La sirvienta y el vampiro

Caso 3: Tulipán Negro

El coche se detuvo justo cuando me sentía desfallecer de frio. Desciendo del carro y veo como el chofer con el carruaje sin siquiera despedirse se alejan dejándome abandonada en aquel lugar. Aun no logro entender por qué Esteban me sacó de golpe de la casa, solo dijo algo de Luna roja y que estar ahí significaba un peligro para mi vida. Por lo que me subió sin siquiera permitirme ponerme un abrigo para la fría y lluviosa noche.

 

Frente a mí hay un viejo edificio de tono gris con una enorme y gruesa puerta de madera cerrada. Unas letras amarillentas y desgastadas tienen escrito "Hotel Western" pero el lugar parece que estuviera completamente abandonado. No hay luz que salga de algunas de aquellas pequeñas ventanas y ruido desde el interior. Comienza a llorar a cantaros y dubitativa sin alejar mi mirada de las vacías calles nocturnas solo me queda golpear una de las puertas. Nadie responde, hasta la lluvia hace más ruido. En mi interior maldigo a Maximiliano y mi suerte de acabar empapada, con frio, sin un centavo y con hambre en medio de la lluvia frente a un siniestro lugar. Vuelvo a insistir. Otra vez silencio.

 

—¡Disculpen, vengo de parte de Maximiliano Alcázar! Él dijo que...

 

Pero no alcanzo a terminar cuando la puerta se abre. Es tal la oscuridad del interior que dudo en entrar, pero el calor agradable que se siente en ese lugar me empuja a aceptar la invitación.

 

Contemplo a mí alrededor y no veo a nadie. Estupefacta retrocedo hasta sentir la puerta a mis espaldas.

 

—Lo siento, no sabía que eras humana —habló una voz cordial a la vez que la llama de una vela se enciende.

 

Con la luz logro ver que quien me habla es un hombre de unos treinta años, que sonríe con suavidad, sus cabellos rojos se desparraman en forma desordenada en su cabeza. Viste una larga gabardina de color claro y botines de color marrón. Sus ojos negros se detienen en los míos y me miran curiosos.

 

—¿Eso es útil? —señala mi crucifijo.

 

—No lo sé, señor... —respondo.

 

Se ríe.

 

—Solo llámame Mark —entrecierra los ojos con simpatía—. Eres enviada por Maximiliano así que no puedo negarte asilo.

 

—¿Asilo? —le pregunté sin entenderlo.

 

—Así es, dice "hotel" pero la verdad es que es un asilo para las criaturas necesitadas, aunque eres la primera humana enviada acá, eso es interesante.

 

Nos quedamos en silencio, pero noté que me analiza con fijeza.

 

Luego de eso me indicó que lo siguiera. Entramos a un taller donde al ver cuerpos colgados retrocedí espantada.

 

—No soy criaturas vivas, son marionetas —sonrió.

 

Pero sus rostros son tan humanos que en medio de la oscuridad te engañan con facilidad. A los costados piezas de metal que simulan partes humanas, más artefactos de otras especies que se ven tan vivas que pareciera que me estuvieran observando. Sobre un largo mesón hay destornilladores, alicates, cables sueltos, y otras cosas de un característico taller.

 

—Serias una modelo interesante como una de mis marionetas.

 

Dicho esto, su mirada se tornó extraña y por momentos siento que este lugar no es tan seguro como cree Maximiliano. Se puso a reír y creo entender que solo bromeaba.

 

—¿Quiere una taza de buen té? —y dicho esto me dijo que lo acompañara a la cocina.

 

Si los objetos de su taller eran curiosos, la cocina no se quedaba atrás, sobre todo aquella tetera más grande de lo usual con miles de aparatos conectados a ella y que hacía un extraño ruido como el tic tac de un reloj.

 

—No necesita fuego —explicó— además luego que el agua alcanza la temperatura ideal se detiene. Y el té que prepara es único en el mundo, se lo aseguro.

 

—¿Y esa otra máquina? —que parecía una criatura humana, pero con cuatro brazos.

 

—Es para lavar la loza, aunque aún no logro hacerla funcionar bien, lava la mitad de la loza y la otra mitad la rompe.

 

Quise reírme, pero me quede sería ante la expresión grave y pensativa de su rostro.

 

Me sirvió una taza de té con frambuesas, dubitativa la probé con cuidado, pero su agradable sabor disipó mis dudas de inmediato. Sin embargo, pronto me sentí adormecida y caí dormida sin poder evitarlo.

 

—No, no morirás... tú no puedes...

 

Abro los ojos asustada luego de escuchar esas palabras, estoy segura de que era la voz de Maximiliano. Me tocó la cabeza, me duele mucho, confundida observo a mí alrededor, la luz del sol entra por las ventanas iluminando el lugar. Estoy en una habitación pequeña pero cálida, algo desordenada porque varias cajas se encuentran en los rincones. Me levantó de la cama y observó por las ventanas, me encuentro en el ático del hotel. El cielo azul después de un día de lluvia se ve más deslumbrante que nunca.


Siento girar la llave de la puerta y me giro de inmediato encontrándome con una de esas marionetas que antes vi colgando en las bodegas de Mark. Sus ojos se voltean hacia mi dando por unos segundos el aspecto de unos ojos sin pupilas, cuando estos aparecen se mueven en forma independiente hasta lograr ubicarlos en su posición y me observan con fijeza. Aguanto la respiración sin saber de las intenciones de aquella criatura, avanza a pasos extraños, tal como si sus articulaciones estuvieran rígidas. Al estar a mi lado gira su cabeza hacia mí y sus ojos avanzan nuevamente de forma extraña. Deja una bandeja con té, panecillos y jugo en la pequeña mesa que está cerca de mí, y sin decir más se retira cerrando la puerta.
Aun sin poder respirar con tranquilidad sigo en mi posición sintiendo mi cuerpo inmovilizado. Sobre la bandeja hay un sobre y dentro de este una carta:


"Lamento los inconvenientes, tuve que adormecerla para sacarle algo de sangre, mis marionetas son los guardianes diurnos de este lugar y están fabricada para deshacerse de los intrusos, salvo de aquellos cuya sangre ya han probado a quienes atienden como huéspedes. Usted estaba ayer demasiado confundida y alterada por las circunstancias y tal vez no hubiera aceptado de buena forma que le dijera que me dejara sacarle sangre para darle de beber a mis muñecas.




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