La sombra de la leyenda

Capitulo 25

El equipo permaneció en silencio durante un rato, ofreciendo palabras suaves y llenas de empatía al espacio vacío. Sus voces eran apenas susurros, como si temieran que hablar demasiado alto pudiera despertar algo más en la casa….

La habitación de Ana seguía fría, pero la tensión palpable de la noche anterior parecía haberse atenuado ligeramente. Los objetos en el suelo permanecieron inmóviles, y el espejo roto reflejaba la tenue luz de sus linternas, como un ojo muerto que los observaba en la penumbra.

Justo cuando comenzaban a sentir una ligera sensación de que quizás su nuevo enfoque estaba teniendo algún efecto, un golpe seco resonó en la habitación, haciéndolos saltar.

Fue violento.

Repentino.

Como un látigo rompiendo el aire.

La puerta de la habitación, que James había dejado cuidadosamente entreabierta, se cerró de golpe, el sonido resonando con fuerza en el silencio de la vieja casa.

El pestillo de metal encajó con un clic audible, sellándolos dentro de la habitación con el espejo destrozado… y la presencia invisible de Ana.

—¡¿Qué demonios?! —exclamó James, levantándose de golpe y corriendo hacia la puerta, intentando girar la manija con desesperación. Estaba atascada.

—James, cuidado —advirtió Laura, con la voz temblorosa, manteniéndose alejada de la puerta.

Omar, pálido como un fantasma, se encogió contra la pared.

—Nos ha encerrado —susurró, casi inaudible.

Nina, con los ojos muy abiertos, miraba fijamente la puerta cerrada, como si esperara que en cualquier momento algo la atravesara desde el otro lado.

—No... no puede ser... —murmuró.

En ese mismo instante, un sonido desgarrador irrumpió en el silencio.

Un grito.

Infantil.

Profundo.

Desesperado

Parecía venir de todas partes y de ninguna a la vez.

Un lamento ahogado.

Un sonido que no debería existir.

—¡¿Habéis oído eso?! —susurró Clara, llevándose las manos a los oídos, como si el sonido estuviera arañándole la piel.

—Era ella... —Ana —afirmó Laura, con la voz quebrada. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

El grito cesó tan abruptamente como había comenzado, como si hubiera sido arrancado del aire, dejando un vacío incómodo tras de sí. El silencio era aún peor.

No un silencio normal.

Un silencio opresivo

Un silencio que esperaba algo.

El equipo permaneció inmóvil, paralizado por el miedo. El sonido aún vibraba en sus huesos, aunque ya no existiera.

James seguía forcejeando con la manija de la puerta, inútilmente. Cada vez con más desesperación.

—Esto no está pasando. No puede estar pasando.

Omar se pasó una mano por el rostro, su piel empapada en sudor frío.

—No estamos solos aquí —murmuró.

Y entonces, las linternas titilaron.

Brevemente.

Como si la energía en la habitación hubiera fluctuado por un instante.

Clara respiró entrecortadamente.

—No nos quiere aquí —susurró.

Pero Laura no estaba tan segura.

El espejo roto seguía allí, reflejando sus rostros distorsionados.

Las grietas parecían más profundas.

¿O solo era la luz?

Nina se cubrió la boca con ambas manos, tratando de controlar su respiración.

Porque algo dentro de ella le decía que aún no habían visto lo peor.

James golpeó la puerta con fuerza, su frustración creciendo.

—Ábrete, maldita sea.

El sonido retumbó en la habitación, pero nadie respondió.

No había respuesta.

Solo silencio.

Un silencio que estaba esperando.

De pronto, la puerta se abrió. El silencio que hubo detrás de la puerta fue denso, un vacío cargado de una incredulidad aterradora que pesaba sobre el equipo como una losa de hielo. La figura espectral de la niña en el umbral, aunque tenue y translúcida, era innegablemente real, una presencia tangible que destrozaba la lógica y la comprensión del mundo que conocían. Era una violación de las leyes naturales, una pesadilla que se había materializado ante sus propios ojos.Laura, que hasta ese momento había sido la más vocal en su intento de comunicarse con Ana, se quedó sin aliento. Sus palabras de consuelo y súplica se congelaron en su garganta al contemplar la materialización de la niña frente a ella. Un escalofrío recorrió su cuerpo, erizando cada vello de su piel. Sus ojos se abrieron con un horror primario, dilatándose hasta sentir que quemaban, y retrocedió torpemente, tropezando con sus propios pies y chocando contra la pared fría y polvorienta. Un gemido ahogado escapó de sus labios mientras se aferraba a la pared para no caer.




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