La mañana después de la reveladora noche con las grabaciones dejó al equipo con una sensación agridulce. Habían obtenido una prueba visual, aunque espectral, de la presencia de la niña, pero la historia que rodeaba su existencia seguía siendo un rompecabezas incompleto. La falta de registros claros o testimonios directos sobre la familia de la niña y los detalles de la tragedia frustraba a Laura
—Es como si el tiempo hubiera borrado sus huellas por completo —murmuró, hojeando sin rumbo las notas de sus entrevistas. Solo retazos, leyendas... nada concreto sobre cómo murió Ana, más allá de lo que contó el tendero.
Clara suspiró, apoyando la barbilla en su mano. —Quizás la vergüenza o el dolor hicieron que la gente del pueblo prefiriera olvidar. O tal vez la familia era aislada, sin lazos fuertes con la comunidad.
Omar, aunque ahora menos escéptico, seguía buscando una explicación lógica. —¿Y si la imagen en el espejo fue solo una pareidolia? Nuestro cerebro está programado para ver patrones, rostros...
—No lo creo —interrumpió Nina con firmeza; su voz aún temblaba ligeramente. Yo sentí su tristeza anoche, incluso antes de ver la grabación. Esa casa... está impregnada de dolor.
Laura se levantó, sintiendo una necesidad imperiosa de volver a la casa. —Tenemos que buscar más allí. Quizás los objetos que encontramos...
Regresaron a la Casa de los Espejos bajo la tenue luz de la tarde. La atmósfera parecía más pesada que en sus visitas anteriores, como si la presencia de Ana se hubiera vuelto más consciente de su interés. Revisaron minuciosamente los objetos que habían encontrado: la muñeca de porcelana con un brazo roto, los libros infantiles con las páginas amarillentas, el pequeño caballito de madera desvencijado. Laura tomó la muñeca entre sus manos, sintiendo una inexplicable oleada de melancolía. ¿Había pertenecido a Ana? ¿Había sido su juguete favorito?
Clara se centró en los libros, buscando alguna inscripción o dibujo que pudiera ofrecer una pista sobre la niña o su familia. James examinaba la estructura de la casa, buscando cualquier habitación o espacio oculto que pudieran haber pasado por alto. Omar, aunque seguía manteniendo una distancia cautelosa de los espejos, analizaba los niveles de humedad y temperatura en diferentes habitaciones, buscando anomalías inexplicables.
Fue Laura quien sintió una extraña atracción hacia un espejo en particular en el salón principal. No era el gran espejo de pie donde creyeron ver el reflejo fugaz, sino uno más pequeño, ovalado, con un marco de ébano intrincadamente tallado con motivos florales. Lo había notado antes, pero ahora parecía irradiar una energía sutil, casi palpable. Al acercarse, sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda y una punzada de una emoción que no era suya: una mezcla de anhelo y desesperación.
—Este espejo... —dijo en voz baja, llamando la atención de los demás—. Siento algo aquí.
Nina se acercó con cautela, evitando mirar directamente su reflejo. —Parece diferente a los demás. Más... oscuro.
Laura trazó con los dedos el frío ébano del marco. Tuvo una visión fugaz, casi como un recuerdo ajeno: una niña pequeña, de pie frente al espejo, con lágrimas corriendo por sus mejillas mientras una mujer observaba desde la distancia con una expresión sombría. La imagen desapareció tan rápido como llegó, dejándola confundida y con el corazón latiéndole con fuerza, como si hubiera compartido brevemente el dolor de la niña.
—He... he visto algo —murmuró, apartándose del espejo, su respiración agitada. Una imagen... creo que era Ana. Estaba llorando. Era como si... estuviera atrapada dentro del cristal.
El equipo se acercó, intrigado y ligeramente perturbado por la intensidad de la reacción de Laura. Nina se estremeció, abrazándose a sí misma con fuerza. —Da mucho miedo. Siento como si nos estuviera llamando.
Decidieron centrar toda su atención en ese espejo en particular. James ajustó la cámara, enfocándola directamente en la superficie ovalada. —Si algo va a manifestarse, será ahí —dijo con una seriedad que reflejaba la creciente tensión del momento.
Clara examinó el marco tallado con una lupa, buscando cualquier detalle que pudiera haber pasado por alto. Descubrió unas pequeñas marcas casi invisibles, grabadas en la madera oscura. Parecían símbolos vagos, quizás infantiles, o tal vez algo más antiguo y significativo. No pudo descifrarlos, pero la sensación de que no eran aleatorios se intensificó.
Omar acercó su medidor de campo electromagnético al espejo. Las fluctuaciones que había detectado antes se volvieron más erráticas; la aguja temblaba nerviosamente, emitiendo un zumbido bajo y constante. Incluso él, el más escéptico del grupo, no podía negar que algo anómalo estaba ocurriendo alrededor de ese objeto.
Mientras la tarde se convertía en una noche cargada de expectación, la atmósfera en la sala se hizo más densa, casi palpable. Las sombras danzaban de forma extraña en las paredes, y la sensación de ser observados se intensificó hasta volverse casi física. Pequeños susurros apenas audibles parecían emanar no solo de las paredes, sino del propio espejo, como si una voz diminuta intentara comunicarse desde el otro lado. Una corriente de aire frío recorrió la habitación, levantando el polvo en el suelo y haciendo que la llama de la linterna de James parpadeara, aunque no había ventanas abiertas ni corrientes de aire evidentes.
Laura se sentó de nuevo frente al espejo ovalado, sintiendo una conexión aún más fuerte, casi magnética. Extendió la mano lentamente, a punto de tocar la fría superficie del cristal, pero dudó. Era como si una fuerza invisible la detuviera, una advertencia silenciosa. Habló en voz baja, con suavidad, con una mezcla de compasión y urgencia. —Ana, ¿estás aquí? ¿Qué te ocurrió? ¿Por qué estás atrapada? ¿Hay algo que podamos hacer para ayudarte?
En el silencio que siguió a sus palabras, el reflejo del espejo pareció oscurecerse por un instante, como si una nube invisible hubiera pasado sobre su superficie. Luego, una pequeña figura, apenas perceptible, se dibujó brevemente en el cristal, justo detrás del reflejo de Laura. Era la silueta de una niña, y aunque sus rasgos eran borrosos, la profunda tristeza que emanaba de su presencia era innegable. Desapareció tan súbitamente como había aparecido, dejando tras de sí un escalofrío que recorrió la espina dorsal de todos los presentes. El espejo ovalado, con su marco oscuro y su superficie ahora cargada de una energía palpable, se había convertido en mucho más que un simple objeto antiguo. Era una puerta, un umbral hacia el sufrimiento atrapado en la Casa de los Espejos.