle todo, incluso mi dolor, lo hace menos aterrador.

Asiento mirándolo a los ojos. – Lo hablaremos, buscaremos un lugar, y si todo bien, podrás mudarte conmigo a Bellagio – Sonrió ante la simple idea de vivir con él nuevamente.

Ambos entramos en silencio al aula, donde el profesor nos espera. Las siguientes tres horas pasan lentamente, las clases son agotadoras, pero también las más útiles. Con Federico salimos al terminar, dirigiéndonos a la sala de comida. Nuestros estómagos gruñen al unísono, y reímos por lo bajo.

La clase del profesor De Luca llega a su fin. Con un suspiro de alivio, cierro mis apuntes mientras Federico y yo nos retiramos del aula, sumidos en una conversación que salta de un tema a otro entre risas y anécdotas. Él se despide con una palmada en el hombro antes de subir a su auto rumbo a su entrenamiento de baloncesto. Yo, en cambio, me preparo mentalmente para las próximas horas en mi pasantía en el bufete de abogados del señor Lombardi, un viejo amigo de mi padre.

Si alguien me pidiera mi opinión sincera sobre él, diría que es un patán, pero por ahora, también es mi jefe.

El bufete está ubicado en una de las calles más concurridas de Bellagio, un imponente edificio de cristal que refleja la luz del atardecer. Desde sus oficinas, la vista del Lago de Como es simplemente espectacular. Sus aguas cristalinas se extienden hasta donde alcanza la vista, atrayendo a miles de turistas cada verano. Mamá solía decir que este paisaje tenía algo mágico. "Mira cómo brilla el agua, Amara, parece un espejo del cielo", decía con una sonrisa. Suspiro, permitiéndome un instante en ese recuerdo antes de continuar.

Las puertas automáticas de vidrio se abren con un suave zumbido, dándome paso al vestíbulo principal. El murmullo de las conversaciones, el sonido de los tacones golpeando el suelo de mármol y el aroma del café recién hecho llenan el ambiente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.