La sombra de la leyenda

Capitulo 24

El equipo esperó en la penumbra de la habitación de Ana, el silencio solo interrumpido por sus susurros expectantes. Cada segundo que pasaba, el aire parecía volverse más denso, cargado de una electricidad invisible que se filtraba en sus huesos.

Habían planteado las preguntas cruciales: —¿Por qué seguía allí a pesar de la justicia terrenal? —¿Hacia quién o hacia qué dirigía su persistente ira?

El grupo se quedó en un tenso mutismo.La silla y la canica permanecían inmóviles, negándose a dar respuestas, pero la habitación… la habitación empezaba a reaccionar.

Una presión casi imperceptible pesó sobre el pecho de Laura. Como si algo la estuviera empujando, reteniéndola, negándose a dejarla ir.

De repente, un crujido seco rompió el aire.

Fue breve.

Afilado

Como el chasquido de una rama seca rompiéndose bajo el peso.

Todos se sobresaltaron, enfocando sus linternas hacia la fuente del ruido.

El gran espejo polvoriento que dominaba una de las paredes temblaba visiblemente, vibrando ligeramente en su marco.

El grupo contuvo la respiración.

Una fina grieta, apenas perceptible al principio, apareció como una astilla de hielo en su superficie.

—¿Qué ha sido eso? —susurró Omar, con los ojos muy abiertos, aferrándose al brazo de Clara.

Pero antes de que nadie pudiera responder, la grieta creció.

Rápidamente

Se extendió como una telaraña de cristal, multiplicándose en ramificaciones finas que cruzaban la superficie polvorienta del espejo.

El sonido del cristal agrietándose llenó el silencio, un crujido constante y ominoso que resonaba como si la casa misma estuviera rompiéndose.

—El espejo... se está rompiendo —murmuró Laura, con la voz cargada de asombro y un incipiente temor.

Las fracturas crecieron más rápido; el espejo parecía a punto de colapsar.

Pero no lo hizo.

Los fragmentos permanecieron adheridos al marco, como si una fuerza invisible los mantuviera en su lugar, impidiendo que cayeran al suelo con un estrépito.

Los reflejos del grupo se deformaron, partidos en cientos de fragmentos grotescos.

Sus rostros ya no eran normales.

Distorsionados, alargados, como si el espejo mostrara versiones de ellos mismos que no deberían existir.

—¡Dios mío! —exclamó Nina, retrocediendo instintivamente ¿Qué está pasando?

El aire se volvió helado de repente; las linternas titilaron levemente.

El grupo no podía explicarlo.

No había ninguna causa física aparente para la rotura del espejo.

No había corrientes de aire.

No había movimientos bruscos.

Era como si una fuerza invisible—consumida por una ira incontenible—se hubiera manifestado directamente, explotando silenciosamente en el objeto más simbólico de la casa.

Una presencia.

Una furia.

Algo estaba aquí con ellos.

—Está enfadada —susurró James, su voz apenas audible. Muy enfadada.

Clara cerró los ojos un instante, intentando contener su respiración.

—Pero... —¿Por qué ahora? —preguntó, su voz temblorosa—. ¿Por nuestras preguntas?

El mensaje era claro, aunque no verbal.

Ana aún estaba aquí.

Y no por error.

No por casualidad.

La justicia terrenal no había sido suficiente.

Su presencia seguía ligada a la esencia misma de la casa, incapaz de desaparecer, su ira creciendo con cada segundo.

Omar se tensó cuando otro sonido rompió el silencio.

Un golpe.

Pequeño

Como el sonido de un dedo tocando el vidrio desde dentro.

James se giró bruscamente.

Clara dio un paso atrás.

El colchón.

El hundimiento en la cama ahora era evidente.

Más profundo.

Más definido.

Como si algo invisible se hubiera sentado allí.

Como si aún estuviera presente.

El grupo se quedó observando el espejo destrozado, un testimonio silencioso de la persistente ira de Ana.

La rotura del cristal no había ofrecido respuestas.

Solo había profundizado el misterio.

Aumentando la sensación de peligro inminente.

Ahora sabían que no solo estaban tratando con un espíritu atormentado, sino con una fuerza emocional poderosa y potencialmente destructiva.

Capaz de manifestarse de formas aterradoras en el mundo físico.

Y entonces, las linternas titilaron una última vez.

Omar dio un paso hacia la salida.

Pero justo cuando el equipo iba a moverse, la silla…

La silla se deslizó un centímetro en la oscuridad.

La madera raspó el suelo con lentitud, dejando una marca en la harina.

El grupo no respiró.

El aire parecía congelado.

Laura sintió algo aferrando su muñeca, como si la propia casa no quisiera dejarla ir.

El silencio cayó sobre ellos como un muro impenetrable.

Y entonces, todo quedó en silencio.

Un silencio más profundo.

Más denso.

Más final.

Como si Ana hubiera tomado una decisión.




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