La sombra de la leyenda

Capitulo 39

En medio de la creciente desesperación, la mención de la arquitectura tradicional de las casas en Cádiz iluminó una nueva posibilidad en la mente de Laura.

—¡Es verdad! —exclamó Estas casas suelen tener puertas entre las habitaciones; tenemos que buscar otra puerta

Con una renovada esperanza, el equipo comenzó a examinar las paredes de la habitación con una atención aún mayor. Palparon cada centímetro de la tapia, buscando alguna irregularidad, alguna hendidura que pudiera indicar la presencia de una puerta oculta o tapiada.

Se concentraron especialmente en las paredes que no tenían ventanas ni la puerta principal. Movieron los pocos muebles que quedaban en la habitación, revelando secciones de pared que antes estaban ocultas.

Después de unos momentos de frenética búsqueda, Nina dejó escapar un grito ahogado.

—Aquí, ¡creo que aquí hay algo!

Señalaba una sección de la pared cubierta por un viejo tapiz descolorido. Al tocarla, la pared sonaba ligeramente diferente al resto, un poco más hueca. Además, podían sentir una ligera hendidura vertical justo en el centro.

Con manos temblorosas, James y Omar apartaron el tapiz, revelando la tenue silueta de una puerta de madera antigua, tapiada con ladrillos y yeso, pero aún discernible bajo la superficie.

Una oleada de esperanza recorrió al equipo. ¡Había otra salida!

—Tenemos que abrirla —dijo James, con determinación.

Pero la tarea no sería fácil. La puerta estaba sellada y no tenían herramientas adecuadas para derribar la pared que la bloqueaba.

—¿Cómo vamos a abrir esto? —preguntó Clara, su voz reflejando la mezcla de esperanza y desesperación que sentían todos.

Miraron a su alrededor, buscando desesperadamente algo que pudieran usar como palanca o para golpear los ladrillos. La habitación, que antes parecía una prisión, ahora ofrecía una posible vía de escape, aunque bloqueada.

La visión de la puerta tapiada generó una oleada de esperanza, pero la frustración de no tener las herramientas adecuadas para abrirla rápidamente se hizo evidente. Miraron a su alrededor con desesperación, buscando cualquier objeto que pudiera servirles.

Fue Laura quien tuvo la idea. Recordó haber visto un viejo atizador de chimenea oxidado apoyado en una esquina de la habitación, olvidado y cubierto de polvo.

—¡El atizador! —exclamó, corriendo hacia la esquina. Quizás con esto podamos hacer algo.

El atizador era de hierro pesado, con un extremo puntiagudo y otro en forma de gancho. Aunque oxidado y deteriorado, parecía lo suficientemente resistente como para intentar golpear el yeso y los ladrillos que sellaban la puerta.

James se unió a Laura, tomando el atizador con manos firmes. —Vamos a intentarlo. Omar, Nina, Clara, manténganse alerta por cualquier cosa que pase en la otra puerta.

Con determinación, James comenzó a golpear la pared que tapiaba la puerta. El metal oxidado chocó contra el yeso con un sonido sordo, haciendo saltar pequeños fragmentos. El trabajo era lento y arduo, y el ruido podría alertar aún más a Ana de sus intenciones.

Omar y Nina vigilaban la puerta principal con nerviosismo, sus oídos atentos a cualquier sonido que pudiera indicar la presencia de la niña al otro lado. Clara observaba con ansiedad cómo James golpeaba la pared, cada golpe una súplica silenciosa por una salida.

Poco a poco, con esfuerzo y determinación, James comenzó a abrir una pequeña brecha en el yeso. Los ladrillos de atrás parecían más sólidos, pero la grieta inicial les dio una pequeña esperanza. Laura se turnó con James, utilizando el extremo puntiagudo del atizador para intentar aflojar los ladrillos.

El tiempo parecía dilatarse con cada golpe. El ruido de sus esfuerzos resonaba en la casa silenciosa, un desafío a la presencia espectral que los tenía atrapados. La pregunta era si lograrían abrir un hueco lo suficientemente grande antes de que Ana decidiera intervenir de nuevo.

Con renovada energía, James y Laura golpearon la pared tapiada con el atizador, turnándose para debilitar el yeso y aflojar los ladrillos. El ruido resonaba por toda la casa, pero la desesperación por escapar superaba el miedo a alertar aún más a Ana.

Finalmente, después de varios minutos de arduo trabajo, lograron abrir un hueco lo suficientemente grande como para ver a través. La tenue luz de sus linternas reveló una habitación oscura y polvorienta al otro lado. Era más grande que la habitación de Ana, con una cama con dosel cubierta de sábanas blancas y varios muebles antiguos cubiertos por telas.

—¡Está abierto! —exclamó Laura, apartando los últimos ladrillos sueltos.

Con cuidado, James amplió la abertura lo suficiente como para que pudieran pasar. El polvo y el olor a humedad llenaron sus fosas nasales al cruzar al otro lado. Se encontraban en lo que parecía ser el dormitorio principal de la casa.

La atmósfera aquí era diferente. Aunque igualmente cargada de tristeza y abandono, no se sentía la misma presencia opresiva que en la habitación de Ana. Los espejos aquí eran más grandes y antiguos, algunos con marcos ornamentados y superficies empañadas por el tiempo.

Omar y Nina cruzaron rápidamente, seguidos de Clara, aliviados de haber escapado de la habitación donde la ira de Ana se había manifestado con tanta fuerza.

—¿Dónde estamos? —susurró Nina, mirando a su alrededor con cautela.

—Parece el dormitorio de los padres —respondió Laura, examinando los muebles cubiertos.

Mientras exploraban la habitación con sus linternas, notaron varios detalles: fotografías descoloridas sobre una cómoda, un libro antiguo abierto sobre una mesita de noche y, lo más inquietante, varios espejos de gran tamaño colocados estratégicamente alrededor de la habitación, reflejando la tenue luz de sus linternas en múltiples direcciones.




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