La Serpiente Blanca

C A P Í T U L O 5

“La vuelta a casá”

El nombre de Jack aparece en la pantalla de mi teléfono. Es el dueño del departamento y, por lo que supongo, me está recordando la visita programada. Mis manos tiemblan ligeramente al sostener el dispositivo. Aunque Bellagio forma parte de mi vida desde siempre, nunca he pasado más de unas cuantas horas seguidas dentro de la ciudad. La casa en la que crecí quedaba en las afueras, lo suficientemente alejada del bullicio, pero mi trabajo se encuentra en pleno centro. Es curioso cómo un solo lugar puede representar tantas emociones distintas.

Cuando se cumplieron dos años de la muerte de mamá, papá simplemente no pudo más. El dolor lo devoró, incapaz de soportar cada rincón impregnado con su esencia. Recuerdo verlo llegar ebrio, una y otra vez, hasta el punto en que el sillón de la sala se convirtió en su cama permanente. Nunca volvió a dormir en la habitación que compartían. La tristeza lo consumió y el alcohol fue su única salida. Ese fue el principio del abismo que nos separó. Su ausencia en mis actos escolares, sus llegadas a altas horas de la noche, sus palabras arrastradas por la bebida. No solo perdí a mi madre en aquel accidente, también perdí a mi padre.

Ambos intentamos refugiarnos en la terapia. A veces íbamos juntos, otras veces por separado, pero eventualmente él la abandonó por completo y reemplazó la ayuda profesional con cualquier botella que tuviera cerca. Mi psicóloga solía decir que mi mente bloqueó muchos de esos recuerdos como un mecanismo de defensa. En su momento, fui incapaz de procesar el dolor. Pasé de ser una niña de once años con amigos, juegos y risas, a ser alguien que debía cuidar a su padre, preparar la comida y mantener la casa en orden.

A pesar de todo, siempre supe que el dolor de mi padre debía ser mucho más grande que el mío. Lo entendía. Porque yo también había perdido a mi mejor amiga, a mi persona favorita.

Suelto un suspiro pesado antes de contestar la llamada. Tarde o temprano debía hacerlo y, si soy honesta, el departamento es perfecto. No solo para mí, sino también para Federico.

  • ¡Señorita Bianchi! ¡Qué gusto poder hablar con usted! —responde Jack con su entusiasmo habitual.
  • Hola, Jack —hago una breve pausa—. Lamento no haber contestado antes, estos días han sido agotadores en el trabajo.
  • Lo entiendo perfectamente, no se preocupe —responde amable—. Quería confirmar su visita, ¿cuándo le vendría bien?
  • ¿Hoy está disponible? —pregunto después de meditarlo.
  • ¡Por supuesto! Tengo un turno a las 15:15, ¿le funciona? —
  • Es perfecto, estaré allí. Que tenga un buen día, Jack.
  • Igualmente, señorita Bianchi.

Corto la llamada y me acomodo en el sofá, revisando mi agenda mentalmente. Federico tenía entrenamiento esta tarde, pero hace poco me avisó que se canceló debido a un accidente que sufrió su entrenador. Últimamente ha habido demasiados robos y accidentes en Bellagio. Es extraño. Desde que tengo memoria, la ciudad nunca había sido peligrosa. Tal vez estoy exagerando, sobrepensando las cosas como suelo hacerlo.

Decido no darle más vueltas al asunto y me pongo de pie para preparar algo de almorzar. La casa, como siempre, está en completo silencio. Mi padre sigue en su trabajo o en algún bar, sumergido en su propia rutina autodestructiva. No soy la mejor cocinera, pero sé defenderme bien. Hoy no tengo ganas de complicarme, así que opto por algo rápido: una ensalada césar. Es mi favorita.

Saco los ingredientes y los coloco sobre la encimera, empezando a preparar todo con movimientos mecánicos. No me toma más de veinte minutos. Me sirvo y me acomodo en el sillón mientras continúo viendo Las chicas del cable. Entre bocado y bocado, decido enviarle un mensaje a Federico para confirmar si podrá acompañarme a la visita del departamento.

El tiempo avanza más rápido de lo esperado. Cuando miro mi teléfono, ya son las 14:15. Me levanto para dejar los platos en el lavavajillas y subo a mi habitación. Un baño rápido y un atuendo cómodo: jeans y un suéter. Antes de salir, reviso mi celular una vez más. Federico ha respondido. "Paso por ti a las 14:45." Sonrío levemente. Justo a tiempo.

Exactamente cinco minutos después, escucho su auto estacionarse afuera. Salgo y él me recibe con un fuerte abrazo, como siempre. Subo al vehículo y entre risas, chismes y anécdotas sobre nuestro día, el trayecto se nos pasa volando. Llegamos a nuestro destino a las 15:05, con suficiente margen de tiempo para buscar un café antes de la cita.

El edificio es impresionante. Moderno, de amplios ventanales y con una vista privilegiada hacia el Lago de Como. Simplemente hermoso.

  • Señorita Bianchi, qué gusto volver a verla —escucho una voz detrás de mí. Al girarme, veo a Jack sonriéndome.
  • Jack, ¡qué alegría verte! —le devuelvo el gesto y le doy un abrazo cordial—. He venido con un amigo, ambos estamos interesados en el departamento.
  • Un gusto, mi nombre es Federico Romano —se presenta Federico, extendiendo la mano.
  • Encantado, señor Romano. Vamos, pasen —Jack nos hace un gesto invitándonos a entrar.

Tal como se veía en las fotos: amplio, iluminado, con un diseño moderno pero acogedor. A lo lejos, una piscina y un salón de eventos resaltan en el jardín del edificio. Subimos en el ascensor mientras Jack nos explica detalles sobre la propiedad.




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