La sombra de la leyenda

Capitulo 28

Atrapados otra vez en la habitación de Ana, con la escalofriante certeza de que la propia Casa de los Espejos conspiraba contra su libertad, el equipo se encontraba en un punto de inflexión. El miedo seguía siendo un espectro helado en la habitación, pero la urgencia de encontrar una salida comenzaba a eclipsar la parálisis inicial.

Laura, con la voz cargada de una mezcla de esperanza menguante y creciente desesperación, volvió a dirigir sus palabras al vacío donde Ana había desaparecido

—Ana... por favor —suplicó, su voz apenas un susurro en el silencio opresivo. Queremos ayudarte. Solo dinos qué necesitas. ¿Hay algo que podamos hacer para que encuentres la paz?

El silencio fue su única respuesta. La habitación permaneció inmutable, el espejo roto centelleando fríamente bajo la tenue luz de sus linternas. La ausencia de cualquier reacción por parte de Ana comenzaba a pesar sobre ellos como una losa.

James, con la frustración marcada en su rostro, se apartó del umbral. —¿Ves? No responde. Perdimos el tiempo. Tenemos que encontrar otra salida.

Con una renovada sensación de urgencia, el equipo comenzó a registrar la habitación con una intensidad frenética. La búsqueda de una vía de escape eclipsó momentáneamente su deseo de comunicarse con Ana. La prioridad ahora era salir de esa habitación que se sentía cada vez más como una trampa.

James volvió a intentar forzar la puerta, golpeándola con el hombro y pateándola con desesperación, pero la madera vieja y resistente no cedió ni un milímetro. Omar y Nina, aunque aún temblorosos y mirando constantemente hacia las sombras, recorrían las paredes palpando cada centímetro en busca de alguna ventana oculta, algún panel corredizo, cualquier irregularidad que pudiera indicar una salida secreta.

Clara, saliendo lentamente del shock, se acercó al espejo roto con una mezcla de fascinación y terror. Sus dedos temblaban mientras trazaba las líneas de las fracturas, como si esperara que los fragmentos volvieran a unirse para mostrarles algún mensaje o alguna visión que les indicara el camino a seguir.

Laura se unió a la búsqueda, examinando los rincones oscuros y los pocos muebles destartalados que quedaban en la habitación. Revisó cajones vacíos, levantó trozos de tela polvorienta y escudriñó debajo de una cama vieja y desvencijada, con la esperanza de encontrar alguna llave olvidada, algún pasadizo oculto, cualquier cosa que pudiera ofrecerles una oportunidad de escapar.

El tiempo parecía dilatarse en la atmósfera cargada de tensión. Cada crujido de la vieja casa, cada sombra danzante proyectada por sus linternas, los hacía saltar. La sensación de estar observados, de que Ana estaba allí, invisible pero presente, intensificaba su desesperación.

A medida que la búsqueda exhaustiva de la habitación no arrojaba ningún resultado, la frustración comenzaba a dar paso a la desesperanza. La puerta estaba sellada, no había ventanas visibles y las paredes parecían sólidas e impenetrables. Estaban atrapados, sin una forma obvia de escapar de la habitación de la niña muerta y la presencia espectral que la habitaba.

La búsqueda frenética en la habitación de Ana no arrojó ningún resultado. No había puertas ocultas, ni ventanas tapiadas que pudieran abrirse, ni ningún objeto que pudiera servirles como herramienta improvisada para forzar la puerta. La desesperanza comenzaba a hacer mella en el equipo, reflejada en sus rostros cansados y en sus movimientos cada vez más lentos.

Fue James quien rompió el silencio opresivo, su voz cargada de frustración y una creciente sensación de urgencia.

—Aquí no hay nada. Estamos atrapados.

Laura, aunque igualmente desalentada, se negó a rendirse por completo. —Tiene que haber otra manera. ¿Quizás... quizás si volvemos al pasillo? Vimos que la puerta principal estaba cerrada, pero ¿y las otras habitaciones? ¿Alguna ventana que podamos romper desde allí?

La idea ofreció un rayo de esperanza en la oscuridad de su situación. Si no podían escapar directamente de la habitación de Ana, quizás podrían encontrar una salida desde otra parte de la planta baja.

—Tiene sentido —dijo Omar, enderezándose con una determinación vacilante. Tenemos que intentarlo.

Nina asintió, aunque su rostro aún reflejaba el terror que sentía. La idea de salir de esa habitación, incluso para explorar el resto de la casa, era preferible a quedarse allí a merced de la presencia de Ana.

James fue hacia la puerta cerrada y volvió a intentar girar la manija, inútilmente. —Está bien sellada. No la vamos a abrir desde aquí.

Con una decisión tácita, el equipo se dirigió a la puerta. James la golpeó con fuerza varias veces, gritando: —¿Ana? ¿Estás ahí? Si nos dejas salir, te dejaremos en paz. ¡Por favor!

El silencio fue su única respuesta.

—No va a funcionar —murmuró Laura, con resignación. Tenemos que encontrar otra manera.

James apoyó la oreja en la puerta, escuchando atentamente. No se oía nada al otro lado. Con cautela, giró la manija y la empujó con fuerza. Para su sorpresa, la puerta cedió, abriéndose lentamente hacia el oscuro pasillo.

La confusión se reflejó en sus rostros. ¿Por qué la puerta se había abierto de repente? ¿Era una trampa? ¿O Ana los estaba dejando ir, a su manera extraña e inquietante?

A pesar de la incertidumbre, la necesidad de escapar era demasiado fuerte. Con cautela, salieron de la habitación de Ana, adentrándose de nuevo en el pasillo lúgubre. Su objetivo ahora era llegar a la planta baja y encontrar una ventana que pudieran romper para escapar de la Casa de los Espejos.




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