La sombra de la leyenda

Capitulo 17

Aún con el amargo sabor de la impotencia tras ver a los niños jugar despreocupadamente en la Casa de los Espejos, el equipo decidió realizar una última vigilancia discreta. La frustración se mezclaba con una persistente necesidad de encontrar algo, cualquier cosa, que validara el terror que habían vivido. Con sigilo, instalaron pequeñas cámaras ocultas alrededor de la casa, alimentando una tenue esperanza de capturar alguna anomalía

Al día siguiente, tal como temían y a la vez esperaban, los mismos niños, o un grupo muy similar, regresaron a la Casa de los Espejos. Su actitud era la misma que la última vez: una mezcla de curiosidad infantil y una burla adolescente hacia las historias de fantasmas. Se reían a carcajadas mientras imitaban gemidos espectrales y se jactaban de no tener miedo a "una casa vieja y destartalada".

Inicialmente, la vigilancia a través de las pantallas de sus portátiles no reveló nada fuera de lo común. Los niños correteaban por las habitaciones, explorando los rincones oscuros y gritando nombres de fantasmas inventados. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, pequeños fenómenos sutiles comenzaron a ocurrir, captados por las lentes y los micrófonos ocultos. Una puerta en el primer piso se cerró con un golpe suave a pesar de la ausencia de cualquier corriente de aire visible. Un susurro indistinto, casi inaudible, quedó registrado en uno de los micrófonos cerca del salón. Una sombra fugaz, demasiado alta y delgada para pertenecer a ninguno de los niños, cruzó brevemente el umbral de una puerta.

En un momento dado, mientras los niños se reunían en el salón, precisamente donde Laura había sentido la presencia más intensa de Ana, su bullicio cesó abruptamente. Un silencio antinatural se instaló en la casa, un vacío sonoro que se transmitió escalofriantemente a través de los altavoces de los portátiles. Los cuerpos de los niños se tensaron, sus juegos se detuvieron y sus miradas se volvieron inquietas, buscando algo invisible en las sombras.

A través de las cámaras, el equipo observó cómo el miedo comenzaba a apoderarse de los rostros infantiles. Sus ojos se abrieron con un terror puro y primario, señalando con dedos temblorosos algo que no era visible en las pantallas. Retrocedieron lentamente, pegándose unos a otros como buscando protección en la cercanía. Se escucharon jadeos ahogados y pequeños gritos de pavor, cortando el silencio anterior.

Una de las cámaras, estratégicamente colocada frente a un gran espejo de marco dorado en el salón, capturó una imagen aterradora. Por un instante fugaz, reflejada en la superficie polvorienta, apareció la figura pálida y demacrada de una niña. Su rostro estaba contorsionado por una mezcla de ira y una profunda tristeza, sus ojos oscuros fijos en la dirección donde se encontraban los niños. La imagen desapareció tan rápido como había aparecido, dejando tras de sí una sensación de frío intenso que pareció emanar de la pantalla.

Presa del pánico, los niños salieron corriendo de la casa como si el mismísimo infierno los persiguiera. Tropezaban y caían en su desesperada huida, sus gritos de burla ahora convertidos en aullidos de terror genuino y paralizante, resonando en el silencio de la tarde.

El equipo observaba las imágenes grabadas en sus portátiles, el silencio en la habitación solo roto por los jadeos ahogados y los susurros incrédulos. En la pantalla, los rostros de los niños se contraían en una máscara de terror puro, sus pequeños cuerpos temblando mientras retrocedían de algo invisible para la cámara.

—¿Habéis visto eso? —susurró Nina, con la voz apenas audible, sus ojos fijos en la imagen congelada de uno de los niños con la boca abierta en un grito silencioso.

—Dios mío... sus caras... —murmuró Laura, llevándose una mano a la boca, visiblemente temblorosa. ¿Qué demonios vieron?

James pasó una y otra vez el fragmento de la aparición en el espejo. La figura pálida de la niña, con su rostro contorsionado por la ira y la tristeza, lo miraba fijamente desde la pantalla. —¿Visteis... visteis a la niña? En el espejo... justo ahí.

Omar, con el rostro pálido y los ojos muy abiertos, asintió lentamente. —Sí... sí, la vi. Fue... horrible. Su expresión... era puro odio.

Clara, que había permanecido en silencio hasta ahora, habló con una voz temblorosa. —¿Todos... todos vimos lo mismo? El silencio... el miedo en los niños... y esa... esa cosa en el espejo.

Un asentimiento colectivo llenó la habitación. La incredulidad inicial se había transformado en un escalofrío compartido de reconocimiento aterrador. Los gritos de los niños huyendo de la casa resonaban aún en el silencio de la habitación.

—No estaban jugando —dijo James, con la voz cargada de una comprensión sombría—. Sintieron algo. Vieron algo. Lo mismo que nosotros.

—Pero... ¿por qué a ellos sí y a nosotros...? —comenzó a decir Laura, con la voz quebrada.

—Quizás... quizás su inocencia los hizo más vulnerables —interrumpió Nina, con una mirada perdida. O quizás... la niña... está cada vez más enfadada.

El equipo permaneció inmerso en el visionado repetido de las grabaciones, el horror reflejado en los rostros de los niños actuando como un espejo de su propio trauma. La validación de su experiencia era ahora innegable y aterradora. La pregunta que flotaba en el aire era qué harían con esta nueva evidencia. ¿Buscarían ayudar a la niña cuya ira parecía haber despertado y ahora afectaba a otros, o simplemente intentarían protegerse de una presencia que claramente no quería ser olvidada y que parecía estar intensificando su poder?




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