De vuelta en Cádiz, la experiencia en San Fernando y la ambigua leyenda del pasadizo se sumaron a la ya perturbadora vivencia en la Casa de los Espejos, dejando una huella invisible pero profunda en la psique de cada uno. La ausencia de sus reflejos persistía, no solo como una anomalía visual, sino como una constante fuente de ansiedad, una palpable señal de que algo fundamental en su realidad se había fracturado
James, el escéptico, sentía cómo los cimientos de su racionalidad comenzaban a resquebrajarse. La imposibilidad de encontrar una explicación lógica para lo sucedido en la casa y la tozuda persistencia de la falta de reflejos lo sumían en una creciente frustración e inquietud. Recuerdos fugaces de los rostros distorsionados en los espejos y la extraña sensación de la distorsión del tiempo lo asaltaban en momentos inesperados, como astillas de una pesadilla diurna. La leyenda del pasadizo, aunque carente de pruebas tangibles, sembraba en su mente la incómoda idea de secretos oscuros acechando justo debajo de la superficie de la realidad cotidiana.
Laura, con su sensibilidad exacerbada, sentía la presencia de Ana de forma más intensa. Momentos de profunda tristeza la invadían sin motivo aparente, acompañados de la vaga pero persistente sensación de que la niña intentaba comunicarse, de que su sufrimiento aún resonaba en el aire. La ausencia de su propio reflejo la hacía sentir desconectada de sí misma, como si una parte esencial de su identidad se hubiera desvanecido junto con su imagen. Los ecos de las leyendas de Cádiz, la tristeza infantil de la Casa Cuna y el lamento silencioso del Castillo de San Sebastián se entrelazaban con su angustia personal, creando una cacofonía interna de dolor ajeno.
Omar, el hombre de ciencia, luchaba contra la creciente irracionalidad de su situación. La falta de una explicación lógica para lo que habían vivido lo llevaba a un estado de nerviosismo e irritabilidad constante. Comenzaba a obsesionarse con la idea de que algo más les había sido arrebatado en la casa, algo intangible pero fundamental para su ser. La ausencia de su reflejo lo hacía sentir invisible, como si su propia existencia estuviera disminuyendo. La leyenda del pasadizo, con su aura de misterio y oscuridad, lo perturbaba profundamente, imaginando secretos siniestros acechando bajo sus pies, en las entrañas de una ciudad que creía conocer.
Nina era quizás la más visiblemente afectada. La falta de su reflejo la había sumido en una profunda tristeza, haciéndola cuestionar su propia existencia y su lugar en el mundo. Tenía pesadillas vívidas y recurrentes con los espejos de la casa, los rostros grotescos que se asomaban desde su interior y la aterradora sensación de caer en un vacío sin fin. La leyenda de la niña atrapada en la Casa de los Espejos resonaba dolorosamente con su propio sentimiento de estar atrapada por el miedo, la incertidumbre y la creciente sensación de irrealidad.
Clara, por su parte, experimentaba un miedo más silencioso pero igualmente corrosivo. La ausencia de su reflejo la hacía sentir insegura sobre su propia apariencia física, sobre la imagen que proyectaba al mundo. Comenzaba a dudar de sus propios recuerdos de sí misma, preguntándose si realmente se veía como recordaba o si su mente estaba jugando con ella. Se volvía más reservada, evitando las situaciones donde la falta de su imagen era más evidente, como si temiera que los demás también notaran su ausencia. La leyenda del pasadizo, aunque le pareciera una historia improbable, la hacía sentir vulnerable, como si hubiera secretos oscuros acechando bajo la superficie de un lugar que creía seguro. La desaparición de algo tan fundamental como su propio reflejo la había convencido de que la realidad misma era inestable y poco confiable.
A pesar de sus diferentes formas de manifestarse, la experiencia compartida y la persistente anomalía de los reflejos tejían un invisible hilo de ansiedad entre ellos. Evitaban hablar directamente de lo sucedido, pero la tensión era palpable en sus miradas furtivas y sus silencios incómodos. Se observaban constantemente, buscando en los demás signos de la misma fragilidad psicológica que sentían, como si fueran espejos rotos intentando reflejarse mutuamente.
El equipo está lidiando en silencio con el creciente terror psicológico. La Casa de los Espejos había dejado una marca invisible pero profunda en sus mentes, y las sombras de las leyendas de Cádiz se sumaban a la ominosa sensación de que estaban rodeados por misterios oscuros e inexplicables. La línea entre la realidad tangible y la paranoia incipiente comenzaba a difuminarse, preparando el terreno para una escalada del miedo que acechaba en los espejos de sus propias mentes.