La sombra de la leyenda

Capitulo 13

La tensión psicológica de los últimos días se había vuelto un nudo opresivo en el pecho de cada uno. Sintiendo que debían confrontar la raíz de su tormento, tomaron la difícil decisión de regresar a la Casa de los Espejos. La persistente ausencia de sus reflejos era un lazo invisible, una constante punzada que los atraía de vuelta a ese lugar de pesadilla, con la desesperada esperanza de encontrar respuestas o al menos comprender la naturaleza del horror que los envolvía

Al cruzar el umbral de la casa, una atmósfera helada los recibió, un silencio denso y cargado de una anticipación siniestra. Nina, con la voz apenas un susurro, rompió el silencio: "¿Estáis... sintiendo esto? Es como si la casa respirara... de forma oscura, como si estuviera viva y no quisiera que estuviéramos aquí".

Omar, intentando aferrarse a una apariencia de racionalidad, respondió con un tono que no terminaba de convencer ni a sí mismo: "Es sugestión, Nina. Solo es un lugar viejo y abandonado, impregnado de recuerdos desagradables." Pero su mirada nerviosa, que evitaba los espejos vacíos en las paredes, contradecía sus palabras.

A medida que se adentraban en las habitaciones polvorientas, sus miedos individuales comenzaron a filtrarse en la realidad que los rodeaba, manifestándose en extraños fenómenos y en las vacilantes palabras que compartían:

James se detuvo bruscamente en el salón, con el rostro pálido. "¿Habéis oído eso?", preguntó, su voz teñida de una incredulidad aterradora. "Sonaba... como si supiera lo que estoy pensando. Una voz... burlándose."

Laura se acercó a él con preocupación. —¿Qué has oído, James? ¿Estás bien?

James negó con la cabeza, apartando la mirada de un espejo que reflejaba solo la penumbra de la habitación. —Nada... no importa. Solo... mi imaginación jugándome una mala pasada." Pero la tensión en su mandíbula y la forma en que evitaba el contacto visual con los espejos revelaban su creciente perturbación.

Laura, mientras tanto, se llevó una mano al pecho, con la respiración entrecortada. —Ana... Siento que está aquí. Pero... está diferente. Más... desesperada, casi... amenazante". Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Clara la abrazó instintivamente, sintiendo el temblor que recorría el cuerpo de su amiga. —¿Qué sientes, Laura? "¿Estás bien?".

Laura asintió débilmente, pero su voz temblaba al responder: —Siento su tristeza... pero también... rabia. Como si nos culpara de algo.

En el estudio, un pesado libro se deslizó de una estantería y cayó al suelo con un golpe seco, sobresaltando a Omar. —¿Habéis visto eso? —exclamó, con un creciente nerviosismo en su voz. "El libro... se ha caído solo. No había viento, nada.

James, intentando aferrarse a una explicación lógica, replicó: —Sería el suelo desnivelado, Omar. O quizás una corriente de aire que no hemos notado.

Omar negó vehementemente con la cabeza. —No. Estaba bien apoyado. Y no había corriente. Lo he visto claramente.

Nina retrocedió con un grito ahogado frente a un espejo empañado en el pasillo. Por un instante fugaz, su reflejo había parpadeado, reemplazado por un rostro ajeno, vacío y con una expresión de profunda angustia. —¡No "¡Mi cara... no era mi cara!" gritó, llevándose las manos al rostro.

Omar se acercó a ella con cautela, intentando tranquilizarla. —¿Qué has visto, Nina? Tranquilízate. "Solo es un viejo espejo.

Nina temblaba incontrolablemente. —No era yo... por un segundo... vi a otra persona. Alguien... vacío. Y me miraba con... con desesperación".

Clara se tapó la nariz con una mueca de disgusto en el salón. —¿Alguien más huele esto? Es... horrible. Como... "carne en descomposición".

James y Omar olfatearon el aire, pero no percibieron nada inusual. —Yo no huelo nada, Clara —dijo James, frunciendo el ceño.

—Está aquí... justo aquí —insistió Clara, con creciente ansiedad, mirando a su alrededor como si el hedor emanara de las propias paredes. —Es fuerte... "Me revuelve el estómago".

Las conversaciones se volvieron fragmentadas, interrumpidas por exclamaciones de miedo, preguntas sin respuesta y un creciente sentimiento de desesperación. Intentaban apoyarse mutuamente con miradas y gestos, pero la naturaleza profundamente individual de sus terrores comenzaba a aislarlos en sus propias pesadillas privadas dentro de la casa.

El equipo atrapado una vez más en la Casa de los Espejos, sus miedos reflejándose no solo en las anomalías que los rodeaban, sino también en las palabras temblorosas que apenas se atrevían a pronunciar. La casa se había convertido en un eco amplificado de sus ansiedades más profundas, y el diálogo revelaba la creciente fragilidad de su cordura. La pregunta de cómo podrían enfrentar esta tortura psicológica y si encontrarían alguna respuesta en la locura que comenzaba a envolverlos pendía en el aire, tan amenazante como las sombras que danzaban en los espejos vacíos.




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