La sombra de la leyenda

Capitulo 7

El horror de ver a Omar sin reflejo se había propagado como un virus helado entre el equipo. La incredulidad inicial se había desvanecido, reemplazada por un pánico visceral al enfrentarse a lo imposible. Nina fue la siguiente en acercarse a un espejo, una pequeña luna astillada colgada en el pasillo. Su rostro, crispado por el miedo, se inclinó hacia el cristal buscando desesperadamente su imagen. No estaba allí. El espejo solo devolvía la penumbra del pasillo vacío. Un grito silencioso se ahogó en su garganta, un terror primario ligado a su miedo más profundo: la sensación de desvanecerse, de no existir

Uno a uno, se enfrentaron al mismo vacío escalofriante. James, al mirar un espejo empañado en lo que parecía un antiguo baño, vio por un instante su rostro distorsionarse, los ojos inyectados en sangre, antes de desaparecer por completo, alimentando su temor latente a perder la cordura. Clara, frente a un espejo con grabados florales similares al ovalado, vislumbró fugaces rostros pálidos y demacrados mirándola fijamente desde el vacío, materializando su miedo a ser consumida por el pasado y los espíritus atormentados.

Laura fue la última en atreverse. Con el corazón latiéndole con fuerza, se paró ante el espejo ovalado, el mismo que parecía ser el epicentro de esta pesadilla reflectante. Su reflejo estaba allí, pálido y tembloroso, pero sus ojos comenzaron a llenarse de una tristeza profunda, espejando la pena que sentía por Ana, hasta que su imagen se desdibujó, casi fundiéndose con la oscuridad del cristal, como si la propia tristeza de la niña la estuviera absorbiendo.

Mientras sus reflejos desaparecían, la casa se volvía más activa, una entidad malévolamente consciente de su terror. Los susurros se intensificaron, convirtiéndose en risas ahogadas y burlonas que parecían provenir de las propias paredes. Las sombras danzaban y se alargaban de formas antinaturales, y la temperatura fluctuaba salvajemente, pasando de un frío glacial a un calor sofocante en cuestión de segundos.

Presa del pánico, la única idea que resonaba en sus mentes era escapar. Se abalanzaron sobre la puerta principal, forcejeando con la manija, empujando con todas sus fuerzas, pero permanecía inexplicablemente sellada. Las ventanas, cubiertas de polvo y telarañas, tampoco cedían a sus intentos desesperados. El exterior parecía distorsionado a través del vidrio sucio, las formas de los árboles de la Alameda retorcidas y amenazantes.

En medio de su frenética búsqueda de una salida, Omar miró su reloj. La aguja se movía erráticamente, como si el tiempo mismo estuviera fracturado dentro de la casa. Recordaba claramente haber cruzado el umbral alrededor del mediodía. En el reflejo astillado de un espejo roto en el suelo, alcanzó a ver que las manecillas marcaban aproximadamente las 2:17 PM. Solo un par de horas parecían haber transcurrido en su percepción.

Finalmente, tras una lucha desesperada, James logró derribar una puerta trasera carcomida por la humedad. Se precipitaron al exterior, tropezando en la oscuridad. La luz de las farolas de la Alameda los cegó por un instante. El aire fresco de la noche les llenó los pulmones, pero la sensación de alivio fue efímera.

Miraron a su alrededor, desorientados. El cielo era de un negro profundo, salpicado de estrellas lejanas. Las farolas proyectaban halos de luz sobre las calles vacías. La atmósfera era muy diferente a la soleada tarde en la que habían entrado.

—¿Qué hora es? —preguntó Nina con voz temblorosa, buscando su teléfono en el bolsillo. Estaba muerto.

Omar consultó su reloj, el mismo que marcaba las 2:17 PM en el reflejo de hacía unos momentos. Ahora, en la oscuridad de la noche, marcaba las 21:43. Nueve horas y cuarenta y tres minutos se habían perdido, evaporados en el interior de la Casa de los Espejos.

El silencio de la noche exterior contrastaba con el caos vivido dentro. Estaban fuera, pero la ausencia de sus reflejos era un recordatorio constante de que algo fundamental se había perdido. Y la certeza de que Ana seguía atrapada en esa casa, sufriendo en soledad, pesaba sobre ellos como una losa. ¿Realmente habían escapado? ¿O una parte de ellos, invisible en los espejos, permanecía aún prisionera en la Casa de los Espejos, junto al espectro de la niña triste? La noche silenciosa de la Alameda no ofrecía respuestas, solo una creciente sensación de terror e incertidumbre sobre lo que les depararía el futuro.




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