La sombra de la leyenda

Capitulo 32

Mientras James palpaba la sección de la pared que sonaba hueca, una repentina ráfaga de aire frío recorrió el pasillo, haciendo que todos se estremecieran. El frío no era el habitual de la casa abandonada; era un frío penetrante, casi antinatural, que parecía emanar de la propia pared

Nina dejó escapar un gemido ahogado, frotándose los brazos con desesperación. —Hace... hace mucho frío.

Clara asintió, con los ojos muy abiertos y llenos de inquietud. —Siento... siento como si algo... algo nos estuviera observando.

Y entonces, la tenue luz de sus linternas comenzó a parpadear. Primero lentamente, luego de forma errática, como si la batería se estuviera agotando de repente. Un silencio expectante se cernió sobre la habitación, roto solo por las respiraciones agitadas del equipo.

—¿Qué... qué está pasando? —susurró James; su voz temblaba ligeramente.

Antes de que alguien pudiera responder, las luces se apagaron por completo, sumiendo la habitación en una oscuridad absoluta. La única fuente de luz era la tenue luminiscencia de algunos de los relojes digitales del equipo, creando sombras fantasmales y distorsionadas.

El frío se intensificó, calando en sus huesos. El silencio se volvió aún más opresivo, amplificando cada pequeño sonido: el crujido de la vieja madera, el susurro del viento a través de las grietas, el latido acelerado de sus propios corazones.

—¡No veo nada! —exclamó Omar, su voz llena de pánico.

—Tranquilos... tranquilos —intentó calmar Laura, aunque su propia voz delataba su inquietud. Estamos juntos. Tenemos que mantener la calma.

Pero la oscuridad y el frío parecían tener una voluntad propia, alimentando su miedo y desorientación. La sensación de estar atrapados, de ser presa de algo invisible y malévolo, se intensificó hasta niveles insoportables.

En la oscuridad, James seguía palpando la pared hueca, ahora con una urgencia desesperada. La posibilidad de encontrar una salida se había convertido en su única esperanza de escapar de la creciente sensación de terror que los envolvía.

En la oscuridad absoluta, el frío se intensificó, envolviendo al equipo en un abrazo helado. Sus respiraciones agitadas eran los únicos sonidos audibles, amplificados por la ausencia de luz. La desorientación era total, y cada crujido de la vieja casa parecía presagiar una nueva amenaza.

James seguía palpando desesperadamente la pared hueca, sus manos temblorosas buscando alguna hendidura, algún resquicio de esperanza en la impenetrable oscuridad.

De repente, una tenue luz comenzó a emanar de un punto en la oscuridad. Era una luz espectral, pálida y fría, que parecía surgir de la nada. Lentamente, la luz tomó forma, revelando la figura de la niña, Ana.

Estaba allí, flotando a unos metros de ellos, su camisón blanco brillando débilmente en la oscuridad. Su rostro, antes oculto o parcialmente sombreado, ahora era claramente visible, iluminado por su propia luz espectral. Sus ojos oscuros estaban fijos en el equipo, y aunque no había una sonrisa visible en sus labios pálidos, había una intensidad en su mirada que era aún más inquietante que la sonrisa anterior.

Un jadeo colectivo escapó de los labios del equipo. La oscuridad, en lugar de ocultar el horror, lo había revelado de una manera aún más directa y aterradora. Ana estaba allí, visible en la oscuridad, como si la ausencia de luz física le permitiera manifestarse con mayor claridad.

El frío se intensificó aún más, y una sensación de opresión llenó el aire. No había sonido, pero la presencia de Ana era palpable, cargada de una angustia y una rabia silenciosas que los envolvían.

La figura espectral de Ana continuó flotando lentamente hacia el equipo, su pálida luz iluminando sus rostros llenos de terror. El silencio opresivo se mantuvo durante unos instantes más, hasta que la desesperación y el miedo obligaron a alguno de ellos a romperlo.

—¿Qué... qué quieres? —susurró Laura, su voz apenas audible y temblorosa, intentando proyectar una mezcla de valentía y súplica en la oscuridad.

Ana no respondió; su mirada oscura permaneció fija en ellos, sin mostrar ninguna emoción discernible. Su avance continuó, acortando la distancia entre ella y el aterrorizado equipo.

—No... no te haremos daño —intentó James; su voz era un poco más firme que la de Laura, pero aún delataba su miedo. Solo queremos entender... ayudarte a encontrar la paz.

El silencio de Ana persistió, su presencia espectral cada vez más cerca. El frío se intensificaba, y la sensación de opresión se volvía casi insoportable.

—Por favor... —gimió Nina, con lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas iluminadas por la luz fantasmal de Ana. Déjanos ir... Solo queremos salir de esta casa.

Omar permaneció en silencio, paralizado por el terror, sus ojos fijos en la figura espectral que se acercaba, como un conejo hipnotizado por una serpiente.

Clara, con la voz apenas un susurro, preguntó: —¿Por qué... por qué nos muestras esto? ¿Qué quieres de nosotros?

Ana finalmente se detuvo a pocos metros del equipo. Su luz espectral los envolvía, permitiéndoles ver con claridad la tristeza y la profunda angustia que emanaban de su rostro infantil. Pero seguía sin haber palabras, solo una intensa mirada silenciosa que parecía escrutar sus almas.




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