La Serpiente Blanca

C A P Í T U L O 7

“Entre dudas y certezas”

La alarma suena con un estridente pitido que atraviesa el silencio de mi habitación. Sin embargo, mis ojos no se desvían. Permanecen fijos en el techo, inmóviles, mientras mi mente sigue atrapada en la maraña de pensamientos que me han acompañado toda la noche. Ha sido una noche horrible. No he dormido bien, de hecho, no he dormido en absoluto. Mi cabeza no ha dejado de darle vueltas al hecho de que hoy tendré que negociar con Marlowe.

Suelto un fuerte suspiro, cargado de frustración, resignación y un toque de nerviosismo. La reputación de ese hombre no es precisamente la mejor, y a pesar de ello, mi padre y el señor Lombardi confían en que yo logre cerrar este trato con éxito. Es un peso que llevo sobre mis hombros, uno que no puedo permitirme soltar.

Me incorporo lentamente en la cama y me paso las manos por el rostro, intentando disipar la somnolencia y el agotamiento. Parpadeo varias veces, y cuando mis ojos se enfocan en el reloj de mi mesita de noche, las manecillas marcan las 6:45.

"Mierda, si no me apuro llegaré tarde", pienso con una punzada de ansiedad, obligándome a moverme.

Me arrastro fuera de la cama y me dirijo al baño con pasos pesados. Al encender la luz, el reflejo que me devuelve el espejo no es alentador. Ojeras marcadas, cabello revuelto y una expresión de cansancio evidente. Suspiro y me lavo el rostro con agua fría, esperando que eso me ayude a despejarme un poco. Acto seguido, empiezo con mi rutina diaria: me cepillo los dientes, intento domar mi cabello rebelde –sin mucho éxito– y me visto con rapidez. Elijo una blusa elegante pero cómoda, un pantalón de corte impecable y, para completar el conjunto, me calzo mis botas marrones favoritas. Se han convertido en un amuleto, algo que me da seguridad en estos días llenos de incertidumbre.

Bajo las escaleras con prisa, y al llegar al comedor, me encuentro con Silvia, la empleada de la casa. Ha estado con nosotros desde que tengo cinco años. Recuerdo cuando era más joven, ella se encargaba de todas las tareas del hogar, pues mamá y papá pasaban la mayor parte del tiempo en el trabajo. Pero los años han pasado, ella ha envejecido, y tras la muerte de mamá, papá dejó de confiar en extraños y prefirió quedarse con las pocas personas que siempre habían estado a su lado. Por eso, el trabajo de Silvia se redujo; ahora solo viene dos veces a la semana, lo suficiente para asegurarse de que esta casa siga pareciendo un hogar.

  • Buenos días, mi querida niña. Te he preparado un rico desayuno —me dice con una sonrisa cálida al verme entrar.
  • Buenos días para ti también, Silvia. Gracias —respondo mientras tomo el plato y el vaso de jugo que ha dispuesto en la mesa—. ¿Cómo has estado estos días?
  • Muy bien, mi niña. Esta semana tuve que hacerme un chequeo en el médico, pero fue más bien de rutina, nada de qué preocuparse.
  • Sabes que si necesitas algo, siempre estaremos aquí para lo que sea —le digo con sinceridad, mirándola a los ojos.
  • Lo sé, mi niña, lo sé —asiente con ternura—. Pero cuénteme usted, ¿cómo le va en la universidad y en su trabajo?
  • Muy bien. Ya este es mi último año y no te imaginas lo emocionada que estoy con eso —respondo con entusiasmo, aunque todavía me pesa el cansancio de la noche en vela—. En cuanto al trabajo, hoy me han asignado cerrar un negocio con...
  • ¡Felicitaciones, mi niña! —me interrumpe con entusiasmo, aplaudiendo suavemente—. Estoy segura de que lo harás genial —dice con una sonrisa orgullosa mientras deposita un cariñoso beso en mi mejilla.

Su gesto me reconforta más de lo que imaginé. Le devuelvo una sonrisa agradecida, pero cuando miro el reloj, me doy cuenta de que el tiempo sigue avanzando sin piedad.

  • Muchas gracias, Silvia, pero hablando del tema... ¡estoy llegando tarde! —digo apresurada, tomando mis cosas y el café que había preparado antes de bajar.
  • Adiós, mi niña, buena suerte.
  • Que tengas un buen día, adiós —respondo al salir casi corriendo hacia el auto.

Anoche, mientras no podía dormir, pasé horas leyendo los documentos que Anna me envió. Quería asegurarme de estar completamente preparada, de conocer cada detalle, cada posible punto de negociación. Pero nada reemplaza la tranquilidad de llegar con tiempo y revisar todo una última vez antes de la reunión.

Acelero el paso y subo al coche, sintiendo cómo la ansiedad se entremezcla con la adrenalina. Hoy no es un día cualquiera. Hoy puede cambiarlo todo.

Al llegar al edificio, dejo el auto en el estacionamiento y respiro hondo antes de salir. Ajusto mi blazer y recojo mis cosas con las manos algo temblorosas. Como era de esperarse, Anna está esperándome en la entrada, con su típica sonrisa confiada y una carpeta en la mano.

  • Buenos días, señorita Bianchi, ¿emocionada por el día de hoy? – pregunta con entusiasmo -
  • Buenos días Anna. Emocionada sí, pero también tengo una sensación rara en el pecho, como si lo que sucediera en esta reunión fuera a determinar mi carrera – admito, frenando en seco mi paso y mirándola con un atisbo de temor - ¿y si algo sale mal? Sabes lo que pienso sobre el señor Marlowe, y temo a que algo de lo que diga no me guste y termine saliendo con mis tacones de punta.

Anna me toma del brazo con suavidad, con un gesto tranquilizador.

  • Oye, todo saldrá bien. Y quién sabe, tal vez ese hombre no es tan patán como piensas.
  • Ojala – suspiro, soltando la tensión en mis hombros–
  • Te dejo para que puedas acomodarte - dice, deteniéndose frente a la puerta de mi oficina – Vendré a avisarte cuando el señor Marlowe este en el edificio – asiento con la cabeza –




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