“Entre dudas y certezas”
La alarma suena con un estridente pitido que atraviesa el silencio de mi habitación. Sin embargo, mis ojos no se desvían. Permanecen fijos en el techo, inmóviles, mientras mi mente sigue atrapada en la maraña de pensamientos que me han acompañado toda la noche. Ha sido una noche horrible. No he dormido bien, de hecho, no he dormido en absoluto. Mi cabeza no ha dejado de darle vueltas al hecho de que hoy tendré que negociar con Marlowe.
Suelto un fuerte suspiro, cargado de frustración, resignación y un toque de nerviosismo. La reputación de ese hombre no es precisamente la mejor, y a pesar de ello, mi padre y el señor Lombardi confían en que yo logre cerrar este trato con éxito. Es un peso que llevo sobre mis hombros, uno que no puedo permitirme soltar.
Me incorporo lentamente en la cama y me paso las manos por el rostro, intentando disipar la somnolencia y el agotamiento. Parpadeo varias veces, y cuando mis ojos se enfocan en el reloj de mi mesita de noche, las manecillas marcan las 6:45.
"Mierda, si no me apuro llegaré tarde", pienso con una punzada de ansiedad, obligándome a moverme.
Me arrastro fuera de la cama y me dirijo al baño con pasos pesados. Al encender la luz, el reflejo que me devuelve el espejo no es alentador. Ojeras marcadas, cabello revuelto y una expresión de cansancio evidente. Suspiro y me lavo el rostro con agua fría, esperando que eso me ayude a despejarme un poco. Acto seguido, empiezo con mi rutina diaria: me cepillo los dientes, intento domar mi cabello rebelde –sin mucho éxito– y me visto con rapidez. Elijo una blusa elegante pero cómoda, un pantalón de corte impecable y, para completar el conjunto, me calzo mis botas marrones favoritas. Se han convertido en un amuleto, algo que me da seguridad en estos días llenos de incertidumbre.
Bajo las escaleras con prisa, y al llegar al comedor, me encuentro con Silvia, la empleada de la casa. Ha estado con nosotros desde que tengo cinco años. Recuerdo cuando era más joven, ella se encargaba de todas las tareas del hogar, pues mamá y papá pasaban la mayor parte del tiempo en el trabajo. Pero los años han pasado, ella ha envejecido, y tras la muerte de mamá, papá dejó de confiar en extraños y prefirió quedarse con las pocas personas que siempre habían estado a su lado. Por eso, el trabajo de Silvia se redujo; ahora solo viene dos veces a la semana, lo suficiente para asegurarse de que esta casa siga pareciendo un hogar.
Su gesto me reconforta más de lo que imaginé. Le devuelvo una sonrisa agradecida, pero cuando miro el reloj, me doy cuenta de que el tiempo sigue avanzando sin piedad.
Anoche, mientras no podía dormir, pasé horas leyendo los documentos que Anna me envió. Quería asegurarme de estar completamente preparada, de conocer cada detalle, cada posible punto de negociación. Pero nada reemplaza la tranquilidad de llegar con tiempo y revisar todo una última vez antes de la reunión.
Acelero el paso y subo al coche, sintiendo cómo la ansiedad se entremezcla con la adrenalina. Hoy no es un día cualquiera. Hoy puede cambiarlo todo.
Al llegar al edificio, dejo el auto en el estacionamiento y respiro hondo antes de salir. Ajusto mi blazer y recojo mis cosas con las manos algo temblorosas. Como era de esperarse, Anna está esperándome en la entrada, con su típica sonrisa confiada y una carpeta en la mano.
Anna me toma del brazo con suavidad, con un gesto tranquilizador.