Al principio de los tiempos, cuando simplemente existía el Día y la Noche, y el mundo era nuevo, los primeros hombres rogaron al Sol que se compadeciera de ellos.
Y nadie rogó a la Luna.
El Sol les concedió la magia; pero sólo a aquellos que tuvieran el alma sin pecado alguno.
Pasaron muchos siglos, hasta que una noche de luna llena, un mago lo perdió todo y rogó a la Luna que lo ayudara. La Luna, conmovida por sus ruegos, fue con la Madre Noche y le suplicó ayuda en nombre del mago desdichado.
La Noche le concedió su deseo; le otorgó al mago una corona con cristales mágicos y le dijo que la usara para el bien y su gloria no acabaría jamás.
Pero cuando el mago descubrió el poder de la corona, la codicia lo envolvió y la corona se rompió en pedazos.
Fue un elfo quién encontró uno de los fragmentos de la corona; un cristal azul y de apariencia frágil. Y, desconociendo su poder, lo guardó y lo llevó a casa.