El viaje hacia la Casa de los Espejos se había teñido de una palpable tensión. La luz del atardecer, normalmente cálida y reconfortante, parecía aquí adquirir un tono mortecino, proyectando sombras grotescas sobre los árboles que bordeaban el camino. James conducía en silencio, sus nudillos blancos aferrados al volante. A su lado, Laura miraba por la ventana, sus ojos oscuros reflejando la inquietud que sentían todos. En los asientos traseros, Omar y Nina intercambiaban miradas nerviosas, mientras Clara, la más sensible del grupo, se mantenía en un silencio casi espectral, con la mirada fija en la distancia, como si ya pudiera sentir la presencia opresiva de la casa
Cada uno de ellos recordaba los encuentros anteriores en ese lugar maldito: los susurros helados, los reflejos que parecían tener vida propia, la sensación constante de ser observados por algo invisible. La Casa de los Espejos se había grabado en sus mentes como un lugar donde las leyes de la realidad se desdibujaban y donde el terror acechaba en cada rincón.
Al doblar la última curva del camino, la casa apareció ante ellos, y la visión de los andamios les golpeó como un puñetazo en el estómago. La estructura metálica, fría y funcional, contrastaba brutalmente con la decadencia elegante de la mansión, como si una enfermedad moderna estuviera consumiendo un cuerpo antiguo. Los tubos de acero se entrelazaban alrededor de la fachada, ocultando parcialmente las ventanas oscuras que parecían observarles con ojos vacíos. La transformación había comenzado, y con ella, la sensación de que el tiempo para desentrañar los secretos de la casa se estaba agotando rápidamente.
Antes de que pudieran detener el coche por completo, uno de los obreros que trabajaban en la maraña de metal se separó del grupo. Su caminar era sorprendentemente tranquilo, casi apático, en medio de la atmósfera cargada. Su overol azul descolorido colgaba holgadamente de su cuerpo, y su rostro curtido por el sol parecía imperturbable. Al acercarse, sus ojos se posaron en el equipo con una mirada que no transmitía hostilidad, pero tampoco calidez.
—¿Puedo ayudarles? —preguntó con una voz áspera, como si el polvo y el trabajo duro se hubieran instalado en sus cuerdas vocales. Se detuvo a unos metros del coche, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón.
James apagó el motor y bajó la ventanilla. —Somos... investigadores. Teníamos permiso para estar aquí. Un tal señor Harding...
El obrero asintió lentamente, como si recordara vagamente la información. —Ah, sí. Lo oí. Algo sobre... fantasmas, ¿no? Pero esto..., señaló con un vago movimiento de la cabeza hacia los andamios, ...esto cambia las cosas. Los nuevos dueños quieren empezar cuanto antes.
Luego, sin que viniera mucho a cuento, como si estuviera compartiendo una observación casual sobre el clima, añadió con una calma que heló la sangre de Laura y crispó los nervios de Nina: Verá, esta mañana... creo que vi a la niña.
Un silencio denso se instaló en el aire. El canto distante de un pájaro se convirtió en el único sonido perceptible. Omar frunció el ceño, incrédulo. —¿A la niña? ¿Qué niña?
El obrero se encogió de hombros, su mirada perdida por un instante hacia una de las ventanas oscuras de la casa. —Una niña pequeña. Pelo oscuro, largo. Vestido blanco... antiguo, como de encaje. Estaba... allí arriba, en una de las ventanas del segundo piso. Me miró. Su rostro era pálido... muy pálido. No debería haber nadie ahí dentro, ¿verdad? Los andamios se instalaron ayer, y todavía no hemos empezado con el interior.
Un escalofrío recorrió la espalda de James, confirmando las peores sospechas que albergaba sobre la naturaleza de la presencia en la casa. Nina apretó los labios, su mirada fija en la ventana donde el obrero decía haber visto a la niña. No. No debería haber nadie.
El obrero continuó su relato, su tono tranquilo y monótono contrastando aún más con la escalofriante imagen que evocaba. —Fue solo un instante. Estaba colocando una viga y levanté la vista... Allí estaba. Cuando volví a mirar, al cabo de unos segundos, ya no estaba. Al principio pensé que era el reflejo del sol en el cristal, o una sombra... Pero no lo sé. Había algo en su mirada... una tristeza profunda, como si estuviera atrapada. Y luego desapareció... como si nunca hubiera estado allí.
Dejó la frase en el aire, rascándose la barbilla con el guante desparejado, visiblemente perturbado a pesar de su aparente calma.
Poco después, el capataz gritó, indicando el final de la jornada. El resto de los obreros comenzaron a recoger sus herramientas con movimientos cansados, intercambiando pocas palabras entre ellos. Algunos miraron al equipo con curiosidad fugaz; otros simplemente se dirigieron a sus vehículos sin prestarles atención. Se marcharon en una nube de polvo y el ruido de motores que se alejaban, dejando a James, Laura, Omar, Nina y Clara solos frente a la imponente casa ahora rodeada de metal, con la inquietante revelación del obrero resonando en sus mentes.
James suspiró, sintiendo la presión aumentar con cada segundo que pasaba. La visión de la niña por parte del obrero confirmaba que la presencia espectral era real y, quizás, consciente de los cambios que estaban ocurriendo en su hogar. —Esto lo cambia todo. dijo, su voz ahora cargada de urgencia. —Si la han visto... si la casa está siendo alterada de esta manera... necesitamos más tiempo. —Si estos trabajos continúan, lo que sea que esté aquí podría desaparecer, o peor aún, volverse más peligroso. Miró a los demás, su determinación palpable. —Voy al ayuntamiento ahora mismo. El contrato de arrendamiento que firmamos no se está cumpliendo debido a la venta y estas obras. Intentaré conseguir una prórroga. Necesitamos más días para entender qué está pasando realmente aquí.
Laura asintió, su preocupación evidente en el ceño fruncido. —Ten cuidado, James. No sabes con quién podrías encontrarte allí.